Falsa proposición - Acercamiento peligroso. Heidi Rice

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Falsa proposición - Acercamiento peligroso - Heidi Rice Ómnibus Deseo

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a hacer frente a sus responsabilidades sería más placentero que problemático. Y ya estaba anticipando la primera lección: obligarla a contarle lo que debería haberle contado meses antes.

      –Señorita Di Marco, quiero hablar con usted.

      Louisa pasó por alto el suspiro de Tracy para mirar a aquel demonio a los ojos.

      –Perdone, ¿con quién estoy hablando? –le preguntó, como si no lo supiera.

      –Es Luke Devereaux, el nuevo lord Berwick –anunció Piers, como si estuviera presentando al rey del universo–. ¿No te acuerdas? Apareció en el artículo de los solteros más cotizados del país. Es el nuevo propietario de…

      Luke Devereaux lo interrumpió con un gesto.

      –Con Devereaux es suficiente. No uso el título –anunció, sin dejar de mirar a Louisa. Su voz era tan ronca y grave como ella la recordaba.

      Pensar que una vez esa mirada de acero le había parecido sexy…

      Esa noche, alguien debía haberle echado Viagra en la copa. Su voz no era atractiva sino helada; y los ojos azul grisáceo eran fríos, no enigmáticos.

      Y todo eso explicaba por qué tenía que contener un escalofrío a mediados del mes de agosto.

      –Seguro que su vida es fascinante, pero me temo que estoy muy ocupada ahora mismo. Y solo publicamos el artículo de los solteros más deseados una vez al año. Vuelva el año que viene y lo entrevistaré para ver si pasa el corte.

      Louisa se felicitó a sí misma por el insulto, totalmente deliberado.

      Ella sabía que Luke detestaba haber aparecido en esa lista, pero no obtuvo la satisfacción que había esperado porque, en lugar de parecer molesto, siguió mirándola sin decir nada. No reconoció el golpe ni con un parpadeo.

      De repente, apoyó las manos en el escritorio y se inclinó hacia ella, el aroma de su colonia, algo masculino y exclusivo, haciendo que golpease la silla con el tacón a toda velocidad.

      –¿Quiere que hablemos en público? Me parece bien –le dijo, en voz tan baja que tuvo que aguzar el oído–. Pero yo no soy quien trabaja aquí.

      Louisa no sabía de qué quería hablar o por qué estaba allí, pero sospechaba que la discusión era de índole personal. Y aunque no quería verlo ni en pintura, tampoco quería que la humillase públicamente.

      –Muy bien, señor Devereaux –murmuró, apagando el ordenador–, tengo diez minutos para entrevistarlo. Podría hablar con la jefa de redacción, tal vez ella esté dispuesta a incluirlo en el número del mes que viene. Evidentemente, está deseando que su rostro aparezca en la revista.

      Él se apartó de la mesa, apretando los dientes. Ah, en aquella ocasión había dado en la diana.

      –Muy amable por su parte, señorita Di Marco. Créame, no va a perder su tiempo.

      Louisa se volvió hacia Tracy, que parecía estar imitando a un pez.

      –Terminaré el artículo más tarde. Dile a Pam que lo tendré a las cinco.

      –No volverá aquí por la tarde –anunció Devereaux entonces.

      Louisa iba a corregirlo cuando Piers la interrumpió:

      –El señor Devereaux ha pedido que te demos el resto del día libre y yo lo he aprobado.

      –Pero tengo que terminar el artículo –protestó ella, atónita.

      Piers, que solía ser un nazi con las fechas de entrega, se encogió de hombros.

      –Pam va a incluir un par de páginas más de publicidad, así que tu artículo puede esperar hasta el mes que viene. Si el señor Devereaux te necesita hoy, tendremos que acomodarnos.

      ¿Qué? ¿Desde cuándo la editora de la revista Blush aceptaba órdenes de un matón, por muy aristócrata que fuese?

      Devereaux, que había estado escuchando la conversación con aparente indiferencia, tomó su bolso del escritorio.

      –¿Es suyo? –le preguntó, impaciente.

      –Sí –respondió Louisa, desorientada.

      ¿Qué estaba pasando allí?

      –Vamos –dijo él, tomándola del brazo.

      Aquello no podía estar pasando. Louisa quería decirle que dejase de actuar como Atila, pero todo el mundo estaba mirando y preferiría morir antes que hacer una escena delante de sus colegas. De modo que se vio obligada a salir con él y bajar la escalera como una niña obediente, pero cuando llegaron a la calle se soltó de un tirón, a punto de estallar.

      –¿Cómo te atreves? ¿Quién crees que eres?

      Devereaux abrió la puerta de un deportivo oscuro aparcado frente a la oficina y tiró su bolso sobre el asiento.

      –Sube al coche.

      –De eso nada.

      ¡Qué descaro! La trataba como si fuera una de sus empleadas. Pues de eso nada. Piers podía obedecer sus órdenes, pero ella no pensaba hacerlo.

      Cuando cruzó los brazos sobre el pecho, decidida a no dar un paso, él enarcó una ceja.

      –Sube al coche –repitió, con voz helada–. Si no lo haces, te meteré a la fuerza.

      –No te atreverías.

      Apenas había terminado la frase cuando Luke la tomó en brazos y la tiró sobre el asiento como si fuera un saco de patatas.

      Louisa se quedó tan sorprendida que tardó un segundo en reaccionar; segundo que él aprovechó para subir al coche y arrancar a toda velocidad.

      –Ponte el cinturón de seguridad.

      –Déjame salir. ¡Esto es un secuestro! –exclamó ella, furiosa.

      Sujetando el volante con una mano, Luke abrió la guantera para sacar unas gafas de sol.

      –No te pongas tan melodramática.

      –Melo… ¡pero bueno! –exclamó Louisa. Solo su padre la había tratado de ese modo, pero le había parado los pies cuando era adolescente–. ¿Cómo te atreves?

      Luke detuvo el coche en un semáforo y se volvió hacia ella con una sonrisa en los labios.

      –Creo haber dejado claro que sí me atrevo. Podemos seguir peleándonos, aunque no vas a conseguir nada –afirmó, con total seguridad–, o puedes hacer lo que te digo y salvar tu preciosa dignidad.

      Antes de que se le ocurriera una réplica adecuada, él volvió a arrancar.

      Demonios, había perdido la oportunidad de saltar del coche.

      –Ponte el cinturón de seguridad –repitió Luke.

      A regañadientes, Louisa se lo puso. No

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