Piel de mujer. Andrea Mora Zamora

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Piel de mujer - Andrea Mora Zamora Sulayom

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nimiedades como las de un movimiento estudiantil, mientras había gente que pasaba por lo que estaba por hacer yo? Recuerdo vagamente que me lo comentó pero creo que yo me limité a asentir como por inercia porque estaba ida en mi cabeza. ¿Qué me iba a importar a mí…?

      —Mae ¿está bien? –creo que me preguntó Johnny. Diana estaba sentada a la par de él y no podía ni volvernos a ver. Mary dice que se preguntó qué hubiera hecho ella si la que estaba pasando por eso no fuera su mejor amiga y que medio entendió esa reacción.

      Yo ignoré la pregunta e hice otra.

      —Mae ¿me regala su botella de agua? –John asintió, concentrado en el pleito federativo, y me la pasó.

      Empiezo a recordar cuando me levanté y me fui a meter al baño de Económicas. Cuando antes de que me fuera, Mary me preguntó que si quería que me acompañara, cuando le dije que no. Que era algo que había que hacer sola.

      Recuerdo que volví 15 minutos después con los ojos llorosos y un conato de sonrisa nerviosa en las comisuras de la boca. Que me pasé la siguiente media hora con las piernas arriba para que las pastillas no se cayeran de mi vulva y que como una hora después empecé a quejarme de los primeros dolores uterinos que me acompañarían las próximas 5 semanas.

      Mary casi podía sentir la euforia en mi voz cuando le hablaba y que ¡joder! no podía controlar aunque fuera feo.

      Era como si por fin se abriera una salida de ese hueco, a pesar de la mirada acusadora que Diana me tiraba en la nuca, como a lo largo de estos años caerían muchas otras cada vez que defendiera el tema en redes sociales, en aulas universitarias, en conversaciones con amigos y familiares, en foros políticos y en muchos otros espacios.

      Pero si a ellos no les importan las 8 mujeres que hace 10 años arriesgaban su vida todos los días con abortos clandestinos, y las quién-sabe-cuántas que deben hacerlo aún hoy, a pesar de que Restauración Nacional las crucifique y de que Carlos Alvarado diga que el aborto “distrae de temas prioritarios”, a mí tampoco me importan ellos.

      —El tiempo pasa, nada cambia y a Ana y a Aurora las siguen obligando a parir incumpliendo normativas ya establecidas que no se reglamentan “porque no son prioridad” mientras que las demandas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) siguen apilándose y el mercado negro nos sigue dejando abortar solo un click y una búsqueda de Google de distancia, mientras esperamos que “haya un chancecito” para que nuestros cuerpos sean prioridad –, le aseguro hoy a Mary, mientras me pido un pie de limón en un café capitalino. Mañana vuelvo a Nueva York, al último semestre de la maestría.

      Yo ya estoy bien. Puede que a la gente no le parezca que lo esté, pero Mary dice que ella sí porque ellos no estuvieron ahí, como ella.

      Porque ellos no fueron los que pasaron por eso. Porque la que abortó fui yo.

      Y por eso es por lo que, para mí, y para las 8 mujeres que están ahí afuera en este momento, el tema sí es prioritario, don Carlos.

      La ruta del abandono

      En Costa Rica, el porcentaje de hijos a los que el padre no reconoce legalmente aumentó del 21,1 al 30,4% durante la década de 1990.

      A falta de datos oficiales, el cálculo señala que para 2015, el porcentaje ya podría superar el 35%.

      Ese es el tema del que hablamos todos: de los hombres que se van.

      “Pero ¿cuántas seremos las mujeres que nos vamos…?”

      Eso era lo que estaba pensando mientras recogía unas cuantas blusas, un par de bloomers, dos enaguas y unas pantimedias y las metía en un maletín pequeño.

      Así me preparaba para salir por la puerta, abandonar a mis tres hijos y no volver a ver atrás.

      Era importantísimo que el maletín fuera chiquitico, que no levantara sospechas, porque en mi barrio las sospechas se levantaban solas: no importa que fueran las dos de la mañana, si de algo podía tener certeza yo, es que las chismosas de mis cuñadas estarían pegadas en las ventanas de sus casas, controlándolo todo.

      Por eso fue que le quité a Nachito el medio destrozado bulto que llevó a la escuela el año pasado, lo remendé un poquito a como pude, cuando nadie me veía, y empecé a guardar en él lo necesario: documentos, los ahorrillos que había juntado durante los últimos meses y, ahora, alguito de ropa para el camino.

      ¿Que cuando fue que empecé a idearlo? La verdad, ya ni me acuerdo.

      Sé que fue una idea que siempre estuvo ahí, que quizá arrancó la noche misma de bodas, cual más el Don Vasco y la Teresa.

      En la Costa Rica de 1949, la escritora feminista Yolanda Oreamuno publicó “La Ruta de Su Evasión”, un texto increíble para la época con el que la costarricense trató, por primera vez en la historia de la literatura nacional, el tema del patriarcado y la violencia doméstica en las relaciones matrimoniales y en las familias.

      La historia se sitúa entre las paredes de la casa de Vasco y Teresa, padres de 3 hijos a los que el machismo de su padre marca de una u otra manera.

      Oreamuno desmenuza la historia a partir del lecho de muerte de Teresa cuando ésta, al rememorar su vida, cae en cuenta de lo que ha sido su paso por este mundo al lado de ese hombre y donde se cuestiona en qué momento empezó a odiarlo.

      Y la respuesta es sencilla: fue en su noche de bodas.

      Esa noche en que él le dijo “date la vuelta” y sin verla a los ojos, la desvirgó con una violencia solo propia de a quien los sentimientos de su ahora cónyuge, le importan un carajo.

      Exactamente igual a como hizo Julio conmigo.

      —Mamá ¡Julio es muy concho! Y violento. No me gusta… –recordaré siempre haberle dicho.

      —Ay, mamita ¡no se me ponga usted en delicadezas! Eso es estar casada y así usted lo quiso.

      Mis hijas dirán que posiblemente ahí fue donde empecé a endurecerme.

      Damaris, que para esa noche de abril del ´65 no era más que un óvulo en mi vientre, va a decir con los años que “mamá era de hierro” que “¡qué mujer para ser dura!” ¿Que qué es lo que lo endurece a uno?

      Yo nací en otra Costa Rica. En la de la preguerra, en la que las cosas eran otra cosa.

      Crecí en la Heredia de mediados del siglo pasado, cuando la economía costarricense seguía basándose en el café, las niñas nos seguíamos casando a los 16 años y la mayoría de los hombres se bebían hasta el agua de las aceras.

      ¿Que dónde puede uno conseguir estadís… qué? ¿Datos del alcoholismo de esa época? ¡Ay, mi niña! ¿yo qué vo’a saber? Si en mis tiempos no había ni IAFA ¿qué iba a haber estadística de eso?

      Esa noche, Irene dormía en su cama sin que el barullo que yo hacía cuando me movía de aquí para allá, la incomodara.

      Cuando los años pasen, dirá que hay cosas que se graban en la mente y que uno no olvida y que la mañana en que se despertó y no me vio ni a mí ni a mis cosas, será la peor de todas ellas. La peor de su vida.

      De su vida de, en ese momento, apenas 4 añitos.

      Suspiré

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