Ser varón en tiempos feministas. María Gabriela Córdoba

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Ser varón en tiempos feministas - María Gabriela Córdoba Conjunciones

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De este modo plantea una estrategia activa para potenciar las corrientes de cambio que ya nos engloban y conducen –esperemos que de modo irreversible– hacia una ampliación de la democratización social que incluya la paridad entre mujeres, varones y sujetos no binarios.

      Esta obra expone el resultado de un trabajo sistemático, realizado con calidad académica y, a la vez, un compromiso social de la autora hacia la construcción colectiva de un ámbito social más inclusivo y solidario.

      1. Por androcentrismo se entiende la prevalencia unilateral de la perspectiva masculina.

      2. Queer significa “raro”, y así han sido percibidos los sujetos homosexuales por quienes estructuraron su identidad sexual del modo mayoritariamente establecido.

      3. La obra de Elisabeth Badinter es XY La identidad masculina, publicada en español en Madrid, en 1993, por Alianza Editorial.

      4. Varones. Género y subjetividad masculina, de Burin, M. y Meler, I., publicado en 2000 por Paidós, en Buenos Aires.

      5. Burin, M. (1996) “Género y psicoanálisis. Subjetividades femeninas vulnerables”, en Género, Psicoanálisis, Subjetividad, de Burin, M y Dio Bleichmar, E., Buenos Aires, Paidós.

      6. Meler, I. (1994) “Parejas de la transición. Entre la psicopatología y la respuesta creativa”, Actualidad Psicológica, Nº 214, “Las relaciones de pareja”, octubre, Buenos Aires.

      El “ser varón”, lejos de ser la manifestación de una esencia, es producto de una construcción histórico-social que lleva al que nace con sexo viril a ajustarse e identificarse con valores, intereses y atributos que la normativa genérica adjudica a la masculinidad. Así, esta masculinidad social tradicional, internalizada por los hombres, emerge –en mayor o en menor grado– en sus modos de actuar, en sus pensamientos y en las conductas que adoptan, por lo que es necesario pensar y replantear las funciones públicas y privadas de los varones, teniendo en cuenta tanto aspectos sociales como subjetivos.

      Las políticas orientadas a las familias, por ejemplo, habilitan y sostienen el modelo hegemónico de la familia nuclear patriarcal, que supone la provisión masculina, en una época en la que el ser proveedor no depende exclusivamente de las capacidades y de la formación profesional de los varones, sino también de las mutaciones del mercado laboral. Además, como el ámbito de lo privado es considerado un espacio femenino del que los varones se desligan, la participación masculina en todas las esferas de la vida familiar y doméstica resulta insuficiente.

      Asimismo, se legitima la violencia en el varón, en tanto se la considera como una demostración de dominación, a partir de un imperativo que se juega en las relaciones de género desde una lógica binaria: “o yo mando, o me mandan”. La mayor independencia, la agresividad, la competencia y las conductas violentas y temerarias en aspectos tan diversos como las adicciones, las relaciones familiares y la sexualidad generan consecuencias sustanciales en la salud de los varones, a la vez que muestran de modo patente cómo los emblemas socioculturales viriles constituyen impedimentos para su autocuidado.

      Cuando las exigencias que el ideal de masculinidad trae aparejadas se contrastan con las posibilidades reales del varón, provocan, en muchos casos, un intenso displacer, que se disfraza mediante hipermasculinidad, proyecciones, pactos de silencio entre hombres y culpabilización de la mujer. Incluso, en muchas ocasiones los varones prefieren aparentar que cumplen con el conjunto de prescripciones genéricas –a pesar de no estar de acuerdo con ellas–, por temor a la crítica de otros hombres. El ideal masculino, así, aleja a los varones de la emocionalidad, del contacto humano y de un placer que transite por una vía diferente de la del dominio.

      Por eso, se analizará aquí el modo en que los varones encaran la sexualidad y la salud reproductiva, la vida de pareja y la crianza de los hijos, con el propósito de reconocer y jerarquizar los elementos en juego y propiciar de esta manera el logro de una equidad de género. La relación desigual de poder entre hombres y mujeres, y las exigencias sociales que pesan sobre los varones, asociadas con el ejercicio del poder inter e intragénero tienen efectos claramente negativos sobre mujeres, niños, ancianos y personas diversas, así como sobre los mismos hombres. Pero estos protegen sus privilegios y conservan los beneficios que obtienen desde su posición dominante en las relaciones de género, por lo que la masculinidad no se revisa ni se cuestiona, por temor a erosionar las bases en las que se asienta la identidad genérica viril, el amor propio y la autoestima, y por miedo a que sean obligados a responsabilizarse por los beneficios que aún obtienen en el mundo actual: disponibilidad del cuerpo y de la atención de las mujeres, facilitación hacia los lugares de poder, y la no implicación en lo “doméstico”, por mencionar solo algunos de ellos. Esta situación ha lentificado el proceso de transformación de las representaciones genéricas y de las prácticas de los varones, e incluso ha dado lugar a que no se produzcan cambios, sino solo adecuaciones superficiales a las condiciones sociales contemporáneas.

      Asimismo, la estructura económica capitalista mundial se vale del sistema sexo/género y de la separación binaria público-privado para asignar a los varones y las mujeres a cada una de ellas, con “trabajo pago y altamente pagado, en los que prevalecen los varones, y las actividades de bajos ingresos, servicios y trabajos domésticos, atribuidas a las mujeres” (Fraser, 2003, p. 23). Esto generó una feminización de la pobreza, que implica que los prejuicios y estereotipos de género femenino influyen sobre la lógica distributiva capitalista, que induce a pensar, sentir y funcionar solo en clave masculina, en un patriarcado de versión neoliberal que busca mantener la supremacía viril.

      Por otra parte, implicó representaciones sociales dicotómicas, polarizadas y jerárquicas apoyadas sobre la simbolización de la diferencia sexual, que actúan como coordenadas que ordenan la relación intersubjetiva y la identificación de un sujeto. Esto avala la existencia de modelos excluyentes de ser varón y de ser mujer, con jerarquías de poder diferenciadas: un orden androcéntrico que subordinó a lo femenino.

      Las características atribuidas a hombres y mujeres se construyen sobre los cuerpos sexuados machos o hembras, basándose en modos prescriptivos y complementarios: sujeto/objeto; activo/pasivo; masculino/femenino, que condicionan una subjetivación diferencial por género. Las regulaciones sociales

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