Ser varón en tiempos feministas. María Gabriela Córdoba
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¿Por qué poner en debate los discursos psicoanalíticos con los estudios de género? Para realizar una revisión crítica de las teorías que sustentaron y aún sustentan las prácticas de promoción y atención de la salud mental, con el propósito de evitar que los dispositivos terapéuticos se transformen también en espacios de reproducción social del orden androcéntrico. En este sentido, Michel Tort (2017) sostiene que la teoría psicoanalítica considera a las relaciones entre los sexos como estructuras ahistóricas, lo que acarrea una confusión entre la universalidad de las fantasías de base y la historicidad construida de los dispositivos en la relación entre los sexos y los géneros. Así, aparecen certezas dogmáticas acerca de cuál debería ser la norma respecto de las relaciones entre los sexos y los géneros, coincidentes con las sostenidas tradicionalmente por el orden social androcéntrico, que organiza las relaciones de género con una perspectiva heterosexista y cisgénero.
La teoría psicoanalítica es, también, producto de una época, por lo que resulta conveniente despojarla de su pretensión atemporal. Y en tanto los instrumentos psicoanalíticos son solidarios de los contextos históricos, es muy importante reconocer que, si los contextos se transforman, ponen en cuestión a las construcciones teóricas y obligan a los psicoanalistas a su revisión.
La articulación sistemática del concepto de género en la teoría psicoanalítica permitiría dar cuenta de un nuevo fundamento de la subjetividad, ya que, de la mano de un escenario social convulsionado, los cuerpos biológicos no marcan ya una identidad para toda la vida, los itinerarios del deseo siguen caminos que se apartan de las normas sociales establecidas, las identificaciones pueden no coincidir con el cuerpo anatómicamente sexuad, y la elección de objeto se desacopla de la identidad.
Pensar en clave de géneros significa reconocer y aceptar la paradoja. Para Winnicott (1972), “la paradoja es una figura de pensamiento cuya expresión encierra una contradicción, en tanto confronta dos elementos opuestos cuya tensión debe ser aceptada, mas no resuelta”. Este modelo paradójico cuestiona la existencia de una verdad racional única, absoluta e indiscutible, y propone un arco de tensión donde se soportan los contrarios, lo diferente, sin dogmatismos ni exclusiones. Cuando se tolera y respeta la paradoja, es decir, cuando se logra trastocar la lógica binaria que opone pares antagónicos para someterlos a su contradicción, sin intentar resolverla, el pensamiento logra un carácter dialéctico, dinámico, un movimiento que origina riqueza psíquica y permite entender la construcción de modos de subjetivación enmarcados en una realidad social e histórica.
1. En 1972, la socióloga británica feminista Ann Oakley publica una obra llamada Sexo, género y sociedad donde distingue sexo de género, con lo que surge el concepto de género en la teoría feminista.
2. Queer significa bizarro. El término era inicialmente utilizado como un adjetivo insultante para referirse a los homosexuales. Posteriormente fue reivindicado para afirmar y reunir todos los comportamientos distintos de los promulgados por la heterosexualidad normativa.
3. Australia (Connell; Tomsen y Donaldson); Francia (Badinter); Inglaterra (Seidler y Barrett), Estados Unidos (Kimmel), Japón (Roberson y Suzuki), España (Marqués; Bonino Méndez) y Latinoamérica (Viveros Vigoya, Olavarría, Valdés, Gutmann, Fuller, De Keijzer, Aguayo, Arilha, Ramírez, Figueroa Perea, Burin, Meler, Volnovich, Amorín, Ibarra Casals, Nascimento, entre otros).
Capítulo 2
La construcción social y subjetiva de la identidad de género
La cosmovisión moderna armó un modelo civilizatorio presentado como universal, donde la construcción de conocimiento se apoyó y sustentó en una dicotomía. Así, las particiones modernas operadas por la filosofía, la religión, las ciencias, la economía y la política entre sujeto/objeto, humanidad/naturaleza, cuerpo/mente, razón/mundo o teoría/práctica, dieron lugar a un pensamiento binario, constituido por dos categorías exclusivas y excluyentes, por pares antagónicos, una tipología intelectual de lo semejante y lo diferente, oposición primordial base de nuestro pensamiento: no se puede pensar nada sin pensar en su opuesto (Heritier-Augé, 1996; Bourdieu, 2000). Esto aparece como una modalidad constitutiva de sentido, ya que es gracias a la percepción de esas diferencias que el mundo “adquiere forma” ante nosotros y para nosotros. El género no escapó a esta construcción conceptual dicotómica, aunque sí puso de relieve las diferencias y especificidades socioculturales de los procesos implicados en la organización de “categorías sexuadas” que estructuraron la existencia social de los sujetos según relaciones desiguales de poder.
El sistema sexo/género
El mundo social está regulado por diversos sistemas, entre los que se destaca el “sistema sexo-género”, definido por Gayle Rubin como “conjunto de disposiciones por las cuales el material biológico bruto del sexo y la procreación es moldeado por la intervención humana y social, y satisfecho según convenciones sociales” (1975, p.14). Este constructo teórico contribuyó a que se pudiese inteligir el modo en que las regulaciones culturales construyen modos de vincularidad y de subjetivación, en tanto intervienen en las relaciones significantes de poder, en la división sexual del trabajo, en el funcionamiento de las estructuras de parentesco y en el establecimiento de una ordenación jerárquica de los géneros, que perdura en el tiempo. (1)
El sistema sexo-género se constituye como un modo esencial en que la realidad social se organiza, se divide simbólicamente y se vive experimentalmente, en tanto “red mediante la cual el self desarrolla una identidad incardinada, una determinada forma de estar en el propio cuerpo y de vivir el cuerpo” (Benhabib, 1992, p. 39). El self, el sí mismo, desarrolla una identidad vinculada de manera permanente a algo que ya está organizado previamente, y “deviene Yo al tomar de la comunidad humana de la que es parte, un modo de experimentar la identidad corporal, psíquica, social y simbólicamente” (Benhabib, 1992, p. 45). Lo organizado previamente tiene que ver con lo sociohistórico-cultural: la cultura ha acuñado representaciones, mandatos, normas y símbolos que, al ser internalizados por los sujetos, troquelan definiciones simbólicas acerca del ser y del deber ser, respecto a la adecuación al género, a la raza, y a la clase. Todo ello se da en el marco de una relación dialéctica entre sujeto y sociedad.
La construcción social de la realidad
La sociedad debe ser considerada desde una perspectiva dual, en donde hay una facticidad objetiva que actúa sobre el individuo, pero a la vez existe una realidad subjetiva que se externaliza, modificando lo social (Berger y Luckmann, 1966). El proceso dialéctico existente entre la sociedad y el hombre permite entender a la sociedad como una realidad objetiva (2), es decir, exteriorizada –emancipada de los actores que la producen, experimentada como algo distinto a un producto humano– y objetivada; pero a la vez es también una realidad subjetiva: la sociedad es internalizada por el hombre. Por ello, el ser humano