Ser varón en tiempos feministas. María Gabriela Córdoba

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Ser varón en tiempos feministas - María Gabriela Córdoba Conjunciones

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propias las experiencias externalizadas por otros y objetivadas mediante el lenguaje a través de su pasaje por diversas instituciones. En consecuencia, el niño debe internalizar y asumir el mundo en el que ya viven otros, lo que se realiza mediante el proceso de socialización, que supone una socialización primaria (que es la primera por la que el individuo atraviesa en la niñez y mediante la cual se convierte en miembro de la sociedad) y una socialización secundaria (que se refiere a cualquier proceso posterior que induce al individuo ya socializado a nuevos sectores de su sociedad).

      La socialización primaria supone algo más que un aprendizaje puramente cognoscitivo, ya que se efectúa en circunstancias de enorme carga emocional. Todo individuo nace en una estructura social objetiva donde encuentra a los otros significantes, personas encargadas de su socialización, y que generalmente son los padres. Estas figuras le son impuestas: el niño no interviene en su elección y se identifica con ellos sin deliberación alguna. Estos otros significantes son los encargados de presentar la sociedad como una realidad objetiva, pero a la que “filtran” según la particular posición que ocupan dentro de la estructura social y también en virtud de su idiosincrasia, o sea, del particular carácter y de las particulares creencias de cada uno. El niño internaliza el mundo que le muestran sus otros significantes como el único que existe y que se puede concebir.

      Asimismo, se produce en su conciencia una progresiva abstracción que implica generalizar las actitudes individuales de los miembros de la sociedad e internalizarlas, para conformar así un otro generalizado en su conciencia. Esto estructura una identidad con nueva coherencia; el individuo se encuentra en posesión subjetiva de un yo o un sí mismo (self) e incorpora diversos roles y actitudes reinantes en su cultura, dando lugar a que esos aspectos internos persistan en permanente y simultánea comunicación con la realidad objetiva y con los otros. Por lo tanto, el “sí mismo” es una organización subjetiva que se configura en relación con los demás, en interacción. Lo individual como propio, pero siempre en referencia a la estructura común del grupo social.

      Cuando un individuo ingresa a nuevos sectores del mundo objetivo de su sociedad, debe aprender los papeles específicos que allí se juegan, con sus particulares códigos lingüísticos y comportamientos de rutina. Las instituciones poseen tanto un cuerpo de conocimientos de receta (que define los roles específicos que se han de desempeñar allí) como pautas específicas de comportamiento apropiadas, que orientan las conductas de las personas en tanto se refieren a lo que hay que saber para llevar a cabo los propósitos pragmáticos del presente y del futuro (Berger y Luckmann, 1966). De este modo, los sujetos aprenden los ordenamientos sociales propios del colectivo social que conforman e internalizan esquemas motivacionales e interpretativos de la realidad, útiles para el desempeño cotidiano, para comprender a sus semejantes y para aprehender al mundo en cuanto realidad significativa y social. Y es en ese interjuego yo-otros que el lenguaje, en tanto sistema capaz de simbolizar y representar la realidad, transmite los conocimientos necesarios para que se produzca un entendimiento mutuo.

      La producción colectiva de las representaciones sociales

      Emile Durkheim desarrolló el concepto de representaciones colectivas al afirmar que existe todo un sistema representacional, constituido por formas de conocimiento o ideación construidas socialmente, que permite que “los hombres se comprendan y las inteligencias penetren las unas en las otras” (Durkheim, 1984/1912, p. 405).

      Y aunque las representaciones colectivas se producen gracias a acciones de intercambio de conciencias individuales, las sobrepasan, volviéndose autónomas y circulando a través del lenguaje. Permiten así comprender y pensar mediante categorías que se imponen a la experiencia individual, y que constituyen un sistema organizado de conceptos compartidos, transmisibles y reproducibles en la sociedad, dotados de una fuerza constreñidora que, al imponerse a las personas, dan la sensación de poseer la misma objetividad que las cosas naturales. De ello se puede deducir que la presión que el grupo social ejerce por sobre sus miembros les impide la posibilidad de juzgar en libertad las representaciones colectivas elaboradas, lo que da lugar a un conformismo lógico omnipresente, a la vez que dota a los individuos de un saber social que les sería imposible de alcanzar por sus propios medios.

      En el siglo XX, el concepto de representación colectiva es retomado por una de las líneas de la Psicología Social europea, para restituir la dimensión social en la investigación psicológica, enfocándose en el sujeto y sus interacciones. Serge Moscovici realizó una reformulación teórica que sistematizó como teoría de las representaciones sociales, considerándolas constructos cognitivos generados en la interacción cotidiana que posibilitan que los individuos signifiquen todas las circunstancias que acontecen en el mundo simbólico donde viven, tornando como familiar lo desconocido y perceptible lo imperceptible (Moscovici, 2003), al proveer a los miembros de un código compartido que les permite nombrar y clasificar sin ambigüedades los aspectos de su mundo y de su historia individual y grupal.

      Las proposiciones teóricas de Moscovici sobre representaciones sociales fueron la base de elaboraciones posteriores, entre las que se destacan la corriente desarrollada en París por Denise Jodelet y la liderada por Jean-Claude Abric, en Francia.

      En las producciones de Jodelet, la representación social aparece como un conocimiento socialmente elaborado y compartido, constituido a partir de las experiencias, las informaciones y los modelos de pensamiento que se reciben y transmiten a través de la tradición, la educación y la comunicación social. Se constituyen como sistemas de referencia que permiten interpretar lo que sucede y dar sentido a lo inesperado; son “categorías que sirven para clasificar las circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver” (Jodelet, 1985, p. 472), constituyendo de este modo un mundo del sentido común, que se da por supuesto y no se cuestiona. Los sujetos pueden interpretar los sucesos y acontecimientos del mundo social valiéndose de las representaciones sociales, que les permiten categorizar y significar las múltiples circunstancias que acontecen, y gracias a ello el mundo social se naturaliza y adquiere sentido.

      Abric (1994) desarrolla distintas funciones de las representaciones sociales, entre las que se destacan las funciones de conocimiento, de orientación, justificatoria e identitaria.

      Las representaciones permiten a los actores adquirir nuevos conocimientos y asimilarlos a sus esquemas cognitivos, por lo que la función de conocimiento faculta comprender y explicar la realidad. Además, al delimitar las referencias comunes, las representaciones permiten el intercambio y la comunicación social, la transmisión y la difusión del conocimiento. Como las representaciones guían los comportamientos y las prácticas al definir tanto un sistema de anticipaciones y expectativas como la finalidad de una situación, cumplen con la función de orientación del sujeto, a la vez que permiten justificar un comportamiento o toma de posición, explicar una acción o una conducta asumida. Asimismo, las representaciones tienen una función identitaria: participan en la definición de una identidad personal y social acorde al sistema de normas y valores del colectivo social al que pertenecen, que se encuentra históricamente determinado.

      En otras palabras, las representaciones sociales son producidas colectivamente, resultantes del proceso de interacción de individuos que comparten un mismo espacio social expresando, a través de ellas, las normas, los estereotipos y los prejuicios de la colectividad de la cual son producto. De este modo, operan como marco de interpretación del entorno, regulan las vinculaciones con el mundo y los otros, orientan las conductas y las comunicaciones, y tienen un importante rol en la definición de las identidades personales y sociales, en un interjuego de interpretación del objeto y expresión del sujeto.

      Pero es importante aclarar que la representación social involucra un proceso generativo y constituyente: las personas no solo reproducen mecánicamente las representaciones naturalizadas, sino que producen y transforman los conocimientos que poseen sobre la realidad, a la vez que integran esos significados a su cuerpo de creencias y conocimientos preexistentes. Por lo tanto, a pesar de que el pensamiento de sentido común adopta actualmente un carácter plural, diverso y heterogéneo, no significa

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