Ser varón en tiempos feministas. María Gabriela Córdoba

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Ser varón en tiempos feministas - María Gabriela Córdoba страница 9

Ser varón en tiempos feministas - María Gabriela Córdoba Conjunciones

Скачать книгу

generados. Ante esta coexistencia de saberes, Moscovici propone tres tipos de representaciones sociales: las “hegemónicas”, de carácter amplio, uniforme y restrictivo, “que prevalecen implícitamente en toda práctica simbólica o afectiva” (Moscovici,1985, p. 221); las “emancipadas” de índole más independiente, parcial, específica de subgrupos; y otras llamadas “polémicas”, esencialmente opuestas y discordantes, que no son compartidas por el conjunto social.

      Jodelet (2015) considera que, mediante procesos cognitivos y emocionales, los individuos se apropian de las representaciones sociales, a la vez que participan en su configuración. Aquí resulta necesario distinguir entre las representaciones que el sujeto elabora activamente respecto de las que integra pasivamente, en el marco de las rutinas o presionado por la tradición o la influencia social. Los sujetos, según su grado de adhesión y de afiliación a los espacios sociales en los que se mueven, se apropiarán de las representaciones en mayor o menor grado, alejándose, adhiriéndose o sometiéndose a ellas. Según las pertenencias sociales, los compromisos ideológicos o los sistemas de valores referenciales, un mismo acontecimiento puede movilizar representaciones diferentes, que generarán en los sujetos interpretaciones que pueden ser objeto de debate y desembocar en situaciones de consenso o de disenso.

      Cuando las personas internalizan representaciones en su subjetividad, incorporan también los ideales propuestos para el yo desde la cultura, que originan prescripciones explícitas e implícitas que se pondrán luego en juego, naturalizadas, al momento de interactuar con otros en la vida cotidiana y de llevar adelante sus prácticas.

      Las representaciones como interfaz entre lo social y lo subjetivo

      Las representaciones, en tanto portadoras de significados sociales, se constituyen como el material significante básico para conformar la subjetividad, al permitir la elaboración de una identidad acorde al sistema de normas y valores del colectivo social al que el sujeto pertenece, en un proceso continuo de interiorización de lo exterior y de exteriorización de lo interior, que constituye y reconstituye a los sujetos a lo largo de la vida.

      Las representaciones sociales respaldan órdenes raciales, sociales, étnicos y sexuales (entre otros) por medio de los cuales los sujetos son construidos y posicionados dentro de distintas relaciones de poder que tienen lugar en lo sociocultural. La posición de las representaciones sociales, entonces, no es ni de dominio social, ni de dominio individual: se trata de una posición de interfaz o pasarela entre ambos. De este modo, esta noción permite un desplazamiento del plano social al individual, y desde el individuo al entendimiento del colectivo que forma parte.

      En tanto las representaciones configuran un conjunto de convenciones y consensos acerca del significado colectivamente aceptado del mundo social –que determina lo que es o no es posible entre quienes habitan este mundo–, participan en los diferentes procesos de socialización e interacción al configurar sentidos subjetivos a la representación: se trata de marcos de referencia que permiten entender el mundo y conducirse en él, que se organizarán de forma diferenciada en cada subjetividad.

      Como parte del marco representacional y mediante acuerdos sociales establecidos y sentidos subjetivos determinados, las representaciones sociales se organizan en un sistema de diferencias sexuadas: el sistema sexo/género que, constituido por dos categorías exclusivas, antagónicas y excluyentes, construye socialmente la masculinidad y la feminidad con una eficacia contundente. La diferencia anatómica entre machos y hembras actúa como referente de las ideas, representaciones y prescripciones sociales que se atribuirán a varones y mujeres, que aparecen como una modalidad constitutiva de sentido que “le da forma” al mundo ante los sujetos.

      Las representaciones de la diferencia sexual se erigieron a lo largo de un proceso histórico de construcción social que comenzó en la modernidad. El desarrollo industrial capitalista supuso una división de roles y de espacios, a partir de los que surgieron representaciones sociales binarias: las mujeres fueron presentadas como las encargadas de las funciones nutricias, de cuidado y sostén emocional, mientras que los hombres fueron representados como los encargados de llevar el sustento al hogar y de detentar el poder.

      Por lo tanto, el modelo socialmente compartido de masculinidad y de feminidad que crean las representaciones sociales de género asigna a hombres y mujeres una serie de atributos, prácticas, ideas y discursos que van más allá de lo biológico/reproductivo. Allí se encuentran implícitos un conjunto dicotómico de rasgos de personalidad, roles, características físicas y ocupaciones que ocasionaron la conformación de estereotipos con un gran poder regulatorio de los géneros y sus manifestaciones en todas las áreas de la vida, reprimiendo y sancionando cualquier expresión que se aparte de “lo reglamentado” y dando lugar a “expectativas de género”, es decir, a referentes culturales que se ponen en juego en la socialización de niñas y de varones, y que tienen múltiples efectos sobre la subjetividad y la salud de cada uno de ellos.

      ¿Qué suponen e incluyen los modelos tradicionales de género? Para lo femenino, las representaciones sociales se estructuran en relación con los valores de la maternidad y la conyugalidad, en una posición de marcada asimetría con los varones. Así, se espera que las mujeres inhiban “las conductas agresivas y el despliegue de sus deseos sexuales, [sean] pasivas con los hombres, nutrientes y receptivas” (Burin, 2002, p. 197), que fomenten su atractivo físico y mantengan una respuesta emocional cálida y amistosa, gracias al “poder de los afectos” que se despliega en el ámbito privado.

      En el caso de los hombres, los mandatos culturales los representan en el espacio público, encargados de la manutención económica y de la protección. Por eso, “los varones han de ser agresivos sexualmente, de respuestas prontas al ataque de otros, independientes en las situaciones problemáticas; deberán suprimir sus emociones intensas, especialmente de dolor o ansiedad” (Burin, 2002, p. 197). Incluso, se espera un ejercicio de poder o dominio viril, avalado por el hecho de que el orden androcéntrico está tan profundamente arraigado en lo social que no requiere justificación.

      Las representaciones sociales, en su coherencia y estabilidad, responden a la necesidad humana de ordenar y explicar el mundo y tienen una función expresiva, además de circular en el sistema sociocultural mediante normas, símbolos, usos de espacios sociales, organización productiva y división sexual del trabajo. Mediante procesos intersubjetivos que involucran lo subjetivo, lo cognitivo y lo emocional, los individuos se apropian del universo ya constituido de las representaciones genéricas para constituir su identidad, en un proceso mediatizado por las actitudes y por el discurso de los otros significativos, sus cuidadores primarios.

      La internalización de las representaciones sociales de género

      Los otros significativos, en tanto portadores de representaciones sociales que organizan la experiencia social y subjetiva, plasman, sobre el cuerpo de un recién nacido, un sentido de masculinidad o feminidad con enorme poder modelador. En otras palabras, la subjetividad se troquela o construye en un contexto sociocultural en el que la asignación de género que los cuidadores implantan en el infante inaugura proyectos diferenciados para varones y mujeres (Dio Bleichmar, 2012). Se trata de una determinación social binaria y excluyente de lo que uno debe ser, que es asignada desde la estructura asimétrica de la relación adulto-niño, donde los otros significativos establecen un género y proyectan representaciones de género, es decir, mensajes prescriptivos de cómo ser una niña femenina o un niño masculino.

      El imaginario representacional que existe sobre la masculinidad y la feminidad posee una eficacia contundente y coacciona a los sujetos, dando lugar a que estos hiperdesarrollen habilidades y actitudes consideradas propias de su sexo, etnia y/o clase, y que disminuyan o atrofien muchas otras, a partir de modelos de comportamiento excluyentes, definidos por dualismos: masculino/femenino, actividad/pasividad, heterosexualidad/homosexualidad, asertividad/expresividad, igualdad/desigualdad, que enmascaran la heterogeneidad de las categorías y la interdependencia de los términos.

      Las

Скачать книгу