Huellas del pasado. Catherine George

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Huellas del pasado - Catherine George Bianca

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a simple vista?

      –No –le aseguró–. Le garantizo que la casa es buena y las cañerías y la electricidad están en perfectas condiciones. El tejado es nuevo y, a menos que sea por una cuestión de gustos, ni el interior ni el exterior necesitan arreglos o decoración.

      –¿Entonces por qué quieren los dueños vender una casa en la que han invertido tanto?

      –Es una lástima, pero por un motivo muy común. El divorcio.

      –Comprendo. Una pena. Turret House está diseñada para una familia grande.

      –¿Por eso está interesado en ella?

      –No. Soy soltero –se encogió de hombros con un gesto muy francés–. Al menos por ahora. Y como usted es la señorita Grant, supongo que tampoco está casada.

      –Supone bien –cambió de tema–. Entonces, ¿qué más desea saber?

      –Su nombre de pila –dijo, tomándola por sorpresa.

      –Portia –respondió, después de una pausa.

      –¡Ajá! Así que a sus padres les gustaba Shakespeare.

      –Mi nombre no tiene nada que ver con Shakespeare, Monsieur Brissac –respondió con el pulso alterado–. A mi padre le encantaban los coches.

      –¿Comment?

      –Le encantaban los deportivos, el Porsche en particular. Por eso me puso este nombre. Pero como las dos palabras suenan igual en inglés, mi madre insistió en escribirlo P–O–R–T–I–A, como el personaje de Shakespeare.

      –Su padre era un visionario –lanzó una carcajada ronca y divertida.

      –¿En qué sentido?

      –El Porsche es pequeño, elegante y muy eficiente. Es una descripción perfecta de usted. Me gusta mucho su nombre. ¿Me permite que la tutee?

      –Por supuesto, si lo desea –si compraba Turret House, podía dirigirse a ella como quisiese.

      –Entonces, usted debe hacerlo también –el francés se incorporó para hacer una ligera reverencia y se volvió a sentar–. Permítame que me presente. Jean–Christophe Lucien Brissac.

      –Muchos nombres –dijo, alzando las cejas.

      –Me llaman Luc –le informó.

      –No suelo tutear a los clientes –negó con la cabeza.

      –Pero en este caso, si compro Turret House, tendremos que estar en contacto en el futuro, Portia –señaló.

      –¿Va a comprar, entonces?

      –Quizás. Mañana, si mi segunda impresión es tan buena como la primera y si llegamos a un acuerdo con respecto al precio, es probable que hagamos negocios, Portia.

      –Suena muy alentador –hizo un esfuerzo por que no se notara su excitación.

      –Pero hay otra condición para que se haga la venta.

      –¿Condición? –se envaró.

      –Debes decirme la verdad. ¿Tiene Turret House una pega? ¿Un fantasma, Portia? –la miró fijamente un momento y ella descubrió que sus ojos eran de un tono de verde tan oscuro que era difícil distinguirlo del negro de la pupila.

      –Que yo sepa, no –dijo, sin inflexión en la voz–. La casa no es tan antigua como ésta, recuerde. Es más probable que haya fantasmas en Ravenswood que en Turret House.

      –Sin embargo, durante un instante, en la torre creí que te ibas a desmayar –prosiguió–. Y no me digas que te habías quedado sin aliento o que no estabas en forma. La tensión era evidente.

      Portia miró hacia otro lado, luchando con el temor indescifrable que la asaltaba con la mera mención de la torre. Eficiente y profesional, eso era lo que debía ser, recordó y lo miró directamente.

      –Monsieur Brissac…

      –Luc.

      –Vale, Luc. Si compras la propiedad, te garantizo que ni tú ni nadie que viva en la propiedad será molestado por un fantasma. Turret House no está encantada.

      –Alors –dijo lentamente, los ojos fijos en los de ella–. Si me decido a comprarla, ¿me dirás que te alteró tanto hoy?

      –¿Es esa una condición para la venta?

      –No. Pero estoy… interesado. Me di cuenta de tu ansiedad. Me preocupó mucho.

      –Vale. Si te decides a comprar, te lo diré –lo miró, bastante turbada.

      Luc Brissac alargó la mano para estrechar la de ella formalmente.

      –Trato hecho, señorita Portia.

      –Trato hecho –aceptó, y miró las manos entrelazadas, sin querer retirar la suya, pero consciente de que sus dedos le tocaban el pulso que reaccionaba de forma tan traidora a su contacto.

      –Buenas noches, Portia –dijo en voz muy baja y se llevó la mano a los labios antes de soltarla.

      –Si es todo por el momento –se levantó con precipitación–, es hora de retirarme.

      –Que descanses –caminó con ella por el bar casi vacío.

      –Seguro. La habitación es hermosa –dudó, pero luego lo miró a los ojos–. Gracias por cedérmela. Y por la cena. No era necesaria que me invitases, pero me encantó.

      –Pero te dije que tenía habitaciones reservadas, Portia. Es normal que también te invite a cenar y al desayuno.

      –Si es a mí a quien le interesa que cerremos el trato, ¿no tendría que ser yo quien te invitase? –hizo una pausa al pie de la ancha escalera.

      –Quizás cuando vuelva a Londres para cerrar el trato puedas hacerlo –sonrió.

      Portia sintió que el corazón le daba un vuelco.

      –Por supuesto –dijo rápidamente–. A la agencia le encantará agasajarte.

      –Me refería a ti, Portia –se puso serio–. ¿Es el trato el precio que debo pagar para disfrutar de tu compañía?

      –Dadas las circunstancias, no puedo pensar en una respuesta que no te ofenda –sonrió para suavizar sus palabras–. Y, como intento no ofender a los clientes, sólo te diré buenas noches.

      –Mañana a las ocho. El desayuno estará listo a las siete y media –le devolvió la sonrisa y se inclinó levemente.

      Portia se despertó a la mañana siguiente con tiempo más que suficiente para ducharse, vestirse y hacer la maleta antes del desayuno. Según Ben Parrish, otros clientes no habían mostrado interés en bajar a la cala. Pero algo en la voz de Luc Brissac le había advertido que este cliente sería diferente y había venido preparada con un grueso jersey de lana

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