Huellas del pasado. Catherine George

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Huellas del pasado - Catherine George Bianca

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dio el salto en el pecho al que ya se estaba acostumbrando.

      –Puntualidad británica –dijo, acercándose a recibirla–. Bonjour, Portia. ¿Has dormido bien?

      –Buen día. Muy bien, gracias –respondió.

      Consciente de la discreta curiosidad que causaban en la recepción, Portia le entregó el bolso a Luc, que esa mañana vestía algo más informal: un grueso jersey de cuello cisne y cómodos pantalones de pana rayada.

      Cuando salieron Portia se alegró de la límpida mañana invernal. Turret House daría una mejor impresión con sol.

      Luc guardó el bolso en el maletero del coche de Portia y luego le informó que irían en el Renault que había alquilado.

      –Anoche condujiste demasiado rápido por ese camino estrecho, Portia –dijo, mirándola a los ojos–. ¿Es porque lo conoces bien?

      –Sí –afirmó, y se metió en el coche.

      Cuando llegaron a Turret House, Luc Brissac aparcó el coche en la explanada de grava frente a la casa, agarró una chaqueta de ante de la parte de atrás, y salió para abrirle la puerta a Portia.

      –Parece más bonita que anoche –comentó, mirando la fachada de ladrillo–. La luz diurna es más amable con ella que…. ¿como se dice, crepúsculo?

      Portia abrió la puerta de entrada y lo hizo pasar. La luz reflejaba los cristales de colores de la ventana emplomada en el suelo, un efecto que pareció gustarle a su cliente.

      –De lo más pintoresco –sonrió–. Pero no debo hacer comentarios favorables. Tengo que poner cara seria y desagradable así me bajas el precio.

      Portia sonrió y lo acompañó por las habitaciones de la planta baja, contenta de ver que la luz no mostraba nada que la tensión de la noche anterior le hubiera impedido notar. Luc hizo una pausa en cada habitación para hacer notas, manteniendo a Portia alerta con preguntas hasta el momento en que llegaron a la torre y ella no pudo evitar el conocido temor cuando abrió la puerta de la habitación de abajo.

      –Si no quieres subir hasta la habitación de arriba, Portia, no es necesario –le dijo rápidamente. Los verdes ojos la miraron interrogantes.

      –Estoy bien, en serio –sacudió la cabeza, ejerciendo un control de hierro sobre sus reacciones. Y para demostrárselo, subió la escalera caracol rápidamente y cruzó la habitación hacia las ventanas–. Como he dicho, la vista desde aquí quita el aliento.

      Luc Brissac le estudió el perfil durante un momento y luego miró por la ventana hacia los jardines con sus paseos y setos, el bosque y, más abajo, el borde del acantilado y la franja de arena de la cala junto al mar centelleante bajo el azul cielo invernal. Asintió con la cabeza.

      –Tenías razón, Portia, en un día como hoy se puede perdonar los excesos del arquitecto que construyó Turret House.

      –Mencionaste que querías ve la cala. ¿Tienes tiempo?

      –¿No te lo he dicho? Conseguí retrasar mi viaje hasta mañana. Podemos explorar la cala con calma y luego comeremos juntos para discutir la transacción.

      Portia abrió la puerta del ascensor y entró, no demasiado contenta con su decisión. Luc la siguió, frunciendo el ceño cuando apretó el botón.

      –¿Sientes que te estoy robando demasiado tiempo? –preguntó.

      –No –es el cliente, se dijo–. Si quieres discutir el precio durante la comida, desde luego que retrasaré mi vuelta a Londres. Pero yo pagaré la comida –salió del ascensor en el vestíbulo y se dirigió a la puerta.

      –Ya que fue mi idea, pagaré yo –dijo altanero, siguiéndola.

      –Lo cargaré a mi cuenta de gastos –respondió, meneando la cabeza–. Y sugiero que comamos en un pub por ahí, no en el hotel –añadió con énfasis.

      –¿No te gusta la comida del hotel? –preguntó Luc, esperando cruzado de brazos mientras ella echaba el cerrojo.

      –Claro que sí. Es fantástica –lo guió hasta el fondeo del jardín–. Pero Ben Parrish dice que se come muy bien en el Wheatsheaf, así que pensé que te gustaría probar la cocina inglesa para variar.

      Portia se rió al ver el gesto de horror.

      –Deberías reírte más veces, Portia –dijo Luc, mientras llegaban al sendero que llevaba hacia el acantilado.

      –Ten cuidado, es bastante empinado –respondió ella comenzando a descender el acantilado. Llegó a la playa con la velocidad que da la práctica.

      Cuando Luc Brissac se unió a ella unos minutos más tarde, tenía la respiración agitada y una mirada de acusación en los ojos.

      –¡Ese paso era una locura, Portia! ¡Ni que fueras una cabra montesa! –y luego añadió deliberadamente–: A menos que lo conozcas muy bien –esperó un poco, pero al ver que ella no respondía, miró a su alrededor–. Es encantadora. ¿Hay algún otro acceso?

      –No. El sendero es propiedad de Turret House.

      –En verano ha de ser delicioso. Un valor añadido a la casa.

      –Habría que arreglar el sendero –admitió Portia–, pero se le pueden poner unos escalones y una barandilla en las partes más peligrosas. No todas las casas tienen una cala privada.

      –Es verdad –Luc echó una mirada a las nubes que comenzaban a formarse en el horizonte–. Vamos, Portia, volvamos antes de que comience a llover.

      La subida fue más difícil que el descenso.

      –Como te dije ayer –jadeó Portia– no estoy en forma.

      –Me pareces en perfecta forma. Es un poco temprano para comer, pero quizás tu pub inglés pueda darnos un café.

      –Si hubiera sabido que no te volvías hoy, te habría pedido levantarnos más tarde –dijo Portia según volvían por el jardín.

      –No fue fácil cambiar los planes –se encogió de hombros–, no lo supe hasta hoy por la mañana.

      –¿Por qué cambiaste de idea? –preguntó con curiosidad mientras se metían en el coche.

      –No hubiese tenido tiempo de ver la cala después de volver a inspeccionar la casa. Y era necesario antes de tomar una decisión –se concentró en las cerradas curvas de la avenida–. Además, quería pasar más tiempo contigo. Ahora, dame instrucciones, por favor, ¿dónde está esa posada tuya?

      En el Wheatsheaf les sirvieron un excelente café y más tarde una comida sencilla pero muy bien hecha. Muy diferente a la comida del Ravenswood, pero de muy buena calidad.

      –¡Pero esto está muy bueno! –dijo Luc, comiendo el cordero con anchoas y ajos.

      –El cumplido sonaría mucho mejor sin ese tono sorprendido –rió Portia.

      –Nos tomamos la comida más en serio que vosotros los ingleses –sonrió Luc.

      –Y sufrís

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