Verano venenoso. Ben Aaronovitch

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Verano venenoso - Ben  Aaronovitch Ríos de Londres

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policía? —preguntó Hugh Oswald sin apartar la vista del paisaje—. ¿Para qué?

      —Viene de Londres expresamente para verte. —Puso énfasis en la palabra «expresamente».

      —¿De Londres? —dijo Hugh, que le dio la vuelta a la silla para mirarnos—. ¿De La Locura?

      —Así es, señor —respondí.

      Se puso en pie. Supuse que nunca había sido un hombre corpulento, pero la edad había hecho estragos en él, hasta el punto de que incluso su moderna camisa de cuadros y sus pantalones no ocultaban lo delgados que tenía los brazos y las piernas. Su rostro era alargado y estaba demacrado alrededor de la boca, y sus ojos, de un azul oscuro, estaban hundidos.

      —Hugh Oswald. —Me tendió la mano.

      —Agente Peter Grant.

      Se la estreché. Aunque su apretón fue firme, la mano le temblaba. Cuando me senté, se dejó caer agradecido sobre su propia silla porque le faltaba el aire. Mellissa se quedó rondando por allí cerca, visiblemente preocupada.

      —El estornino de Nightingale ha venido volando directamente de Londres —dijo.

      —¿Estornino? —pregunté.

      —¿Eres su nuevo aprendiz? —inquirió él—. El primero en… —Deslizó la mirada por el jardín como si buscara alguna pista—. Cuarenta, cincuenta años.

      —Más de setenta años —repuse, y además era el primer aprendiz oficial desde la Segunda Guerra Mundial. Había habido otros aprendices extraoficiales desde entonces…, uno de los cuales había intentado matarme hacía no mucho tiempo.

      —Bueno, pues entonces que Dios te ayude —contestó, y se volvió hacia su nieta—. Tomemos el té y alguno de esos… —se detuvo y frunció el ceño—, panecillos esponjosos, ya sabes a qué me refiero. —Se despidió de ella con la mano.

      La observé mientras se dirigía de vuelta a la torre; tenía una cintura inquietantemente estrecha y el contoneo de sus caderas era prácticamente erótico, al estilo de un dibujo animado.

      —Tortitas —dijo Hugh de repente—. Así se llaman. ¿O son crumpets?2 Da igual. Estoy seguro de que Mellissa nos lo aclarará.

      Asentí sabiamente y esperé.

      —¿Cómo está Thomas? —preguntó Hugh—. He oído que se las ha ingeniado para que le disparen de nuevo.

      No estaba seguro de cuánto quería Nightingale que Hugh supiera acerca de lo que los policías llamamos «asuntos operacionales», también conocidos como «cosas que no queremos que sepa la gente», pero yo tenía curiosidad por saber cómo lo había descubierto Hugh. No había nada en relación a ese incidente en particular que hubiera llegado a los medios, de eso no me cabía duda.

      —¿Cómo se ha enterado de eso? —pregunté. Eso es lo bueno de ser policía: no te pagan por tener tacto. Hugh me dedicó una pequeña sonrisa.

      —Vaya, todavía quedan suficientes de los nuestros como para organizar una radio macuto que funcione —dijo—. Aunque los locutores empiecen a marchitarse. Y puesto que Nightingale es el único de nosotros que realmente hace algo digno de mención, se ha convertido en nuestra principal fuente de cotilleo.

      Me recordé a mí mismo que tenía que sonsacar a Nightingale la lista de esos vejestorios para convertirla en una base de datos como Dios manda. La «radio macuto» de Hugh podría ser una útil fuente de información. De haber estado cuatro puestos por encima en la jerarquía, lo habría considerado una oportunidad para obtener recursos adicionales de inteligencia, mediante una mayor participación de los interesados. Pero soy un simple agente, así que no lo hice.

      Mellissa regresó con el té y con lo que yo sin duda habría llamado crumpets. Nos sirvió la infusión de una tetera achaparrada y redonda escondida bajo una funda de ganchillo roja y verde con forma de gallo. Su abuelo y yo bebimos de las delicadas tazas de porcelana con sauces dibujados; ella se lo sirvió de una taza con el eslogan «Orgulloso de la BBC».

      —Échese el azúcar que quieras —dijo Mellissa; después se encaramó a una de las sillas y empezó a cubrir de miel los crumpets. La miel salió de un tarrito redondo con la palabra «Hunny»3 escrita en un lado.

      »Pruébela —dijo mientras colocaba un crumpet delante de su abuelo—. La producen nuestras propias abejas.

      Tenía la taza a medio camino de los labios, pero titubeé. La bajé hasta colocarla de nuevo sobre el plato y miré a Hugh, que pareció desconcertado durante un segundo y después sonrió.

      —Pues claro —dijo—. ¿Qué ha sido de mis modales? Por favor, come y bebe libremente, sin ninguna clase de obligación, etcétera, etcétera, etcétera.

      —Gracias —respondí, y volví a levantar la taza.

      —¿En serio hacéis esas cosas? —preguntó Mellissa a su abuelo—. Pensaba que te lo habías inventado todo. —Se volvió hacia mí—. ¿Qué le preocupa que pase exactamente?

      —No lo sé —respondí—. Pero tampoco tengo prisa por averiguarlo.

      Di un sorbo al té. Estaba bien cargado, gracias a Dios. Me encanta el té suave, pero después de un rato en la carretera te apetece algo un poco más fuerte que un Earl Grey.

      —Bueno, Peter, cuéntame —dijo Hugh—. ¿Qué trae al estornino tan lejos de las nieblas de Londres?

      Me pregunté cuándo me había convertido en «el estornino» y por qué todo el mundo que era alguien dentro de la comunidad sobrenatural tenía tantos problemas para utilizar los nombres propios.

      —¿Escucha usted las noticias? —pregunté.

      —Ah, ya —contestó Hugh, y asintió—. Las niñas desaparecidas.

      —¿Qué tiene eso que ver con nosotros? —preguntó Mellissa.

      Suspiré; las tareas policiales serían mucho más sencillas si la gente no tuviera familiares preocupados. Para empezar, la tasa de asesinatos sería mucho más baja.

      —Solo es una comprobación rutinaria —dijo.

      —¿Sobre mi abuelo? —indagó Mellissa. Vi que empezaba a enfadarse—. ¿A qué se refiere?

      Hugh le sonrió.

      —En realidad, es bastante halagador; es evidente que me consideran lo bastante poderoso como para ser una amenaza pública.

      —¿Una amenaza para los niños? —añadió Mellissa, y me miró.

      Me encogí de hombros.

      —De verdad que es un procedimiento completamente rutinario —afirmé. De la misma manera en que colocamos a los seres más queridos y cercanos de las víctimas en la lista de sospechosos o recelamos de los parientes que se ponen a la defensiva cuando hacemos preguntas que están justificadas. ¿Era justo? No. ¿Estaba justificado? Quién sabe. ¿Son tareas policiales? Haz alguna pregunta estúpida.

      Lesley siempre decía que yo no era

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