La noche del dragón. Julie Kagawa

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La noche del dragón - Julie Kagawa La sombra del zorro

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      ESPADAS EN LA OSCURIDAD

      Yumeko

      Estaba preocupada por Tatsumi.

      No porque fuera un demonio. O un mediodemonio. O porque un demonio compartiera su mente con él. En realidad, todavía no estaba segura de qué era Tatsumi, exactamente. Y tampoco creía que él supiera si era más oni que humano, más Hakaimono que Kage Tatsumi. En realidad no me preocupaba que se volviera contra nosotros en medio de la noche, aunque sabía que su presencia ponía muy nerviosos a Reika ojou-san y a los otros. Ninguno de ellos, ni siquiera Okame-san, se sentía cómodo teniendo a un oni entre nosotros. Reika ojou-san refunfuñaba porque yo estaba siendo demasiado ingenua y porque no se podía confiar en un demonio, dado que éstos eran malvados y traicioneros, y porque yo era una tonta por bajar la guardia. Y tal vez sí estaba siendo ingenua, pero había visto la verdadera alma de Tatsumi, su fuerza y su brillo, y ahora sabía que él haría todo lo posible para no caer preso del salvajismo de Hakaimono.

      No, yo no estaba preocupada de que él nos pudiera traicionar. Me preocupaba que su culpa y el miedo a aquello en lo que se había convertido lo llevaran a alejarse para mantenernos seguros. Esa noche, Tatsumi se deslizaría calladamente en las sombras, y nunca lo volvería a ver. Conociendo a Tatsumi, intentaría encontrar y enfrentarse a Genno por su cuenta, y aunque el asesino de demonios era increíblemente fuerte, no sabía si podría destruir solo al Maestro de los Demonios y a su ejército de monstruos, magos de sangre y yokai.

      Oh, Tatsumi Yo te ayudaría si me lo permitieras. No tienes que enfrentarte a Genno solo. Ya has estado solo el tiempo suficiente.

      —¿Yumeko-chan?7

      Parpadeé y levanté la vista. Okame-san estaba sentado con las piernas cruzadas delante de mí, una mano en el cubilete que estaba boca abajo entre nosotros, y una mirada expectante en el rostro.

      —Es tu turno —dijo.

      —Oh —miré el recipiente de bambú bajo sus dedos y me pregunté qué debía hacer. La verdad es que no había escuchado la explicación—. Gomen… ¿cuáles eran las reglas otra vez?

      —Es fácil, Yumeko-chan —sonrió el ronin—. Dices “cho” si crees que los dados sumarán número par, o “han” si crees que los números sumarán impar. Eso es todo.

      —¿Eso es todo? —ladeé la cabeza—. Parece un juego muy simple, Okame-san.

      —Confía en mí, no lo es cuando hay un imperio de monedas en juego.

      —Yo no veo ninguna moneda. ¿Se supone que deberíamos usarlas?

      —Sólo si quieres… ¡Ite! —Okame hizo una mueca cuando Reika ojou-san se estiró y golpeó la parte posterior de su cabeza de nuevo—. Auch, ¿por qué hiciste eso?

      —Yumeko es capaz de convertir las hojas en dinero y crear oro a partir de guijarros —dijo con calma la doncella del santuario—. ¿En verdad quieres enseñarle a una kitsune los vicios del juego?

      Yo no tenía idea de qué estaban hablando, pero de pronto los pelos de mis orejas y mi cola se erizaron, y una onda de magia recorrió el aire, fría, oscura y familiar. Medio segundo después, las llamas en la hoguera se desvanecieron, como si alguien hubiera apagado una vela, y la cueva se hundió en la oscuridad.

      Me puse en pie, oí a mis compañeros saltar también, y levanté la mano para enviar un pulso de magia de zorro al aire. Al instante, una llama azul y blanca de kitsune-bi apareció en la palma de mi mano e iluminó el lugar con un resplandor fantasmal…

      … revelando la docena de shinobi que nos rodeaban. Sus figuras oscuras parecían derretirse desde las sombras de la cueva, con las cuchillas prestas para atacar. Por un momento, se quedaron congelados, como sorprendidos por la repentina llamarada de luz cuando habían esperado la oscuridad total. Grité, Okame-san gritó y Daisuke-san se giró, desenvainó su espada en un instante y decapitó al shinobi que estaba detrás de él con el cuchillo en alto para cortarle la garganta.

      El caos estalló en los estrechos confines de la cueva. Las voces gritaban, las cuchillas se agitaban y las formas oscuras titilaban erráticamente a la luz del kitsune-bi. Lancé la esfera de fuego fatuo al aire, giré y me encontré cara a cara con un shinobi enmascarado que intentaba apuñalarme. Retrocedí, choqué con alguien, con suerte un amigo, y extendí mis manos hacia mi atacante. El fuego fatuo rugió, y el guerrero de las sombras se alejó, sin darse cuenta de que las llamas fantasmales no podían lastimarlo. Antes de que pudiera recuperarse, metí la mano en mi obi, tomé una de las hojas que había colocado dentro y la lancé al aire cuando el shinobi levantó la vista. Hubo una silenciosa explosión de humo, y apareció otra Yumeko que dio un paso adelante para enfrentar al guerrero de las sombras.

      El shinobi vaciló un momento, claramente desconcertado, pero luego sus ojos se endurecieron y atacó con su espada… a la otra Yumeko, que dejó escapar un convincente grito de dolor antes de derrumbarse, para luego desvanecerse como el humo al golpear el suelo. El guerrero vestido de negro frunció el ceño cuando la ilusión desapareció en la niebla, luego me miró y la confusión se convirtió en furia. Levantó su espada y se tensó para arremeter.

      Una espada, llena de fuego púrpura, surgió de su pecho, lo levantó y lo arrojó lejos. Parpadeé y alcé la vista mientras Tatsumi, con los ojos y los cuernos brillando con un rojo ominoso, sacudía la sangre de su espada y se encontraba con mi mirada.

      —¿Estás bien, Yumeko?

      —Ayuda a los demás —grité.

      Tatsumi saltó más allá de mí con un gruñido, cortó a otro asaltante en dos, y la luz purulenta de Kamigoroshi se unió al parpadeante kitsune-bi en las paredes de la cueva.

      Un grito detrás de mí hizo que se me fuera el alma al piso. Di media vuelta y le lancé una esfera de fuego fatuo al shinobi más cercano, que tenía a Reika ojou-san contra la pared, espada en alto. Las llamas estallaron contra el costado de su cabeza y esto lo hizo tambalearse y retroceder. La doncella del santuario empujó entonces un ofuda en su dirección con un grito, y lo azotó contra la pared opuesta. Él saltó de las piedras y levantó la mirada justo cuando una hoja brillante atravesaba su vientre, para luego dejarlo resbalar húmedamente hacia el piso. Tatsumi continuó, en medio del caos. Traté de seguirlo, pero en las luces danzantes sólo conseguía ver un movimiento frenético, las siluetas de amigos y enemigos que se precipitaban por el piso y el relampagueo metálico en la oscuridad. Sin embargo, uno por uno, los shinobi se sacudieron y colapsaron. La sangre rociaba el aire mientras un demonio vengativo se movía a través de sus filas como un torbellino de muerte.

      Los últimos shinobi cayeron, uno destazado por Tatsumi, el otro decapitado por Daisuke-san, en el centro del lugar. Los dos hombres giraron, todavía buscando oponentes, y sus cuchillas se encontraron con un chirrido de metal y chispas. Por un instante, se quedaron así enfrentadas, demonio y maestro espadachín, Tatsumi con sus ojos brillantes, y Daisuke con una expresión vidriosa y un rostro lívido. Ambos parecían completamente peligrosos. Mi corazón latió con fuerza y me pregunté, por una fracción de segundo, si continuarían su lucha y se harían pedazos, si el atractivo de la batalla era demasiado para evitarlo.

      —Eh, ¿Daisuke-san? ¿Kage-san? —la voz de Okame-san rompió el repentino silencio—. La pelea ya terminó. Pueden dejar de mirarse el uno al otro en el momento que quieran.

      Despacio, los dos bajaron sus espadas y retrocedieron, aunque ninguno parecía ansioso por abandonar

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