Amigo o marido. Kim Lawrence
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–Como empieces con tus razonamientos optimistas, te arriesgas a que te estrangule –le advirtió Rafe en tono sombrío.
–¡Qué miedo! Mira cómo tiemblo.
Rafe contrajo la mandíbula al ver el brillo burlón en los ojos de Tess, y se sorprendió pensando en lo difícil que sería hacerle temblar de verdad… ¡y no estaba pensando en tácticas intimidatorias! Aunque lo que se le estaba pasando por la cabeza lo asustaba un poco. Si quería aplacar su frustración con alguien, no podía hacerlo con Tess.
–No hay mal que por bien no venga –dijo Tess en tono pensativo–. Hace tiempo que tenías pendiente una lección de humildad.
–Entonces, te daré un buen motivo para reír, ¿quieres? –le espetó Rafe con furia–. La mujer con la que quería pasar el resto de mi vida y tener hijos ha decidido no dejar a su marido –la exclamación de sorpresa de Tess pudo oírse en el breve y tenso silencio que sucedió a sus palabras–. ¿Te parece suficiente humillación?
Capítulo 2
ESTABAS saliendo con una mujer casada? –Tess no sabía qué era lo que más la incomodaba, si ese hecho o el que Rafe hubiese estado pensando en esponsales y en bebés–. ¿Quieres tener hijos?
Rafe, que había lamentado su insólita confesión nada más pronunciarla, se pasó una mano por el pelo con ademán enérgico mientras Tess, después de apartarse de él como si tuviera una enfermedad contagiosa, lo miraba con la expresión que sin duda reservaba para los depravados. Rafe reprimió el impulso de señalar que ella tampoco era una santa.
–No es que me apasione la idea –Rafe no comprendió por qué su respuesta sarcástica hizo retroceder aún más a Tess–. Y, para que lo sepas, no supe que estaba casada hasta que no fue demasiado tarde –no sabía por qué diablos le estaba dando explicaciones.
–¿Demasiado tarde para qué?
Rafe frunció el ceño ante aquella persistencia.
–¡Demasiado tarde para no enamorarme! –rugió.
Vio cómo a Tess le temblaban sus suaves labios y una expresión melancólica se adueñaba de sus rasgos casi bonitos. «Cielos, lástima no, por favor», pensó Rafe con una mueca de repulsión.
–¿Qué haces? –preguntó Tess.
–Necesito sentarme, y yo diría que tú también.
Tess miró con recelo la mano con la que Rafe la había agarrado del brazo, pero decidió no oponerse: descubrió que ella también necesitaba sentarse. No estableció ninguna relación inmediata entre la taza de licor medio vacía que todavía sostenía en la mano y el temblor de sus rodillas.
Rafe se alegró al descubrir que la operación limpieza de Tess no se había extendido al pequeño salón de vigas de roble. Empujó a un gato dormido del sofá mullido y barato y se sentó con un gruñido. El gruñido se convirtió en un grito de dolor y se levantó dando un respingo. Un rápido escrutinio debajo del cojín bastó para extraer el objeto responsable de su humillación. Sostuvo en alto al culpable, un viejo tractor de tres ruedas.
–Lo he buscado por todas partes –dijo Tess. Tomó el juguete de los dedos de Rafe y lo meció contra su pecho.
–¿Estás llorando? –preguntó Rafe con recelo. No relacionaba con Tess las lágrimas de mujer, ni los senos aún más de mujer, y aquella noche estaba presenciando ambos hechos. Su vaga sensación de incomodidad se intensificó.
Tess le dio la espalda con brusquedad y guardó el juguete en un cofre de alegres colores que se encontraba en un rincón del salón. Se pasó los nudillos por las mejillas húmedas y volvió junto a él.
–¿Y qué si lloro? –gruñó con rebeldía. A Rafe se le pasó una idea desagradable por la cabeza.
–Ben se encuentra bien, ¿verdad? –una imagen de un bebé manchado de baba surgió en su mente, y sintió una inesperada oleada de afecto–. ¿No estará enfermo o algo así?
Se le ocurrió pensar, como tal vez debería haber hecho antes si era el amigo que aseguraba ser, que debía de ser muy duro para Tess criar sola a su hijo. Ben no podía ser ya un bebé, debía de tener… ¿qué edad? Un año por lo menos.
–Ben se encuentra bien. Está durmiendo arriba, en su cuarto –las lágrimas empezaron a fluir de nuevo y Tess se sentía incapaz de contenerlas, así que abandonó cualquier intento de parecer dueña de sí… de sus lágrimas, de su vida, ¡de cualquier cosa!
–Pero ocurre algo malo.
–No sueles señalar lo evidente –graznó. Rafe exhaló un suspiro indulgente.
–Será mejor que me lo cuentes.
–¿Para qué? –preguntó Tess con una pequeña carcajada histérica–. ¡No puedes ayudarme!
–Mujer de poca fe.
–Nadie puede –insistió con voz lúgubre. El alcohol había derribado todas sus defensas de un plumazo. Sin levantar la cabeza para mirarlo, la apoyó en el pecho sólido y amplio que, de repente, estaba muy a mano. Con los ojos fuertemente cerrados, apenas consciente de lo que hacía, le dio uno, dos y tres puñetazos en el hombro.
En un nivel profundo del inconsciente que registraba detalles ajenos a su desgracia, el cerebro de Tess estaba almacenando información irrelevante, como la firmeza de los músculos de Rafe y su fragancia.
–¡No soporto la idea de perderlo! ¡No lo soporto, Rafe! –sollozó en un susurro atormentado.
La angustia de Tess le hacía sentirse impotente. Impotente y ¡un canalla! Tess se estaba poniendo literalmente en sus manos, exhibiendo una confianza en él que tenía todo el derecho del mundo a esperar si realmente era el amigo que afirmaba ser. Por eso, la reacción de su cuerpo a la mujer suave y fragante que estaba abrazada a él tomaba aún más el cariz de una traición.
–¿Perder a quién? ¿A tu veterinario? –inquirió. La asió por los hombros y la zarandeó con suavidad.
–¡No se puede perder lo que nunca se tuvo y ni siquiera se quiere! ¿Es que no me escuchas? –le preguntó Tess con ardor.
–¿Entonces, a quién o qué has perdido?
–He perdido mis inhibiciones… Debe de ser el licor.
–Deja de bromear.
Estupendo. Si prefería las lágrimas, las tendría.
–No quiero perder a Ben.
–No vas a perder a Ben –la tranquilizó Rafe en tono confiado.
Rafe siempre creía que lo sabía todo. ¡Pues en aquella ocasión, no! Tess alzó con furia la cabeza. Las lágrimas brillaban en las puntas de sus pestañas.
–Claro que voy a perderlo. ¡Chloe quiere quedarse con él! –gimió.
Rafe