Hola Guille. Gloria Candioti

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Hola Guille - Gloria Candioti Zona Límite

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había estado insoportable. Había aceptado no decir que estaban “saliendo” como él le había pedido, pero todo el tiempo quería tenerlo cerca, no le sacaba los ojos de encima. Después de la pelea en la calle entre Paula y sus compañeras, sus compañeros la habían recibido con una guerra declarada en las miradas. Ninguno le habló y Guille tuvo que llenar ese vacío que se cortaba con navaja.

      —¿Guille, volviste del cole? –gritó Josefina desde la cocina.

      Josefina, la mamá de Guille, era maestra en una escuela pública. Hacía dos turnos: mañana y tarde. El almuerzo en su casa era sagrado. El único momento en el que podía compartir con su hijo. Por la noche, llegaba tarde y cenaba con su marido pasadas las diez de la noche.

      —Ya voy, ma.

      Se sentaron a comer. Josefina siempre quería saber y su hijo era un chico de contar, decía ella orgullosa. Pero esta vez, Guille no tenía ganas de volver a escuchar lo que su madre pensaba de Paula. Se había enterado de todo el asunto de las redes y no tenía ganas de sus comentarios.

      —¿Volvió Paula? Era hoy, ¿no?

      —Sí, vino.

      —¿Y?

      —Bien, nada.

      Su mamá lo miró con ganas de más. Guille comía esquivando sus preguntas. Josefina sabía que Paula era su amiga, pero él no quiso comentarle que se gustaban mucho, que tenían “algo” aunque no eran novios. Josefina afirmaría todo el tiempo que no era una chica para él, que se merecía algo mejor, y que con todas las chicas lindas que hay en el cole justo se había enganchado con la más superficial, que lo iba a hacer sufrir. Y más, y más… Guille estaba cansado de escuchar.

      —Bueno, nada, estuvimos juntos porque los chicos no le hablan y ella estaba nerviosa.

      —Si empieza a hacer de las suyas…

      —BASTA, mamá. No empieces.

      Josefina paró su insistencia. Guille no le contaría más y no quería arruinar el momento. El almuerzo siguió con comentarios sobre las materias, los partidos de fútbol y los planes que tenían para irse una semana en las vacaciones de invierno a visitar a los abuelos en Mar del Plata.

      —Si papá consigue que le den los días –comentó Josefina–. Me tengo que ir, Guille. Nos vemos a la noche. ¿Qué hacés a la tarde?

      —Tengo que estudiar.

      Josefina le dio un beso y salió apurada. Tendría que tomar un taxi otra vez.

      Ya solo en el departamento, Guille recordaba con fastidio las semanas que habían pasado desde que Paula le había pedido ir a ese maldito desfile al que él no había ido. Sabía que no se iba a sentir cómodo y además sus amigos lo habían presionado para que no faltara al entrenamiento. Después vinieron las discusiones con Paula, los líos en las redes, las peleas entre las chicas. Finalmente, Paula se había enojado con él porque ayudó a parar una de esas peleas en la calle.

      Esa mañana, Paula había vuelto de la suspensión. Marina y las otras chicas aseguraban que iban a obedecer las reglas del colegio, sin embargo, no querían a Paula cerca y menos tener que hablarle. Por el momento, el clima tranquilo era un hilo tenso que se podía romper con una mínima ráfaga de bronca. Y él pasó el recreo tironeado entre Paula y sus amigos.

      Guille, tirado en su cama y con los raps en el auricular, pensaba. Comenzó a escribir algunos versos.

       Mis amigos quieren de mí

       que sea el mejor jugador.

       Paulita espera de mí

       que sea el novio genial.

       Que sos buenazo y gil,

       que sos muy bueno, gil.

       Mis padres esperan de mí

       que sea alumno mejor.

       Mis profes esperan de mí

       que sea siempre de mil.

       Que sos muy bueno, gil,

       que sos muy bueno, gil.

       Y yo estoy atrapado,

       atrapado no quiero ser mil.

       Que sos muy bueno, gil,

       que sos muy bueno, gil.

      Siguió un rato garabateando esa letra que, como otras que tenía comenzadas, consideraba mediocre. Y esta encima parecía un tango de esos que escuchaba su viejo. Soñaba alguna vez poder cantar como René y Eduardo de Calle 13 o Emanero.

      La tarde se le fue en raps y tareas que completar. No entró a las redes, por las dudas. Si había algún comentario desagradable, prefería no enterarse.

      Sonó el WhatsApp, era Paula. Le clavó el visto. Fingió quedarse dormido, como si ella lo pudiera ver. “Soy un tarado”, se dijo. Pero en ese momento no tenía ganas de contestar. Ya había sido bastante lo de la mañana.

      La tarde anterior a la vuelta de Paula al colegio, Guille había estado en su casa desde temprano. La había puesto al tanto de las tareas y evaluaciones que se había perdido. Paula tenía esa pose de superada que Guille ya conocía. Ella mostraba estar rebien, aunque por dentro estuviera a punto de estallar. Paula tenía que cuidarse de armar algún lio nuevo. Y si Guille estaba cerca, ninguna de esas se animaría a meterse.

      —No te preocupes por mañana –le dijo Guille mientras estudiaban.

      —Yo estoy bien. Dale, Guille terminemos con esto que estoy embolada.

      Paula y Guille se gustaron desde el primer día del Secundario. Se hicieron amigos inseparables. Guille trataba de que ella estudiara y la bancaba en el colegio. Aunque a veces no la soportaba: sobre todo desde que se había puesto densa con el tema de ser modelo. Paula ya no tenía amigas en el colegio, se había peleado con Marina y las otras por un chico. Además, se había enfocado en ser modelo, usaba su energía y tiempo en gimnasios, cursos y en esa agencia que le había prometido ser una top model. Guille siempre la ayudaba a estudiar. Ahora, en las tardes de los días de suspensión: él iba para que no se atrasara.

      Entre trabajos prácticos y resúmenes, se besaron por primera vez. Ella lo hacía con una dulzura que recorría el cuerpo de Guille. Desde que él se había animado a responder a las caricias y avances de su amiga, Paula decía que “salían”.

      Esa tarde, ella estaba especialmente cariñosa y audaz.

      —Vamos despacio, Pau –le decía Guille temblando.

      —Te gustan mis besos –dijo Paula.

      Le tomó la cara y le dio un beso

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