Hola Guille. Gloria Candioti

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Hola Guille - Gloria Candioti Zona Límite

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maduro para afrontar una relación más comprometida. Él era un chico de ideas firmes.

      Aunque Adriana quería que se quedara a cenar, él se fue temprano. Necesitaba alejarse, la tarde había sido intensa y estaba mareado. Cuando Paula lo asfixiaba con sus pretensiones, necesitaba la distancia y el tiempo para pensar cómo iba a seguir con ella que lo enamoraba y al mismo tiempo lo asustaba.

      A la mañana siguiente, Guille entró al colegio directo a su clase, aunque había prometido a Paula encontrarse en la puerta. No quería entrar con ella, quería pasar más desapercibido.

      Paula llegó y se sentó en su banco de siempre. Guille sintió las miradas de los compañeros sobre los dos y le transpiraron las manos.

      La clase de Matemáticas empezó. La profesora indicó ejercicios para hacer. Paula inició una serie de mensajes.

      En el recreo, charlaban, incómodos, con algunos que se acercaban por curiosidad. Los amigos de Guille lo llamaron para jugar a la pelota en el patio. Tuvo que bancarse los gestos y las burlas de sus voces y caras.

      Mientras, Marina, Javier, Lorena, Paloma y Mara pasaban por delante. Mara era la única del grupo que no se reía. Paula les daba vuelta la cara. El odio se respiraba.

      —Vamos a caminar por el patio —propuso Paula.

      —Andá vos, yo me quedo por acá.

      —Me prometiste que no ibas a dejarme sola —lo miró con bronca—. Mejor entro.

      Guille no tenía ganas de discutir. Se acercó a sus amigos que lo cargaron.

      La mañana se hizo interminable. A la salida, las chicas esperaban a Paula en la vereda. Aunque no se metieron con ella, le hicieron sentir que la guerra no había terminado.

      Paula caminó rápido y Guille la siguió. Cuando perdieron a sus compañeros, Paula le increpó que la había dejado sola, que podría haber estado más con ella y que él no entendía por lo que estaba pasando.

      —Estamos saliendo, tenés que estar conmigo.

      Él no le respondió. Las palabras de Paula le resonaron exageradas. Era inútil explicarle en ese momento. Siguieron en silencio y apenas si se despidieron en la puerta de la casa de Paula.

      Guille pensó que ese asunto con las chicas, en vez de mejorar con el lío que se armó con la pelea, había empeorado. Y que él ya estaba harto de quedar en el medio.

      Con los días, el clima hostil se había aplacado. El tiempo y las normas claras ayudaban a calmar las aguas según los profesores. Todos sabían que la tregua dependía de que las chicas dejaran sus broncas en otro lado. Y eso parecía que estaba ocurriendo.

      Una tarde, Guille acompañó a Paula a anotarse en un gimnasio. Ella no quería engordar lo que había bajado con el entrenamiento en la agencia y buscaba clases o un entrenador que le copara. Averiguaron en seis. Paula no se decidía por ninguno. Con mucha paciencia, la esperaba en la puerta o se sentaba en la vereda a escuchar música y practicar con las manos el ritmo del rap.

      Después de que finalmente Paula se inscribiera en uno, fueron al shopping. Se sentaron a tomar una gaseosa antes de seguir camino. Esa tarde tenían que estudiar en lo de la abuela Moni porque los padres de Paula no estaban. A Guille le gustaba ir a lo de Moni. Era una señora muy agradable.

      —Tengo que ir a buscar unos zapatos que dejé señados ayer. Después vamos.

      —¿Otro negocio? Ya estoy mareado de tantas vueltas. Tenemos exámenes. Mejor dejalo para mañana.

      —No me vas a decir cuándo necesito mis cosas. Si querés sigo sola.

      —Está bien, le prometí a Adriana que iba a estar con vos toda la tarde, apurate.

      Paula protestó por el apuro, Guille se calzó los auriculares. Ella no pensaba apurarse, tampoco tenía ganas de estudiar. Tomaba lentamente la gaseosa y mandaba mensajes por el celu. En un momento, levantó la vista, y vio en una mesa cercana a Ezequiel. Cuando Paula lo interceptó con la mirada, Ezequiel bajó la vista.

      Ese compañero no se relacionaba con el resto de la clase desde que había llegado el año anterior. Se sentaba al fondo del aula. Y era un mirón, según las chicas del curso. Era flaco, desgarbado y si no hubiera sido por su forma de mirar que fastidiaba, nadie se hubiera dado cuenta ni de que existía. En el lío que se había armado con Paula y las chicas, Ezequiel no se había metido. Era reservado y callado. Algunos hicieron intentos de acercarse, pero el interés se desvaneció.

      —Ese pibe no pone voluntad –decían.

      Lo que les incomodaba de su presencia introvertida, eran esos ojos oscuros clavados en los compañeros. “¡Qué mirás, loco!”, le gritaban. Ezequiel bajaba la cabeza y se refugiaba en su celular.

      —Apurate, Pau. Dale vamos. Me voy, chau –Guille la sobresaltó.

      —Me ponés mucha presión, Guille, no funciono así yo.

      —En la agencia funcionabas bien.

      —¿Qué te pasa? No quiero hablar de eso.

      Guille se encogió de hombros y bajó por la escalera mecánica. Paula corría detrás. Apenas había tenido tiempo de recoger su mochila y los paquetes.

      En la casa de Moni tomaron mate con torta. Paula apenas comió. Más tarde, la abuela le dijo que no siguiera con eso de comer poco, que ya no iba a ser modelo.

      —Está todo bien, abu. No me gustan los rollitos, me cuido.

      Mientras estudiaban, Guille se desconcentraba demasiado. Él mismo se notaba raro desde que Paula había vuelto al colegio. Había momentos en que no la soportaba y en otros estar con ella lo relajaba y lo ponía contento. Paula, se daba cuenta y no decía nada. Prefería que las cosas siguieran así de calmadas, no soportaría estar sola en el colegio. Hasta Florencia, que antes la bancaba en el aula y en los pasillos del colegio, se había alejado desde el lío en las redes y se había armado otro grupo.

      Mientras la abuela Moni les preparaba la merienda en la cocina, Paula se puso más cerca de Guille y le dio un beso en la mejilla. Él apenas sonrió y siguió con los ejercicios de Física. Le pasó la mano por el pelo, Guille no hizo nada. Volvió a intentar una caricia. Pero él la paró en seco.

      —Estamos estudiando, Pau, hacé los ejercicios que tenemos que entregar mañana.

      —Bueno, perdón, no quería distraer al estudioso –dijo irónica.

      —No empecés, Paula, si no querés estudiar, me voy y listo.

      —Dale, Guille, andate. Con ese humor no te banco.

      Guille la miró con tristeza, no quería que estuvieran enojados. Pero él no se bancaba a Paula cuando se irritaba y ya no tenía la misma paciencia de antes. Cargó la mochila con sus libros y se fue.

      Paula se quedó sentada llorando. Otra vez había

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