E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras

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vez que las llamaba, encantadas de gozar de su atención.

      Con eso en mente, se mostró más cariñosa con Peter que de costumbre y no puso ninguna objeción cuando se ofreció para acompañarla a su tienda, dando un rodeo por el lago.

      El capataz se portó como un caballero y se limitó a darle las buenas noches al llegar a su destino, aunque Violet no estaba contenta con su estratagema. Había irritado a Zak, pero tenía un vacío de insatisfacción en el estómago.

      Decidida a olvidar el asunto, se dirigió a la ducha, que le encantó. Consistía en una simple manguera con una alcachofa y, como no había techo que lo impidiera, pudo disfrutar del precioso cielo tanzano. Sin embargo, el placer de la sencilla experiencia se difuminó cuando se dio cuenta de que se había olvidado la toalla.

      A falta de otra opción, guardó su ropa interior en el neceser para no mojarla y se limitó a ponerse los pantalones cortos y la camiseta, tan deprisa como su húmeda piel se lo permitió. Y al salir de allí, se topó con Zak, que estaba apoyado en el tronco de una acacia, sin más prenda que una toalla enrollada a la cintura.

      Él se apartó del árbol, y ella se sintió desvanecer. ¿Cómo era posible que fuera tan atractivo?

      –Empezaba a temer que gastaras todo el agua, porque me habría tenido que bañar en el lago –dijo Zak.

      –Pues no la he gastado –replicó ella–. Queda más que suficiente en el tanque.

      Él la miró durante un par de segundos inacabables, y ella fue dolorosamente consciente de que tenía la camiseta pegada al cuerpo y de que se transparentaban sus pezones. Pero eso no le incomodó tanto como el suspiro posterior de Zak.

      Ya se disponía a marcharse cuando él dijo:

      –¿Puedo darte un consejo? No sé lo que pretendes con Awadhi, pero no hagas nada de lo que te puedas arrepentir después.

      –Eres mi jefe, y tienes derecho a darme órdenes en el trabajo –declaró ella, desconcertada con su preocupación–. Pero no tienes poder sobre mi tiempo libre.

      –¿Te gusta? –preguntó él, directamente.

      –¿Por qué lo quieres saber? ¿Es que estás celoso? –ironizó ella.

      –Solo podría estarlo si él tuviera algo que yo no tengo.

      –Entonces, ¿a qué viene tu interés? ¿Por qué estamos manteniendo esta conversación?

      Él se acercó un poco más, desestabilizándola con la cercanía de su potente cuerpo. Y ella deseó tocarlo, explorarlo, probarlo.

      –Has malinterpretado las cosas, Violet. No se trata de lo que a mí me interese, sino de lo que él no puede tener, es decir, de ti. No lo permitiré.

      Sorprendida, ella soltó una carcajada.

      –¿Que no lo permitirás? ¡Menuda cara! ¿Quién te has creído que eres? ¿Cómo te atreves a decirme…?

      El resto de su vehemente declaración se apagó cuando él le acarició el cabello, la apretó contra su cuerpo y, tras pasarle un brazo alrededor de la cintura, la levantó como si pesara menos que una pluma, dio tres largas zancadas y la apretó contra la pared prefabricada de la ducha, lejos de posibles miradas curiosas.

      Un segundo después, inclinó la cabeza y la besó, provocándole una dulce descarga de calor entre las piernas y poniendo fin a todas sus dudas.

      No, su memoria no le había fallado al decirle que Zak era todo lo que podía desear. Durante años, se había intentado convencer de que su primer encuentro no había sido para tanto, de que lo había magnificado porque en aquella época era una adolescente enamoradiza; pero la realidad demostraba lo contrario.

      De hecho, era aún mejor de lo que recordaba. Quizá, porque tenía la edad y el hambre suficientes como para apreciar más su crudo y embriagador contacto, que la empujó a ponerse de puntillas, acariciar los bíceps que había admirado tantas veces y pasarle los brazos alrededor del cuello.

      Excitada, dejó su cautela al margen y le mordisqueó el labio inferior. Zak soltó un sonido de deseo y susurró unas palabras en su idioma que habrían ruborizado a Violet si no las hubiera ansiado con locura, dominada por la tensión que crecía en su interior.

      En determinado momento, Zak se apartó de su boca y le pasó los labios por el cuello antes de cerrarlos sobre uno de sus pezones. Ella se estremeció de placer, y se sintió arder por dentro cuando lo succionó por encima de la tela, aferrándose a sus nalgas. Pero lo mejor estaba por llegar, como supo enseguida.

      Tras darse un festín con sus pechos, cambió de posición y le metió una mano entre las piernas, en busca de su objetivo. Violet gimió, incapaz de refrenarse, y él acarició su húmedo sexo mientras se apretaba contra su estómago, para que pudiera sentir la erección que le había provocado.

      –Vaya, no llevas ni sostén ni braguitas. No sé si darte unos azotes por exhibirte así o aceptar el regalo que, por lo visto, pretendías hacerme.

      Violet volvió a gemir.

      –¿Qué es lo que te excita tanto? –continuó él en voz baja–. ¿Mis caricias? ¿O la idea de que te dé unos azotes?

      Violet guardó silencio, porque no quiso confesarle que las dos cosas la excitaban. Y él, que se dio cuenta, sonrió con malicia.

      –¿Hay algo que quieras decirme, Violet?

      –No sé a qué te refieres… –dijo, sin aliento.

      –¿Ah, no? Pues yo creo que sí, porque tus reacciones son demasiado intensas para un placer tan ordinario –afirmó, apretándole otra vez las nalgas–. Estás al borde del orgasmo, y apenas te he empezado a tocar.

      Las palabras de Zak rompieron el hechizo y, aunque ella ardía en deseos de dejarse llevar, se acordó de lo que había pasado en su primer encuentro y recuperó la cordura. La había rechazado, la había condenado a un sentimiento de humillación que le duró varias semanas. Y no iba a cometer el mismo error.

      Esta vez, sería ella quien lo rechazara a él.

      Decidida, le puso las manos en los hombros y lo empujó.

      –Violet…

      –No me importa lo que pienses. No quiero esto.

      –Define «esto» –dijo él, clavando la vista en sus ojos.

      –No tengo por qué definir nada. No me interesa lo que tú me puedas dar. Ni ahora ni nunca.

      –Una afirmación muy arriesgada, ¿no crees? –declaró Zak, irónico–. ¿Estás segura de que no te arrepentirás más tarde?

      Ella dio un paso atrás y luego otro, porque el primero no fue suficiente. Estaban demasiado cerca y su cuerpo insistía en traicionarla. Pero no permitiría que la rechazara de nuevo y que se atrincherara después en la mala opinión que tenía de su familia, una opinión que confirmaría si se acostaba con él.

      –Estoy segura –mintió–. No quiero que me toques.

      Zak frunció el ceño, la miró un

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