E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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Al cabo de unos momentos, Zak entró en el comedor. Era la primera vez que Violet lo veía con ropa informal, aunque sus pantalones caqui y su camiseta blanca fueran de marcas buenas. Pero pensó que habría estado impresionante hasta en harapos, porque exudaba elegancia y refinamiento.
–Buon giorno –los saludó, estremeciéndola con su rasgado tono de voz–. No esperaba verte tan pronto.
Ella se encogió de hombros.
–No podía dormir, así que me he levantado. Cuanto antes me acostumbre a la rutina, antes se me quitará el desfase horario. Además, tengo ganas de ponerme a trabajar.
–Ah, eso es lo mejor de estos proyectos… cuando termina la espera y se empiezan a poner las estructuras –intervino Peter.
Violet sonrió, porque la alegría del capataz era contagiosa.
–Esperemos que ese entusiasmo no se debilite con el trabajo duro –declaró Zak, cruzándose de brazos.
Ella tragó saliva al ver sus poderosos bíceps, y Peter frunció el ceño.
–Bueno, todo el mundo flaquea un poco ante proyectos tan ambiciosos como este, pero el objetivo final es premio más que suficiente. Por eso me gusta lo que hago.
Violet volvió a sonreír, y aún sonreía cuando una de las trabajadoras se acercó a Zak y le ofreció una taza de café. Pero, lejos de responder al ofrecimiento, Zak la miró a ella, que se estremeció sin poder evitarlo y se giró hacia el capataz para romper el hechizo del príncipe.
–¿Cuánto tiempo llevas en la industria del turismo?
–Toda mi vida. Empecé como voluntario y guía turístico. Luego, empecé a trabajar para la Junta y me especialicé en proyectos como el vuestro, destinados a ayudar a la gente de las zonas rurales. Se podría decir que lo llevo en la sangre. Es cosa de familia.
–¿De familia?
–Sí, mi madre es una noruega que se vino a trabajar al Parque Natural de Dodoma, donde conoció a mi padre, que es tanzano. Yo nací un año después de que ella terminara la carrera de veterinaria –explicó Peter–. Y, cuando surgió la oportunidad de trabajar con Zak, no lo dudé. Acepté de inmediato.
Justo entonces, el sonido de unos grandes motores interrumpió su conversación. Eran los camiones que llevaban los materiales de las primeras cabañas ecológicas, y todos se pusieron manos a la obra.
El día estuvo marcado por el entusiasmo con el proyecto y el deseo de agradar al príncipe. Violet se dedicó a ayudar en lo que pudo, y se las arregló para mantener las distancias con Zak hasta que le tocó llenar botellas de agua para dárselas a los trabajadores.
–Habíamos quedado a las dos para comer –dijo él, acercándose.
–Lo sé, pero quería terminar antes con esto.
Zak la miró con desconfianza.
–Rehuirme no servirá de nada –afirmó–. No con lo que sientes.
Violet sintió un cosquilleo en el estómago, pero alzó la barbilla orgullosamente y se hizo la tonta.
–Como no sé de qué estás hablando, tampoco sé qué decir.
Él se acercó un poco más, rozándole el hombro.
–Estoy hablando de que te gusto, Violet. Te gusto desde hace mucho. Y estoy hablando de que te empeñas en negarlo y de que tus fracasados intentos solo consiguen enfatizar tu pequeño dilema.
Violet se quedó perpleja. ¿Qué debía hacer? ¿Negarlo de nuevo? ¿O afrontar el problema de una vez por todas?
Tras sopesarlo un momento, se dio cuenta de que la actitud que había tenido hasta entonces era contraproducente. Zak sabía que la llama de su primer encuentro no se había apagado y, si ella insistía en negar lo evidente, se seguiría burlando de su fariseísmo.
–¿Y qué pasa si me gustas? –replicó, decantándose por la segunda opción–. Reconozco que no estás mal, y que me dejé llevar hace seis años, cuando nos besamos. Pero no hagamos una montaña de un grano de arena.
–¿Que no estoy mal? –preguntó él, algo sorprendido.
–¿Esperabas que te pusiera por las nubes? Para empezar, no recuerdo bien ese día, así que tendrás que contentarte con ese veredicto.
Zak entrecerró los ojos.
–Pues tú eres más ardiente de lo que recordaba. Lo eres tanto que ardo en deseos de avivar tu pasión, aunque solo sea para comprobar si es cierto que la memoria te falla –dijo–. O para refrescártela.
Violet intentó mantener el aplomo.
–No vas a tener esa oportunidad. No me siento particularmente inclinada a repetir la experiencia –afirmó–. Y ahora, ¿vamos a repartir las botellas de agua? ¿O seguiremos perdiendo el tiempo con insignificancias del pasado?
Zak le dedicó una sonrisa enigmática y, a continuación, se fue con las botellas. Violet no tuvo más remedio que seguirlo, aunque se alegró de que la hubiera ayudado, porque tardó la mitad de lo previsto.
Luego, él se dirigió hacia la cabaña que les habían asignado, donde los trabajadores estaban esperando a que les dieran la orden de empezar. Y, cuando llegó, demostró tal capacidad de mando que Violet se estremeció y se lo imaginó con su antiguo uniforme de piloto, dando órdenes o volando en un caza.
–¿Vienes con nosotros? ¿O no? –dijo él.
Violet se ruborizó un poco, pero reaccionó y se acercó al grupo para que les explicaran cómo se montaba la estructura prefabricada.
En cuanto comprendieron los conceptos básicos, todo fue coser y cantar. El tiempo se les pasaba volando, y ella no dejaba de asombrarse con la eficacia de Zak y con el hecho de que trabajara más que nadie, detalle que animaba a los demás a forzar el ritmo.
Quería estar enfadada con él, pero la sensación que bullía en su interior no era de enfado, sino de admiración.
No tenía miedo de mancharse las manos. Predicaba con el ejemplo y, por si eso no fuera suficientemente atractivo, se quitó la camiseta al cabo de un rato y mostró un pecho tan duro, perfecto y brillante que Violet perdió la concentración durante unos segundos. La boca se le había hecho agua, y notaba un calor preocupante entre las piernas.
A última hora de la tarde, ya habían levantado la estructura exterior del edificio, y todo el equipo se sintió inmensamente orgulloso cuando contemplaron el fruto de su trabajo bajo los tonos rojos y naranjas de la puesta de sol.
Terminado el trabajo, Violet se unió a los que se dirigían al comedor e hizo esfuerzos sobrehumanos por no mirar a Zak, que iba por detrás. Pero sabía que no podría dejar de mirarlo si se sentaban cerca, así que esperó a que él se acomodara y, tras servirse la comida, se sentó tan lejos como pudo.
Peter llegó minutos después y se puso a hablar con ella, aunque no sirvió