E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras

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tragó saliva.

      ¿Qué era eso? ¿Un desafío?

      Mientras se alejaba, tuvo la sensación de que ya era tarde para ella. Había empezado a perder la partida, y Zak lo sabía de sobra.

      ¿En qué diablos estaba pensando al decir que volvería a él y le rogaría que hicieran el amor?

      Habían pasado cinco días desde su tórrido encuentro en la ducha, y se sentía como si Violet lo hubiera hechizado. Ni siquiera le divertía el trabajo, aunque iban tan bien que habían levantado dos ecocabañas en cinco días en lugar de en seis.

      Era desesperante. Hacía lo posible por mantener las distancias con ella, pero no conseguía dejar de admirar su cara, su flexible y voluptuoso cuerpo y las largas piernas que insistía en enseñar con su manía de ponerse vaqueros tan cortos como ajustados.

      En cuanto a su ética laboral, no podía ser más admirable. Hacía lo que le pedían y lo hacía con entusiasmo, superando todas sus expectativas.

      Por supuesto, aún tenía reservas sobre lo que podía pasar a largo plazo, pero era evidente que se había equivocado al pensar que fracasaría. Violet era lo que decía y mucho más. Violet lo estaba volviendo loco.

      Aquella noche, cuando ya habían terminado de trabajar, ella soltó una carcajada que llamó su atención inmediatamente.

      –La próxima vez, avisa –dijo, rompiendo a reír de nuevo.

      Zak entrecerró los ojos al ver que uno de los trabajadores sostenía una botella de aspecto sospechoso mientras admiraba el trasero de Violet, que se había inclinado porque había empezado a toser. Y la causa de sus toses era más que obvia: el Pombe, una bebida alcohólica de la zona.

      –¿Se puede saber qué estáis haciendo? –bramó, interrumpiéndolos.

      Todo el mundo se quedó helado.

      –¿A ti qué te parece? –replicó Violet, enojada–. Estamos de fiesta.

      –Pues deberías divertirte con bebidas menos… potentes.

      Los integrantes de la cuadrilla lo miraron con incomodidad, pero Violet lo hizo como tantas veces, con desafío. Y Zak, que estaba acostumbrado a que todo el mundo lo tratara con deferencia, lo encontró interesante. Quizá, demasiado.

      ¿Sería esa la razón de que no pudiera resistirse a incordiarla?

      –¿Y dónde estaría entonces la diversión? –replicó ella.

      Zak la tomó del brazo repentinamente y dijo a los demás:

      –Si os apetece, os podéis pasar por mi tienda. Pedí que me llevaran champán para celebrar el buen ritmo del proyecto. Tomad lo que queráis.

      Como era de prever, el anuncio fue recibido con entusiasmo, y la cuadrilla se dispersó enseguida.

      –¿Podrías dejar de manosearme? –preguntó Violet cuando se quedaron a solas.

      Él la soltó, pero se plantó delante de ella.

      –¿Cuánto Pombe has bebido?

      –¿Ya estás controlándome? –protestó.

      –No, pero te arriesgas a sufrir una resaca tremenda si abusas de ese brebaje.

      Violet se limpió la boca con el dorso de la mano, concentrando la atención de Zak en sus lujuriosos labios.

      –Gracias por tu preocupación, pero eso es problema mío. ¿O es que he hecho algo que comprometa mi trabajo?

      –No, todavía no, aunque siempre hay una primera vez.

      Ella frunció el ceño.

      –¿Y qué pretendes? ¿Salvarme de mí misma? –preguntó–. ¿Por qué?

      –Porque nos vamos mañana a Nueva York, y prefiero que estés en buenas condiciones cuando nos subamos al avión.

      Violet lo miró con asombro.

      –¿Que nos vamos? ¿Tan pronto?

      A decir verdad, Zak no tenía intención de marcharse al día siguiente. Lo había dicho sin pensarlo, y él mismo estaba sorprendido con sus palabras. Pero se felicitó por haber tenido una idea tan inspirada.

      –¿Crees que vas a aprender algo más si nos quedamos aquí?

      Ella se mordió el labio.

      –Supongo que no. Ahora podría montar una cabaña con los ojos cerrados. Pero di por sentado que supervisaría todo el proceso.

      –Pues he cambiado de idea. ¿Por qué perder más tiempo en este proyecto cuando puedes aprender más con el siguiente?

      –¿Y adónde vamos a ir?

      Él se encogió de hombros.

      –Tengo que volver a Montegova a finales de mes. Hasta entonces, estoy más o menos libre, y puedo ir a cualquiera de los que tengo en marcha –respondió–. Quién sabe… Quizá te deje elegir.

      Ella echó un vistazo a su alrededor.

      –Este sitio es verdaderamente bonito. Quería explorarlo antes de marcharme.

      –Bueno, podemos echar un vistazo a la zona de la fase dos –le ofreció Zak–. Si nos vamos enseguida, claro.

      Violet lo miró con sorpresa.

      –Sí, claro que sí… Solo necesito unos minutos para asearme y cambiarme de ropa.

      Él sacudió la cabeza con impaciencia.

      –No vamos a un acto oficial, Violet. No hace falta que te vistas para la ocasión. Y, en cuanto a lo de asearte, ya te ducharás cuando volvamos. Salvo que prefieras bañarte en el lago.

      –Entonces, vámonos.

      Ella se alejó hacia el lugar donde estaban los vehículos, y él habló brevemente con su guardaespaldas, que asintió y acató sus órdenes.

      –¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar? –se interesó Violet cuando volvió con ella.

      –Normalmente, tardaríamos alrededor de una hora. Pero no iremos en coche, sino en helicóptero. La cocinera tuvo dolores de parto hace un par de días y, como se la llevaron al hospital, no lo necesitará.

      Al llegar al aparato, él le abrió la portezuela y se rindió a la tentación de mirarle las piernas mientras ella se acomodaba. Luego, se sentó en el asiento del piloto y esperó a que sus tres guardaespaldas subieran a la carlinga.

      –¿Sabes pilotar helicópteros? –preguntó ella, escéptica.

      Él asintió y dijo:

      –Es cortesía de las Fuerzas Aéreas, donde estuve unos cuantos años.

      El

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