Motoquero 2 - ¿Cómo salimos de esto?. José Montero

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Motoquero 2 - ¿Cómo salimos de esto? - José Montero Zona Límite

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me hice ver –siguió él con la mentira–. Lo que me da bronca es dejarte en banda. Justo este finde…

      —Justo este finde tenía tres “presencias” y una se cayó. Así que cancelo las otras dos y listo.

      —¡No, Lula! ¿Cómo vas a perder esa plata? Dame un par de minutos y contacto al Viejo Oscar.

      —No quiero gente desconocida.

      —Es de confianza. Puede llevarte a cualquier lado sin mirar un mapa.

      —Prefiero cancelar.

      —Me hacés sentir culpable.

      —Culpable, nada. Sos mi excusa. Ya que no laburás, yo descanso. Con los shows tengo suficiente. De paso, me hago desear.

      —Pero mirá que el Viejo… –volvió a la carga Tomás.

      —Toto, ¿no entendés que no quiero andar con nadie más?

      —…

      —No me interesa otro que no seas vos.

      —…

      —Sonó fuerte eso, ¿no? –dijo Lula para remarcar la idea.

      —Sin embargo, vos…

      —Estoy muy bien con Darío.

      —¿Entonces?

      —A veces digo cosas que ni yo me entiendo.

      —…

      —Mejor lo dejamos ahí, ¿sí? –pidió Lula.

      —Está bien.

      —¡Me das la razón como a los locos!

      —Sí, querida –se mofó Tomás.

      —Te mando un besito, cuidate –se despidió Lourdes con la mejor onda.

      —Otro, gracias.

      Toto cortó la comunicación preocupado. Tenía un tema grave que resolver. ¿Cómo volver a la normalidad? ¿Cómo dejar atrás los mareos? El equilibrio en la moto era de vida o muerte.

      Su respuesta fue que iba a hacerlo “a lo bestia”. Como lo había hecho siempre. Probando. Cayendo y levantándose. Dándose el cuerpo y el alma contra el piso. Y si en el medio rompía su herramienta de trabajo, mala suerte. Ya la arreglaría. Lo importante era regresar al trabajo. A Lula.

      Ella, por su parte, ni pensó en cuestiones laborales. La cabeza se le llenó de interrogantes sobre su vida amorosa. Sobre lo que sentía. ¿Por qué siempre había elegido relaciones sin compromiso? ¿Por qué se había puesto en riesgo? ¿Por qué había tenido un touch and go con un desconocido? Y ahora ¿por qué estaba con Darío? Le gustaba, pero hasta ahí, y además el éxito lo había cambiado y convertido en un tonto. ¿Lo había buscado solo por una cuestión de poder, de arrebatarle el chico a Corina, de plantarse así ante el mundo y usar esa relación para crecer mediáticamente? Si esa era la verdad, su actitud resultaba horrible. ¿Y Tomás? Era el pibe que menos le convenía, pero el que más ocupaba sus pensamientos. Una eventual relación con él no tenía ninguna perspectiva de futuro, pero… ¿importaba el futuro? Por lo pronto mandaba el presente, y el presente de Lula en relación a Toto tenía un cartelón rojo que decía “no”, “prohibido”, “ni lo pienses”, “arderás en el infierno”.

      Así se consumieron las horas de Lourdes luego de la charla con Tomás, tratando de desenmarañar el caos de sus sentimientos, a la vez que miraba una serie en la computadora y, al mismo tiempo, paveaba en las redes sociales, lo cual aumentaba su confusión. Acaso era deliberado. Prestar atención en simultáneo a varias cosas (interiores y exteriores) era como no pensar, como eludir decisiones y responsabilidades.

      En eso estaba cuando, de pronto, le entró un mensaje de número desconocido.

      Uno más.

      Se llenó de miedo cuando leyó: “¿Así que Tomás no puede llevarte? ¿No querés volver a pasear conmigo?”.

      Lo peor, lo que la hizo entrar en pánico, fue que el mensaje por primera vez llevaba una firma.

      Lo firmaba, en efecto, Juan.

      Capítulo 3

      Tomó una decisión que tenía que haber tomado antes, cuando empezaron los mensajes.

      Cambió el teléfono.

      Aparato nuevo, línea nueva, empresa nueva.

      Se lo informó únicamente a sus padres, a Darío, a Corina y a Tomás.

      Mantuvo, de cualquier forma, el celu viejo. Solo para chequear si le llegaba alguna comunicación importante; en especial, propuestas para hacer “presencias” y “vidrieras”.

      Por costumbre, incluso, siguió llevando el teléfono anterior en la cartera, pero apagado o en silencio. Era por un tiempo, se dijo.

      Como le daba bronca modificar su vida por un estúpido, intentó rastrear el origen de las intimidaciones, para ver si podía hacer algo contra Juan.

      Buscó en la web tutoriales que prometían revelar trucos para identificar los números desconocidos o “privados”. Vio infinidad de videos y probó sus consejos. Seguramente funcionaban en otros países, pero en Argentina parecía ser que la única forma de conocer el titular de la línea era hacer una denuncia judicial, y Lourdes no quería embarcarse en eso, a menos que la cuestión se pusiera más turbia. “Por ahora la puedo manejar”, se convenció.

      Estas averiguaciones a través de Google la derivaron a otros tutoriales sobre temas vinculados, y Lula adquirió muy rápido mejores herramientas para rastrear una persona a través de fotografías. De pronto, podía llevar a cabo aquello con lo que había alardeado cuando acorraló a Corina y le pegó para que confesara. Y con unos pocos clicks llegó a la conclusión de que la chica que le había quitado el antifaz se llamaba Milagros y vivía en Caballito.

      Le mandó un mensaje. Y luego otro. Y otro más. En cinco minutos se desahogó con ella, llenándola de insultos y maldiciones a través de una catarata de privados en sus redes sociales. La cargaba de odio que sus textos figuraran como vistos y Milagros no emitiera respuesta. Entonces se enojaba más y volvía a decirle barbaridades.

      Al final, Milagros contestó diciendo que no podía creer que Lula, su ídola, estuviera escribiéndole, que entendía su enojo pero que por favor la perdonara, que lo había hecho por su bien, por el bien de la banda, y que tan mal no habían salido las cosas, porque ahora ella salía con Darío, que era un bombonazo.

      Esa fue la palabra que usó. Bombonazo. A Lula la puso más furiosa, no porque piropearan a su chico (ya estaba inmunizada, lo escuchaba todos los fines de semana desde el escenario), sino porque era una expresión que aborrecía. Le daba arcadas. Le daba ganas de vomitar y que el líquido verde, al estilo de El Exorcista, impactara sobre la tal Milagros, a distancia, a través del teléfono. Puaj.

      A

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