Charada. Julianna Morris

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Charada - Julianna Morris Bianca

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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Martha Ann Ford

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Charada, n.º 1085 - septiembre 2020

      Título original: The Marriage Stampede

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-690-1

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      Y AHORA qué pasará? –murmuró Logan Kincaid, aparcando el coche en la entrada de su casa.

      Un grupo de niños estaba amontonado alrededor de uno de los arces del jardín, mirando insistentemente hacia arriba.

      –¿Ocurre algo? –preguntó el propietario de la casa.

      –La cometa se nos ha quedado enganchada en el árbol –dijo uno de los chiquillos–. Merrie la ha desenredado, pero ahora no puede bajar.

      –¿Quién es Merrie? –interrogó Logan.

      –¡Pues, Merrie…! –contestó el niño con impaciencia.

      Logan se acercó al grupo y miró hacia arriba, esperando encontrarse con una adolescente marimacho. Lo que vio en lo alto del arce fue algo muy diferente. Se trataba de una mujer en pantalón corto y una sugerente camiseta de algodón, que se había quedado atrapada en la cabaña, construída años atrás, en la copa del árbol. El hombre se fijó en sus largas piernas y en la armoniosa línea de su pecho mientras intentaba bajar del viejo arce. Estaba claro que no se trataba de un marimacho… Habitualmente, las mujeres que le gustaban eran rubias, con piernas largas y un aspecto impecable. Sin embargo, Merrie era más bien atractiva. De ella emanaba una sexualidad saludable que le hacía recordar las cálidas sensaciones del fuego y el vino.

      «Para de pensar en esa mujer», se autocensuró Logan, intentando pasar por alto su instinto masculino. «Ni es el momento ni el lugar apropiado para fijarse en ella».

      Sobre todo, teniendo en cuenta que, en aquellos días, se había visto obligado a enfrentarse a la mujer que lo había estado acosando sin el mínimo respeto. Se trataba de la hija del jefe, y estaba empeñada en casarse con él. Al recordarlo, Logan notó como un escalofrío le recorrió toda la espalda.

      –Chicos, no os preocupéis. Ya me ocupo yo de esto –dijo Kincaid a los niños, mandándolos a casa.

      Tenía fama de ogro porque no le gustaban mucho los críos. No debía haberse comprado una casa en esa zona tan familiar. Sin embargo, lo había hecho porque aquel ambiente representaba todo lo que no había disfrutado en su hogar.

      Los chicos se alejaron de mala gana, excepto un muchacho rubio que se atrevió a sostenerle la mirada.

      –Merrie, gracias por haber recuperado nuestra cometa. ¿Seguro que no quieres que llamemos a los bomberos? Me encanta cuando aparece el camión, lleno de luces intermitentes…

      –No gracias, no es necesario. Vete a jugar con los otros niños –dijo la joven, despidiéndose con la mano.

      –Bueno, pero volveré más tarde para comprobar que estás bien –quiso asegurarse el niño, desconfiando de la eficacia del ogro para resolver el asunto.

      –¿Qué pasa? –le preguntó Logan a la joven–. ¿Por qué no puedes bajar?

      –Mmh… –ella miró hacia abajo, dejando ver unos grandes ojos verdes y una melena de color canela–. Usted debe ser el señor Kincaid, si

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