Charada. Julianna Morris

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Charada - Julianna Morris Bianca

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–replicó Logan sonriendo y mostrando los blancos dientes.– Toma, ponte mi camisa.

      Mientras se desnudaba y le ponía la prenda a Merrie, ella comprendió que el tacto de sus dedos unos centímetros más arriba, habrían sido tremendamente significativos.

      –¡Para, por favor! –exclamó la joven, dándole la espalda.

      –¿Eso es gratitud?

      –¡Desde luego, todos los hombres sois iguales! En cuanto podéis, os pierde el sexo…

      –Ah… Está hablando la voz de la experiencia…

      –¡No tiene gracia!

      –No es muy corriente que una profesora trabaje de vaquera en un rancho. Sobre todo, con tan poca estatura como tú.

      Evidentemente, Logan estaba descalificándola, preguntándose, qué pintaba una mujer entre tantos vaqueros.

      Merrie lo miró con desprecio.

      –Te pareces a mi abuelo. Cuando era pequeña, pasaba los veranos en su rancho. Un año, vio que ya me había hecho mayor y, rápidamente, me envió a trabajar en la cocina, en vez de dejarme seguir montando a caballo. Tuve que hacer verdaderos desastres culinarios para que me echaran de allí.

      La camisa todavía conservaba el calor de su dueño. Merrie se la ató con un nudo en la cintura.

      Trató de alejar de su pensamiento el torso masculino desnudo. El vello que cubría su pecho le bajaba hasta la cintura… ¿Cómo estaría sin los tejanos?

      De nuevo, la mente se le disparó.

      Kincaid, dijo sonriendo:

      –¿Odias a todos los hombres a los que les gustan las mujeres y que no tienen miedo de expresarlo?

      Merrie pestañeó y respiró, antes de contestar.

      –No odio a los hombres. He conocido a unos cuantos canallas, pero aun así, todavía practico el sexo.

      –¡Como yo!

      La profesora lo fulminó con la mirada, tal y como solía hacerlo con los estudiantes desobedientes.

      Logan disfrutó viendo los verdes ojos de Merrie echar chispas.

      Cualquier mujer, a punto de romperse el cuello, se habría puesto histérica perdida. Sin embargo, ella se había mostrado serena, hasta que él mencionó el sexo, animándola a gozarlo con más intensidad.

      –En fin, mi vidad sexual sólo me concierne a mí –dijo Merrie, mientras le propinaba una patada e intentaba ponerse en pie.

      De pronto, la luz que salía de la casa iluminó su rostro. Logan pudo ver que tenía una herida en la cara, sangrando.

      –Necesitas curarte esa herida inmediatamente.

      –Oh, no. Estoy bien. Deberías saber que acosar sexualmente a una empleada está penado por la ley.

      –Lianne es mi empleada, tú no.

      –Eso son sólo excusas.

      Kincaid puso su mano en la herida y le enseñó la sangre a Merrie.

      De pronto, se oyó un ruido ensordecedor. Se trataba de la alarma antifuego que se había disparado porque algo se estaba quemando en la casa.

      –¡Cielos! El bizcocho que estaba preparando se ha debido de calcinar. Pronto llegarán los bomberos… –dijo Merrie.

      Logan se introdujo en la casa y sacó con la ayuda de unos paños los restos carbonizados y los tiró en el patio, lo más lejos posible. Abrieron las ventanas para que saliera todo el humo y penetrara el aire fresco.

      Merrie miraba con buen humor el resultado de sus habilidades culinarias. Había intentado seguir los pasos de Lianne, que todos los miércoles hacía un bizcocho, porque le daba a la casa un toque muy hogareño. Su hermana pensaba, sin duda, que Logan necesitaba una madre en determinadas ocasiones.

      Sin embargo, ella detestaba la cocina.

      –Aunque Lianne lo haga todas las semanas, no tendrías que haberte sentido obligada a hacerlo.

      –Pero, se lo prometí.

      –¿Tú también crees que necesito una madre?

      –Creo que eres un adicto al trabajo.

      «Y que eres tremendamente sexy. Es una pena que seas tan anticuado, porque si no, ya me habría lanzado para atacarte», pensó Merrie para sí.

      –No eres muy amable, teniendo en cuenta que has estado a punto de quemarme la casa. Lianne y tú no sois nada parecidas en cuestiones domésticas.

      –No. Durante el curso escolar, yo doy clases de Ciencias, y en verano, me voy a Montana a montar a caballo y a cuidar el ganado. Hago las mejores galletas y el mejor estofado que hayas probado nunca… siempre que sea sobre una hoguera al raso.

      –Ya se nota, porque el fuego ya lo tenías montado –comentó irónicamente Logan.

      Merrie se encogió de hombros.

      –Si te hubieras marchado de vacaciones como estaba previsto, yo no habría preparado ese estúpido bizcocho. Estaría en Montana, divirtiéndome.

      –¿Quieres decir que yo tengo la culpa de todo?

      –En cierto modo, sí… Lianne necesitaba irse lejos, a reflexionar sobre la anulación de su compromiso y a pensar en su futuro. Si ese canalla hubiera sido mi novio, me habría deshecho de él mucho antes. Es más, nunca me habría comprometido con él.

      –Ya me lo imagino…

      –Bueno, el caso es que mi hermana tenía resuelta la sustitución para todos sus clientes. Excepto para ti, teniendo en cuenta que ibas a marcharte. Cuando cambiaste tus planes, no pudo contar con nadie y por eso vine yo, en vez de irme a Montana. ¿Cómo se te ocurrió cambiar de planes?

      –Eso digo yo… –dijo una voz ajena–. Estuve esperándote en Cancún tres días, pero no apareciste.

      Logan miró aterrorizado, hacia la pradera de delante de la casa.

      Gloria Scott, la cazamaridos más profesional al noroeste del Pacífico, lo había localizado. ¡Era lo último que deseaba!

      Capítulo 2

      LIANNE tenía razón. Así eran las mujeres que le gustaban a Logan Kincaid… Por lo menos, así era la joven que acababa de llegar. Merrie observó con curiosidad la cara de Kincaid. Parecía un animal cuya mirada hubiera sido deslumbrada por los potentes faros de un coche.

      –Gloria –dijo por fin–.¡Qué sorpresa! ¿Te fuiste a Cancún?

      –Es obvio. ¿Por qué no viniste, como habíamos quedado?

      –Ocurrió un imprevisto

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