Maternidades en tiempos de des(e)obediencias. Graciela Beatriz Reid

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Maternidades en tiempos de des(e)obediencias - Graciela Beatriz Reid Conjunciones

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que determina las relaciones de dominación entre varones y mujeres, y las relaciones intragéneros, enfatizando los poderes femeninos en el campo de los afectos y otorgando a los varones el poder racional y económico, principalmente. En segundo lugar, se trata de una construcción histórico-social que estructura el orden simbólico de la división sexual y marca la subordinación en la significación de géneros a los roles asignados e internalizados para cada uno. En tercer lugar, el género se articula a su vez con otros indicadores tales como la historia familiar, el nivel educativo y socioeconómico, el acceso al campo laboral, la etnia y la religión, dando cuenta de la complejidad, la transformación y las consecuencias que el sistema sexo-género patriarcal produce, evidenciando que el género no aparece en forma pura sino enlazado a otros determinantes de las subjetividades sexuadas. En cuarto lugar, se presenta institucionalmente estructurado ya que, además de su instancia interpersonal, existe un sistema social que genera leyes, normas y ritos religiosos y culturales que producen y reproducen la idea de lo femenino y lo masculino.

      La perspectiva de género circunscribe y define la noción de maternidad(es) desde un punto de vista político. Por género entendemos un conjunto de representaciones, prácticas y relaciones que son el resultado de una construcción social, histórica, económica, religiosa y política determinada, organizadas alrededor de las diferencias anatómicas entre los sexos y que definen la manera en que construimos simbólicamente y nos relacionamos con el cuerpo sexuado. Cabe aclarar que “No debemos trasladar el problema de las subjetividades femeninas o masculinas a las identidades sexuales psíquicas de mujeres y hombres”, como bien señala Lamas (2000, p. 97). Para el psicoanálisis, la complejidad que presenta la elaboración inconsciente de la diferencia sexual simbólica en un histórico-cultural específico significada para cada sujeto tendrá como resultado la posición frente al deseo y determinará la asunción de la masculinidad o feminidad. En este sentido, Lamas analiza la relación entre género, diferencia sexual e identidad sexual para comprender la complejidad del tejido conceptual. El género se construye sobre la identidad sexual asumida y, en consecuencia, excede la mera diferencia biológica entre los sexos: “asumir al cuerpo como una bisagra donde se articula lo social y lo psíquico (…) sexualidad e identidad sexual, pulsión y cultura, carne e inconsciente” (Lamas, 2000, p. 88). La tríada antes mencionada permite pensar el género como categoría que muestra la dimensión de la diversidad deseante, que vuelve al cuerpo un territorio en tensión que evidencia su carácter político al constatar la desigualdad subyacente entre mujeres y varones, así como también otras inequidades que contribuyen a su articulación en relación a la clase, etnia, diversidades, opciones sexuales, etarias, geopolíticas o de religión, que abren el campo de exploración psicoanalítica y política de los términos indagados.

      Conviene, por lo tanto, profundizar en esta definición y distinguir las diversas maneras en que se emplea el concepto de “género”, puesto que en la muy vasta y diversa literatura existente se muestran usos no unívocos de la palabra. Por ejemplo, en muchos tipos de estudios macrosociales se llama “género” a la desagregación por sexo. De esta manera, el comportamiento diferente de los sexos se analiza e interpreta como valores distintos que dependen de una misma variable independiente, lo que produce que las diferencias no se tomen como construcciones sociales complejas. En muchos escritos puede encontrarse la sustitución, sin más, de la palabra “sexo” por “género”, lo cual induce a confusiones teóricas muy importantes. También es usual la confusión que circunscribe el concepto de género a las mujeres exclusivamente. Las teorías de género no se ocupan solo de las mujeres, sino que proponen una perspectiva relacional más amplia. Incluso, cuando abordan especificidades de las mujeres, lo hacen contemplándolas de modo vincular, en sociedad.

      La primera teórica feminista que retoma el término “género” es Gayle Rubin en un famoso artículo sobre la economía política del sexo. Ella define el género como la construcción social que se realiza sobre el sexo como dato anatómico, es decir “el conjunto de disposiciones mediante las cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de actividad humana y mediante las cuales se satisfacen estas necesidades humanas transformadas” (Rubin, 1986, p. 97). La autora habla del “sistema sexo-género”, puesto que se trata de un solapamiento entre diferencias naturales y culturales. Los sistemas de sexo-género son los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomo-fisiológica. Estos sistemas cumplen el importantísimo rol de dar sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana y, en general, a las relaciones entre las personas. Los sistemas de sexo-género fueron, por lo tanto, un punto de inflexión en el esfuerzo teórico de comprender y explicar el par subordinación femenina-dominación masculina, es decir, la dimensión política de la subalternidad. Desde entonces, la apuesta consistió en estudiar estos sistemas de acción social en relación con la sexualidad y la reproducción.

      La conceptualización de la desigualdad de género fue revolucionaria no solo en el interior de los estudios feministas, sino también en todo el campo de las ciencias sociales y humanas. Se trata quizás de la ruptura epistemológica más importante de las últimas décadas (Harding, 1988; Fraser, 1989, citado en De Barbieri, 1993), ya que constituye el reconocimiento de una dimensión de la desigualdad social que hasta entonces no se trataba o bien se abordaba marginalmente, subordinándola a una dimensión económica. El reconocimiento de la existencia de la dominación sobre las mujeres como forma específica del ejercicio de poder fue un paso de gran importancia.

      El siguiente momento fundamental de parteaguas teórico en la historia del concepto de género tuvo que ver con la influencia del pensamiento de Michel Foucault. Su investigación revolucionaria propone una concepción interrelacional, difusa y discursiva –aunque no por ello menos material– del ejercicio del poder y la constitución de la subjetividad que se instauran en un contexto histórico, político y económico determinado. En el primer volumen de Historia de la sexualidad, él realiza una contraposición entre el viejo poder represivo del soberano que dispone del derecho de “hacer morir o dejar vivir” y, si se ve amenazado o no se cumplen las normas, como castigo, lo matará (Foucault, 1976, pp. 127-128), reemplazado en el poder constitutivo moderno “hacer vivir o de arrojar a la muerte” (p.130). Estos desarrollos mantienen los disciplinamientos de los cuerpos y las subjetividades en cada época; la regulación y control se ejerce mediante una biopolítica de la población que organiza el poder sobre la vida. Es través del aparato del Estado moderno y sus instituciones de poder (escuela, iglesia, familia) que se mantiene una particular jerarquización de las relaciones de producción y de reproducción mediante el biopoder sobre el cuerpo social. En nuestra actualidad, el debate sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo es una muestra de los procedimientos de poder y saber que “garantizan las relaciones de dominación y efectos de hegemonía” (Foucault, 1976, pp. 132-133). Esta idea en su momento tuvo un eco fuertemente productivo en los estudios de género y en las teorías de la subjetividad, ya que habilita pensar que la misma se constituye a partir de relaciones de poder que no son ejercidas unilateralmente desde un centro de irradiación, sino que son ejecutadas por todos los miembros de una sociedad, en tanto mantienen y reproducen el discurso constitutivo de las subjetividades. La situación de opresión vivenciada por las mujeres no podría ya definirse como una relación de poder represiva, en la que sean pura y exclusivamente víctimas, sino que empieza a pensarse de manera mucho más compleja y enriquecedora. El poder que circula y se ejerce no es algo que alguien tenga y pueda concentrar. De hecho, la dominación más eficaz es la que cuenta con la complicidad de sus dominados, puesto que es la que mejor acalla toda posibilidad de resistencia. Pero, además, esta concepción del poder produce un desplazamiento teórico significativo en cuanto a los temas que nos ocupan. En primer lugar, implica que la subjetividad no preexiste al poder que la oprime, sino que es constituida por él. Por otro lado, implica un cambio profundo en la conceptualización del cuerpo y en la diferencia sexual anatomobiológica. En la medida en que Foucault pone el foco en el interés del poder sobre los cuerpos, ya no se puede sostener una concepción puramente natural de ellos. Es decir, se desbarata también la primera estructura que definió conceptualmente al género en sus comienzos, puesto que ya no puede distinguirse con la misma seguridad una

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