Anatomía de la memoria. Eduardo Ruiz Sosa

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Anatomía de la memoria - Eduardo Ruiz Sosa Candaya Narrativa

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y entonces se prestaba atención a un montón de animales de taxidermista, un montón de frascos de cristal con cosas blandas dentro y una vitrina con cajas y más frascos y más cosas y todas las puertas de la casa cerradas y uno decía Buenas tardes, como esperando que saliera alguien, pero con miedo a que alguien apareciera; yo no me quedé mucho ahí, me daba una congoja grande:

      nunca vi a nadie,

      y después se contaba que ahí vivía un coleccionista y que en una de las habitaciones había encerrado a un hombre como si fuera un animal, no sé,

      así era, Salomón, nosotros éramos, más que estudiantes, más que luchadores sociales o como quiera llamarle, corredores, escapadores, desaparecedores, pero luego hubo armas, y todo cambió,

      y cambió más con los años, muchos años después, cuando empezamos a hacernos viejos y llegó esa gente que cree que puede cambiar las cosas escribiendo una canción o un libro porque de verdad no saben nada, no entienden nada, como usted mismo y toda esa gente que cree que parados y en silencio en medio de una calle, en medio de una plaza creen, pues, que así, con no hacer nada y diciendo que no hacen nada, el mundo los escucha y se detiene y cambia: yo ya estuve ahí y hubo muertos y desaparecidos y al final no pasó nada, nunca pasó nada y estamos aquí usted y yo hablando de lo que nunca pasó, ¿qué le parece eso?,

      Ellos son sordos, y mudos, le estoy hablando del gobierno, no escucha a nadie,

      y nosotros estamos solos, de verdad solos,

      pero la Botica Nacional era un lugar diferente:

      uno no entraba por la puerta abierta de la casa, uno entraba, primero, por la puerta del local, y se encontraba, si no era muy de noche, con la mujer que estaba detrás del mostrador:

      entonces podían pasar varias cosas:

      si había tiempo, uno pasaba por debajo del mostrador, una pequeña puerta de madera, y se colocaba en el fondo del lugar, donde estaba el almacén, adentro de un viejo refrigerador desconectado,

      o bien, podía otro esconderse detrás de las cajas de medicinas y refrescos, y la boticaria, sin decir otra cosa que Agacha más la cabeza, o Ponte ahí en la esquina, iba tapando el espacio visible con más y más cajas, y ahí, de pronto, ya no había un Enfermo escondido,

      o bien, había una puerta pequeña en la pared del fondo, una puerta como para que sólo un niño pudiera pasar, que comunicaba con una especie de pequeña bodega o una especie de pasillo donde tranquilamente podían caber hasta cinco Enfermos, y que, mediante otra puerta pequeña, comunicaba con el interior de la casa de la boticaria,

      pero si los perseguidores venían cerca, o si había ya uno o dos muchachos en el refrigerador, y otros tantos detrás de las cajas del fondo, o unos diez o doce emborucados en el pequeño corredor que comunicaba con la casa, entonces la boticaria, que era una mujer mayor que tenía la cara de un rezo, tomaba del brazo al muchacho en cuestión, me pasó a mí más de una vez, y lo ponía del otro lado del mostrador, de cara a la puerta de entrada, le daba una especie de bata blanca de médico o de boticario, y lo ponía a despachar a los clientes:

      si llegaban los policías y entraban en la Botica Nacional veían a una boticaria y a su ayudante, que sudaba mucho o temblaba de miedo, y que, muchas veces, se quedaba durante el resto del día trabajando y se iba a casa con el sueldo correspondiente;

      ¿Y la boticaria todavía vive?, le preguntó Salomón al Flaco Zambrano;

      Supongo que no, pero la botica sigue ahí, en la calle Escobedo;

      ¿No era la calle Colón?;

      Quizás, pero yo recuerdo que era la calle Escobedo,

      y por último, déjeme terminar, por último, uno podía llegar a la botica por la noche, cuando no estaba abierta al público pero sí estaba abierta para los Enfermos, porque nosotros necesitábamos escondite y cura a cualquier hora del día, y la puerta siempre estaba abierta, y uno podía quedarse a dormir ahí, y una vez, no le miento, empujé la puerta y la puerta no se abrió, y lo volví a intentar y seguía cerrada y pensé que me iban a caer encima los Pescados, porque en aquella ocasión era un pleito con los Pescados, y eché a correr hasta que no pude más,

      me quedó el pendiente de saber qué había pasado esa noche, pero no me aparecí por la Botica Nacional sino hasta otra ocasión en que arranqué corriendo,

      yo corría mucho, siempre me dio miedo que me dieran una paliza o que me pegaran un tiro, siempre me dio miedo la muerte,

      el caso es que volví a la botica, empujé la puerta, y estaba abierta: entré en lo oscuro con la desconfianza de la última vez, y me acomodé detrás del mostrador, no se veía nada, y sentí que una mano me tocaba el hombro:

      es posible distinguir entre una mano que le avisa a uno de algo, que le señala una cosa o que busca llamar la atención sobre alguna cosa, y una mano que lo que pretende es más bien una caricia:

      aquello era una caricia,

      y lo primero que pensé es que se trataba de la boticaria, pero era una mano más pequeña y más suave, y no hubo palabra de por medio hasta que me dijo:

      Espera,

      y era una voz como la mano que me había tocado, una voz pequeña, y escuché que echaba el cerrojo en la puerta de la botica, y que volvía y que se me ponía enfrente, de rodillas porque yo estaba sentado en el suelo, y me acercó su cara a mi cara y lo único diferente que escuché en medio de todo aquello fue que alguien jaloneó la puerta para entrar, pero yo ya había descubierto que la muchacha estaba desnuda y no supe más,

      entendí que quizás pasaba lo mismo aquella noche cuando yo quise entrar y la puerta estaba cerrada, pero no entendí más;

      ¿Quién era la muchacha?, le preguntó Salomón;

      Yo supongo que era la hija de la boticaria, o la nieta quizás, porque era muy joven. A veces volvía, aunque no me persiguiera nadie, y la puerta estaba cerrada, y a veces la puerta estaba abierta. Un día le dije mi nombre y ella me dijo el suyo:

      se llamaba Lida,

      y su nombre también me pareció pequeño, algo menos que un nombre, demasiado poco para ser un nombre,

      muchas veces nos encontramos ahí,

      pero nunca la vi en otras circunstancias.

      A VECES PARECE QUE TODO OCURRE EN EL PASADO, porque el libro está escrito sobre lo que ya fue, sobre lo que se recuerda como algo ya perdido,

      pero luego resulta que el libro despierta aquello que dormía en nosotros y nos lleva a actuar, a hacer algo hoy, o mañana, y se actualiza y nos saca a la calle, enloquecidos, como si de verdad creyéramos en el futuro,

      o eso pensaba Salomón, pero el Flaco Zambrano le dijo otras cosas;

      ¿cómo era posible, pensaba Salomón, que cada uno de ellos, de los Enfermos, tuviera una idea tan diferente de lo que pasó en aquellos años, o de lo que debería decirse de aquellos años, o de lo que significa decir algo sobre la historia, sobre lo que se presume como un hecho indiscutible?

      Orígenes decía que el libro es el sustento del pasado;

      Isidro Levi decía que el libro es desde donde mana el futuro;

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