Anatomía de la memoria. Eduardo Ruiz Sosa

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Anatomía de la memoria - Eduardo Ruiz Sosa Candaya Narrativa

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      La trama absurda y necesaria, repitió Salomón en voz alta,

      la trama absurda y necesaria.

      Digresión sobre la naturaleza de los espíritus, ángeles malos o demonios, y sobre cómo causan la melancolía. «A veces incluso la fuerza de la fantasía causa la muerte» (Secc. II, Miembro III, Subsecc. II)

       Es la única diferencia entre los muertos y los que se van,

       ¿verdad?, los que no están muertos, vuelven

      Agota Kristof

      ME DIJO :

      A mi madre la perdí hace años,

      pero luego un día fuimos a conocer a su madre,

      No hay hija, pensé, que no pierda a su madre constantemente.

      ¿Quién dijo esto?

      El libro está lleno de intermediarios, Salomón, le dijo una vez Orígenes, no se crea que es usted tan importante.

      Ya se había dado cuenta el biógrafo de que su voz importaba poco, de que eran los otros los que contaban las historias, de que él mismo era uno de tantos intermediarios, y cuando recordó las palabras de Orígenes mientras escuchaba al dependiente de la Botica Nacional pensó que quizás también su propia historia tenía un lugar en el libro:

      se imaginaba a alguien preguntándole:

      ¿Cuál es tu historia, Salomón?;

      y cuando intentaba ensayar la respuesta, las palabras se le mezclaban con la voz de aquel hombre que llevaba una bata blanca manchada

      ¿de sangre?

      ¿de pintura?

      ¿de sangre?

      que bien podía ser la misma bata manchada que décadas antes usó el Flaco Zambrano cuando entraba en la Botica Nacional huyendo de los Guardias Blancos y que le entregaba la dependienta para hacerlo pasar por su ayudante,

      la misma bata que usaron, tal vez, otros tantos Enfermos,

      o Pescados,

      o Perspectivos,

      o Chemones,

      o lo que fueran.

      El libro es un continuo hablar, Salomón, le decía Orígenes;

      y Macedonio no dejaba de hablar:

      el biógrafo se había presentado en la Botica Nacional con la intención de comprobar las historias de Zambrano, Eliot Román y Orígenes, y se encontró con aquel Macedonio que tenía, quizás, una intensa necesidad de hablar, una soledad honda, una cierta desesperación en el trazado de las historias:

      Salomón le dijo que estaba haciendo una investigación sobre los estudiantes en los años setentas, y que muchos de ellos le habían mencionado aquel sitio, que quería hablar con la boticaria de aquella época, si era posible,

      Si es posible, dijo;

      no quería decir: Si aún vive.

      Macedonio le contó que llevaba varios años como encargado de la botica, y que él mismo había conocido a Amalia Pastor muchos años antes;

      ¿Antes de qué?;

      Antes del día de hoy, le dijo,

      y quizá entonces fue cuando escuchó las palabras:

      A mi madre la perdí hace años;

      ¿quién dijo eso?

      y volvía Macedonio a dar un rodeo:

      empezaba diciendo:

      Eso no lo dije yo, lo dijo ella, y a ella la conocí antes de conocer a su madre, que se llamaba Amalia, ¿verdad?, porque primero conocí a la hija, que tardó varias semanas en decirme su nombre, pero luego un día me dijo:

      Lida,

      así se llamaba, y se sigue llamando, la botica es de ella, se la dejó su madre.

      Y Estiarte Salomón de inmediato recordó a la muchacha de la historia del Flaco Zambrano: Lida era Lida Pastor, la hija de la boticaria que dejaba entrar a los Enfermos;

      En el libro todos se conocen pero nadie lo sabe, le decía Orígenes;

      y era cierto.

      Al sol de hoy yo me encargo de la botica, le dijo Macedonio, antes trabajé en una fábrica, y antes de eso en otra fábrica, y antes de eso en un hospital, y antes en una estación de radio y antes en un periódico;

      por seguir la corriente Salomón le preguntó:

      ¿En qué sección?;

      En la de limpieza, le respondió Macedonio, y a veces hacía algo de electricista y de mecánico, porque antes de eso estuve en un taller mecánico también;

      y se dio cuenta el biógrafo de que el boticario era algo así como una estatua, que estaba de pie detrás del mostrador y que no movía los brazos al hablar, que casi no se movía nada en él: un poco los ojos, un poco las cejas y la frente, y la boca, que arrastraba las palabras cuando Macedonio decía que conoció a Lida en el año setentaynoséqué porque él había tenido un accidente cuando era joven y venía a la Botica Nacional a comprar antibióticos y sueros y cosas para el dolor, porque le dolía mucho;

      ¿Qué le pasó?, le preguntó Salomón, pensando que tal vez tenía que ver con esa inmovilidad al hablar, o ese arrastrar de los labios en las palabras como si las llenara de saliva porque no había otra forma de que se deslizaran hacia los oídos ajenos:

      Un accidente, le dijo, luego las cirugías y esas cosas que siempre salen mal, terminé odiando a los médicos, y ahora voy con bata blanca como ellos; y su investigación ¿de qué es?;

      Sobre los Enfermos, le dijo el biógrafo, tratando de hacer un énfasis imposible en la mayúscula para evitar las confusiones,

      y Macedonio:

      Ella sabe mucho sobre los enfermos y sobre las enfermedades; y lo dijo sin hacer un especial énfasis en ninguna letra, pero Salomón no podía notarlo;

      ¿Y usted, Macedonio, sabe algo de los Enfermos?,

      un énfasis repetido e imperceptible en la oralidad;

      el boticario tenía más o menos la edad de Orígenes, de Eliot Román, de Isidro Levi;

      Supe de una mujer, le contestó Macedonio, que empezó a toser en el año cuarentaydós, apenas un asomo rumoroso, me dijo una vez Amalia Pastor, yo no me lo estoy inventando, así me lo contó ella, ¿verdad?, me dijo que era una tía lejana, hermana o prima de algún otro familiar lejano, y nunca dejó de toser: cada vez la velocidad de la contracción de los pulmones y la diferencia de presión

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