Anatomía de la memoria. Eduardo Ruiz Sosa

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Anatomía de la memoria - Eduardo Ruiz Sosa Candaya Narrativa

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sabe cuándo. Sólo mediante la duda se llega a la aprehensión de los acontecimientos. Es necesario crucificar el recuerdo para poder enterrarlo en lo más hondo de un pozo al que, obstinados, le otorgamos la propiedad del pálpito y nombramos corazón. Entonces teníamos corazón. Escribíamos cartas, leíamos libros, la música siempre estaba ahí, sonando en torno a todo. Éramos jóvenes y siempre estábamos por decir las palabras más trascendentales, siempre estábamos por sufrir los males más terribles. Pero nadie pensaba en Pablo Lezama. Pensábamos en Ellos, y nunca creímos que Ellos tendrían un rostro. Uno, quiero decir, uno sólo. Pablo Lezama es ese rostro de Ellos,

      estoy seguro de que lo último que vi de la ciudad fue el desgastado monolito por donde pasa la imaginaria línea del trópico. ¿Qué es lo último que quiero recordar, qué porvenir fue mi pasado? Estamos hablando de que Pablo Lezama soy yo. Juan Pablo Orígenes es un invento del libro. No se confunda, Salomón, lo que Ellos saben es esto:

      que Pablo Lezama, después de que los Enfermos intentaron secuestrar a aquel político, Hernández Cabello, cuando todo salió mal porque Lezama era en verdad un enviado de Ellos, porque Lezama era un gemelo de sí mismo, un hombre falso con una historia falsa que traicionó a los que confiamos en él, yo mismo confié en él aún después de que todos murieran,

      la confianza, Salomón, nos puede matar,

      hablamos de que Pablo Lezama, pues, siguió a Juan Pablo Orígenes, único sobreviviente que pudo escapar, o el único al que Ellos dejaron escapar porque creían que yo sabía algo más, que iría a la frontera a encontrar a los otros y Lezama, que vino por el desierto como yo, mató a Juan Pablo Orígenes, enterró su cuerpo en una casa abandonada y siguió buscando durante años a los que quedaron, a los Enfermos que estaban por ahí, como locos deambulando por las calles y los desiertos del País, desamparados porque no sabían encontrarse;

      ¿Eso fue lo que pasó?;

      Eso fue lo que Ellos saben que pasó. Pero yo estoy vivo, o vivo en parte porque, para que Juan Pablo Orígenes siga vivo, Pablo Lezama también debe vivir. Ellos saben que Pablo Lezama volvió muchos años después: para la burocracia el tiempo no existe, y desde entonces puede que hayan pasado un par de noches apenas, algunas horas, pero no más de veinte años. Ellos entienden el mundo así, circular, esférico acaso. No reconocen ni lo simultáneo ni lo lineal. El mundo es lo que está cerca de Ellos, porque si no, si el mundo fuera más grande, ¿cómo iban a controlarlo?,

      hablamos de que Ellos saben, ahora, que Pablo Lezama se hace pasar por Juan Pablo Orígenes para vigilar a otro Enfermo, quizás el último de los que quedan,

      hablamos también de que Juan Pablo Orígenes mató a Pablo Lezama, pero eso, Salomón, no debemos decirlo en voz alta. Y hablamos de que Juan Pablo Orígenes es ahora Pablo Lezama, ¿entiende? Yo ya no sé cuál de los dos soy en realidad;

      ¿Quiénes son los Enfermos, Juan Pablo, quiénes eran?;

      Los Enfermos son los que sueñan con el hambre, y su pesadilla es este País. Son los que quieren despertar porque la vida lastima y su paso, su peso, los asfixia. Tuvieron esperanza. Soñaban con la esperanza como con una lámpara que alumbra sin desgaste. Tenían una idea del mundo donde la justicia de los que sufren pasa por compartir con todos el sufrimiento. Pero el que espera siempre tiene una semilla de inocencia, un dejo de ilusión pura. Los Enfermos son los que están despiertos cuando todos los demás duermen. Son los que mueren cuando todos los demás viven tranquilamente y no saben que ahí afuera los espera el final de sus días. Son los que leen, en silencio, un libro que nadie ha escrito. Y escriben, por su parte, el libro de un País que nadie leerá. Nadie sabe quiénes son, ni cuántos han sido, a lo largo de los años, contagiados por su palabra. Su palabra es contagiosa. Su palabra es la posibilidad de un arma empuñada en lo más hondo de la noche. Sueñan con Rusia, y una mañana luminosa algunos de ellos despertaron en Corea, en una barraca o en un campo abierto donde les enseñaron a matar en nombre de una justicia a la que llaman Patria. Los Enfermos creían que el porvenir ya estaba escrito por otros, y que había que reescribirlo con una caligrafía doliente de mordedura y balas. Nunca supe si tenían razón,

      mis amigos más queridos, los que están muertos, eran Enfermos. Mi madre estuvo enferma, pero el cáncer fue su muerte. Yo, ahora, ya no soy un Enfermo, pero alguna cosa me estará comiendo por dentro, sindudamente. Duele ser un Enfermo, o en aquel tiempo, al menos, dolía.

      ¿Con quién estás hablando ahora, Juan Pablo, con Estiarte Salomón, que escribe tu biografía, o con las sombras de aquella habitación con el espejo de Gesell en la que interrogaron a Pablo Lezama tantos años después?;

      Con nadie hablo. Nadie escucha a los Enfermos.

      ¿Quiénes son Ellos?;

      Ellos son el País. O quieren ser el País,

      Ellos son mis asesinos y mis cómplices,

      Ellos están ahí, siempre al otro lado de la mesa, al otro lado del espejo gigantesco de Gesell, en silencio todavía porque son sus actos los que tienen peso, no sus palabras. Ellos son los que cumplen lo que nunca prometen,

      son Ellos los que encontraron a Juan Pablo Orígenes muchos años después, cuando por fin volvió a la ciudad, cuando la errancia le había cansado el cuerpo y quiso encontrar, porque era una herida vieja y siempre dolorida, siempre abierta, la tumba de su madre. Son Ellos los que, al encontrarlo, lo confundieron con otro. Son Ellos los que enviaron a Pablo Lezama, los que le dieron vida a ese falso amigo que traicionó a los suyos. Ellos son Pablo Lezama, aunque Pablo Lezama ahora esté muerto,

      son Ellos los que no saben que en el libro está escrito el testamento de Juan Pablo Orígenes. Son Ellos los que preguntan ahora qué pasó con Lezama y creyeron en las cartas que envió desde la distancia porque su naturaleza es el engaño y la mentira, y creyeron que Pablo Lezama seguía vivo cuando ya su cuerpo se pudría bajo la tierra. Son Ellos los que creen que este Pablo Lezama traído por el desierto y el tiempo es aquél que siguió a Orígenes porque había que matarlo. Son Ellos los que no saben que el rostro de Juan Pablo Orígenes es la superposición de dos rostros;

      ¿Entonces Juan Pablo Orígenes era un Enfermo?;

      Hay que hacer la memoria, que es lo único que nos salva. Hay que escribir el libro, porque el libro se ha perdido y sin la escritura la memoria es un murmullo, el rumor de los desaparecidos;

      ¿Recuerdas el rostro de Pablo Lezama, el sonido de su voz, el arma que guardaba en el cajón de su habitación en aquel hotel al lado del Dragón Rojo, cerca de la frontera?, ¿recuerdas la profundidad de la tumba, el peso del cuerpo, el peso de la tierra que cubrió el cuerpo?,

      si Juan Pablo Orígenes no quiere hablar, que hable Pablo Lezama, que hable el asesino, el que vive en el muerto que volvió a su casa, a su predio, a su pasado robado por Ellos. Que hable el que durmió junto a un rémington en el primer cajón de la mesa de noche, el que les dijo dónde encontrar a Hernández Cabello y los llevó a la muerte, a la bahía donde se acumulan los cuerpos de los Enfermos, donde ya no contagiarán a nadie. Si la parte Enferma de Orígenes se murió en la frontera, ¿qué pasó ahí cuando se encontró con Pablo Lezama?

      Lo último que vio Juan Pablo Orígenes al irse de la ciudad fue el avejentado monolito que marca la invisible línea del trópico. ¿Cuántas veces había escrito la palabra trópico sin de verdad detenerse a pensar que la etimología, las sucesiones astronómicas y su propio destino eran una misma ciencia? Una cosa sí había reflexionado con el tiempo cuando descubrió que el movimiento estelar le cambiaba el nombre a las geografías que nosotros creemos como verdades escritas en piedra, inamovibles porque su naturaleza astronómica está por encima de cualquier cordialidad a la altura de los cielos:

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