Anatomía de la memoria. Eduardo Ruiz Sosa

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Anatomía de la memoria - Eduardo Ruiz Sosa Candaya Narrativa

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      y se quedó callado cuando escribió eso, como se quedó callado cuando supo que Pablo Lezama no era un camarada fiel, un luchador más, sino uno de Ellos, un infiltrado que dio al traste con todo y que seguramente había tenido que ver con la muerte de algunos amigos muy queridos: un hombre con dos caras, un gemelo de sí mismo:

      Eso es un traidor, pensó Juan Pablo Orígenes, eso era Pablo Lezama y eso es lo que soy ahora, un Tropo del Gemelo, un trópico que cambia con la rotación, otro traidor más; pero entonces yo quién soy, Ellos quién creen que soy, qué esperanza puedo tener de que nadie sepa nunca quién he sido y quién seré;

      ¿Cómo murió Juan Pablo Orígenes?, escuchó que le preguntaron Ellos mucho tiempo después, cuando por fin lo encontraron y creían que él era Pablo Lezama,

      todavía escuchaba sus voces como si estuvieran ahí mismo, todo el tiempo vigilándolo, todo el tiempo metidos en su sombra:

      Ellos son mi sombra porque Ellos eran la sombra de Pablo Lezama;

      Murió cansado, dijo él, la muerte es un trabajo agotador; no supo si eso lo había leído o lo había escrito él mismo alguna vez.

      Juan Pablo Orígenes murió para Ellos aquella noche. Pablo Lezama no. Para mí, que soy Orígenes y Lezama, ninguno de los dos murió, ninguno de los dos está de verdad vivo. Pero hay un solo cuerpo enterrado en aquella casa, y no soy yo, que estoy aquí, Salomón, usted es mi testigo. Pero Ellos, que muchos años después habían creído encontrar de vuelta a aquel perdido Pablo Lezama, querían saber cómo había muerto Juan Pablo Orígenes,

      y se lo preguntaron, en aquella habitación con el espejo de Gesell, donde sólo se escuchaba el murmullo de las voces de Ellos, la dudosa voz de Pablo Lezama, hijo pródigo vuelto desde el oscuro ojo de la muerte, desde el oscuro hocico del desierto, años después de matar a Juan Pablo Orígenes, un Enfermo:

      Matar a un Enfermo es un trabajo que lleva años, dijo, cuando le preguntaron por lo que pasó aquella noche;

      ¿Cómo murió Juan Pablo Orígenes?, volvieron a decirle;

      Murió en silencio, dijo, y no recibió respuesta. Murió en silencio, sin testigos, quiero decir. Murió en una casa abandonada, sin muebles ni ventanas. Murió tirado en el suelo luego de la última cuchillada. Murió gritando un grito a borbotones. Murió tendido y estirado sobre un pedazo de tierra. Murió al lado de su tumba, que era una tumba sin nombre ni apellido. Murió en secreto, con un montón de palabras en la boca. Murió creyendo que me mataba. Engañado, murió. Esperando otra cosa que no era la muerte, murió. No sé, de verdad, qué esperaba cuando finalmente murió.

      ¿Así fue?;

      Entonces hubo murmullos, palabras tiradas al suelo de la habitación, el rumor de un juicio que Ellos iban tejiendo con la cítara de la especulación y la duda. Orígenes hablaba como si estuviera solo, como si la cinta magnética no estuviera girando en los carretes de la grabadora, como si un transcriptor no estuviera escribiendo todo aquello con el sonido de la máquina de escribir como un golpeteo rítmico que se traslapaba con sus palabras y les infundía ese correr de las cosas de la memoria, ese azar de los recuerdos siempre cubiertos de líquenes y óxido, siempre mitificados por el olvido y la voluntad de no recordar nada:

      ¿Y el cuerpo?, escuchó que le preguntaban;

      ¿El cuerpo de Pablo Lezama?;

      No: Ellos le preguntaban por el cuerpo de Juan Pablo Orígenes;

      ¿Y el cuerpo?;

      Él mismo se había hecho esa pregunta tantísimas veces: ¿El cuerpo de quién? ¿El de Pablo Lezama, enterrado en aquella casa abandonada cerca de la frontera o el cuerpo de Juan Pablo Orígenes, enterrado en la memoria de aquella casa abandonada cerca de la frontera?

      Las preguntas mueven al tiempo, escribió una vez Orígenes;

      ¿Y el cuerpo?, ¿dónde está el cuerpo del Enfermo?, le preguntaron a Juan Pablo Orígenes, que recordaba las cosas como Juan Pablo Orígenes pero tenía que enunciarlas como Pablo Lezama, que dormía hecho huesos, que hablaba con la boca llena de tierra, que soñaba desde la muerte que estaba vivo y que se llamaba Juan Pablo Orígenes.

      Soy el sueño de un muerto, escribió.

      Quizás la pesadilla mortal de Pablo Lezama era todo este repetido desorden de identidades: ser sin estar en ningún lado, estar sin ser él mismo, siendo otro que no es, que tiembla cuando habla, cuando le clava el cuchillo en el pecho, cuando miente y cuando dice la verdad, otro que ocupe su lugar diciendo en voz alta:

      Yo soy Pablo Lezama;

      pensando, sintiendo en el fondo las verdaderas letras de su nombre:

      Me llamo Juan Pablo Orígenes, nunca me mataron, yo fui un Enfermo, yo fui uno de los que perdió la esperanza;

      ¿Dónde estaba el cuerpo?

      Todavía siente en los brazos el peso de aquel arrastrar, de aquel cubrir la tumba que el otro ya había abierto, de aquel hondo cuchillo atravesando el esternón; el ardor de frotarse los brazos para limpiar el lodo, la sangre, el miedo; el bulto de los dos cuerpos, el suyo, todavía vivo, y el de Pablo Lezama, hundido en la tierra hasta los huesos, perviviendo en él como un fantasma: hecho de memoria y mentira;

      Se me subió el muerto al cuerpo, decía Orígenes.

      El cuerpo estaba bajo la tierra. ¿El cuerpo de su madre? No, el cuerpo podrido de toda la memoria podrida que nunca podría borrarse;

      Porque se borran los hechos, escribió en el libro, pero no su influjo,

      se olvida la herida, pero no su dolor;

      ¿Qué vio Juan Pablo Orígenes en aquella casa abandonada en la esquina de Andrade y General Reina?;

      Escuchó los jadeos de un trabajo cansado, los embates del metal contra la tierra, esta tierra dura y partida de lagarto, de prehistoria; escuchó la pausa, el descanso, la continuación de todo y pudo ver, entrando apenas un poco por la puerta de madera recién resquebrajada, sin asomarse demasiado porque pensaba que ahí había alguna cosa más, llena de espinas, pudo ver, entonces, que Pablo Lezama estaba cavando una tumba;

      ¿Estás seguro de que era una tumba?;

      Nadie podría negar la posibilidad de una tumba. Nadie, sobre todo, cuando se está siempre a punto de morir;

      ¿Qué hizo entonces Juan Pablo Orígenes?;

      Juan Pablo Orígenes se fue a su habitación a esperar la llamada de Pablo Lezama según lo acordado la noche anterior, y escribió, en uno de los márgenes del libro de Burton:

      Las tumbas son la revelación de nuestra responsabilidad para con los muertos.

      Muchos años después, frente a la tumba de su madre, escribió:

      Los sepulcros son la crucifixión de los muertos: sin sepulcro la muerte es una idea.

      ¿Por eso la tumba que cavó Pablo Lezama no tiene marcas?;

      Aquella tumba está perdida, como nosotros. Los Enfermos tienen su sepulcro marino en la Bahía de las Águilas, ahí terminaremos todos. Para el Estado, la muerte es una ausencia, y la ausencia de

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