Juventudes fragmentadas. Gonzalo A. Saraví

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Juventudes fragmentadas - Gonzalo A. Saraví

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menos desestabilizadores. Tal como lo ha observado Collins (2000: 38), “los individuos tienen la posibilidad de elegir en qué situaciones depositan su compromiso emocional; pueden retirar la atención de sus situaciones laborales para concentrarla en sus vidas privadas de consumo”, por ejemplo. El velo de la ignorancia o la indiferencia ante determinadas circunstancias es una construcción tan social como subjetiva. Por otro lado, aun en mundos aislados y distantes, la desigualdad se filtra a través de incongruencias o contradicciones que exigen al sujeto. Tal como lo ha explorado Sennet (2003) la desigualdad puede crear malestar, y dar lugar a una cadena emocional y reflexiva en los sujetos sobre sí mismos, su inevitable posición social y su experiencia social.

      Retomando un precepto marxista que no ha perdido vigencia, podemos decir que la fragmentación social es un proceso en el que el hombre construye las circunstancias en la misma medida que las circunstancias hacen al hombre. Más allá del descuido de género de esta formulación —por otro lado, atribuible a una época— lo que me interesa destacar es el énfasis y el carácter de la relación individuo-sociedad. Aplicada a nuestro tema de interés, nos permite sugerir que la fragmentación social es socialmente construida, pero al mismo tiempo que los individuos nacen, crecen y viven en mundos aislados que condicionan sus experiencias de vida e incluso su propia subjetividad, produciendo y reproduciendo las condiciones de desigualdad que le dieron origen.[6] Este planteamiento nos conduce irremediablemente a un problema clásico de la teoría social como es el de la reproducción social y, en términos un poco más complejos, al de la consistencia entre la realidad objetiva (o estructural) y la realidad subjetiva (o experiencial). Tanto en la sociología como en la psicología, y desde distintas perspectivas en cada una de ellas, la “socialización” ha sido el mecanismo por excelencia para interpretar y dar una respuesta a ambos dilemas.

      En efecto, la socialización es la respuesta clásica al problema del orden social. Principalmente durante la niñez, pero continuando a lo largo de toda la vida, el individuo internaliza el mundo exterior, y su posición en él, a través de la mediación de otros significantes. Simultáneamente con este proceso de aprehensión de la realidad objetiva, también se construye una subjetividad acorde con ese mundo exterior. En este sentido, hay un doble juego constituyente (o constructivo) de la socialización: por un lado, una realidad cognitiva y semánticamente aprehendida que se convierte en realidad objetiva; y por otro, una forma de actuar y sentir que es modelada a través de las interacciones y expectativas depositadas sobre el sujeto. De este modo la socialización, como educación y como control social, asegura o al menos provee los fundamentos para la integración social del sujeto (Dubet, 2010).

      Este mecanismo de integración y orden social, resulta fundamental para entender el proceso de fragmentación social que nos proponemos analizar. Las dimensiones culturales, sociales y propiamente subjetivas de la desigualdad no son espontáneas, azarosas, o individualmente creadas y recreadas por los sujetos en cada situación o generación. Tal como lo expresa Dubet, cualesquiera que sean las posiciones, los gustos, o los intereses, el individuo hereda de una sociedad, de una lengua, de una cultura, esquemas corporales que se han hecho suyos sin ser, sin embargo, obra suya (2010: 129). Precisamente un paso trascendental en el proceso de transición desde la desigualdad a la fragmentación social es el proceso de internalización de las dimensiones culturales, sociales y subjetivas de la desigualdad que naturalizan la fragmentación social. Dicho en otros términos, el desafío que plantea el enfoque que he venido construyendo, consiste en explorar cómo los individuos aprehenden una sociedad fragmentada como realidad objetiva (y reificada), y cómo, acorde con esa realidad, desarrollan una experiencia social que produce y reproduce esa fragmentación. En nuestra opinión, el proceso de socialización durante la niñez y juventud resulta capital; una idea que, en parte, debemos a Norbert Elías, quien en una recomendación teórico-metodológica para los interesados en la investigación social, advertía que:

      […] toda la relación entre individuo y sociedad, nunca podrá ser comprendida mientras, como sucede hoy en día, la sociedad sea concebida esencialmente como una sociedad de adultos, de individuos “terminados” que nunca fueron niños y nunca morirán. Sólo podrá proyectarse verdadera luz sobre la relación entre individuo y sociedad cuando se incluya en la teoría de la sociedad la constante formación de los individuos dentro de una sociedad, el proceso de individualización. La historicidad de cada individualidad, el fenómeno del crecimiento y del hacerse adulto, ocupan una posición clave en la explicación de qué es la “sociedad”. El carácter social del ser humano sólo podrá ser visto en su totalidad cuando se comprenda verdaderamente qué significan para el niño pequeño las relaciones con otras personas (Elías, 2000: 42).

      Para dar cuenta de la transición de la desigualdad a la fragmentación social resulta fundamental también entender la constante formación de los individuos dentro de la sociedad. Las dos dimensiones de la socialización a las que hacía referencia previamente son básicas en este proceso de formación. Ambas dimensiones, es decir la construcción de la realidad y la construcción de la persona, fueron ampliamente tematizadas por diversos autores; sin embargo, las perspectivas de Berger y Lukhmann, por un lado, y de Mead y Elías, por otro, nos brindan los insumos y herramientas básicas para orientar nuestro análisis en una y otra dimensión, respectivamente.

      A pesar de su aparente simplicidad conceptual, la socialización representa un proceso social complejo, en el cual, simultánea a la internalización de una realidad, esa misma realidad es construida. Desde edad muy temprana, el individuo reconoce y aprehende el mundo que le rodea a través del filtro de “otros significantes” que fungen como agentes socializadores; ese filtro supone la posibilidad de creación y recreación de la realidad (condicionada por las características sociales y biográficas de esos interlocutores) y, al mismo tiempo, la objetivación de una realidad parcial y relativa, socialmente construida.

      Todo individuo nace dentro de una estructura social objetiva en la cual encuentra a los otros significantes que están encargados de su socialización y que le son impuestos. Las definiciones que los otros significantes hacen de la situación del individuo le son presentadas a éste como realidad objetiva. De este modo, él nace no sólo dentro de una estructura social objetiva, sino también dentro de un mundo social objetivo. Los otros significantes, que mediatizan el mundo para él, lo modifican en el curso de esa mediatización. Seleccionan aspectos del mundo según la posición que ocupan dentro de la estructura social y también en virtud de sus idiosincrasias individuales, biográficamente arraigadas. El mundo social aparece “filtrado” para el individuo mediante esta doble selección (Berger y Luckmann, 1979: 166).

      En espacios de inclusión desigual (y exclusión recíproca), este proceso por el cual una realidad parcial y relativa se transmite e internaliza como realidad única y objetiva resulta determinante en la consolidación y reproducción de la fragmentación social. La socialización del individuo desde edad temprana en estos espacios, caracterizados por la homogeneidad social y estructural, inevitablemente profundizará la distancia no sólo económica, sino social, cultural y subjetiva entre ellos. De este modo se construye y reifica una realidad que niega, recíprocamente, la existencia de “una otra” realidad, con el resultado paradójico de diluir o difuminar la profundidad de la desigualdad social existente.

      No se trata de la internalización y objetivación de un artefacto puramente ideacional, o dicho en otros términos, de asumir una concepción sobre la realidad. “El niño” —nos dicen Berger y Luckmann (1979: 171)— no internaliza el mundo de sus otros significantes como uno de los tantos mundos posibles: lo internaliza como el mundo, el único que existe y que se puede concebir, el mundo tout court.” La fragmentación social que emerge en la sociedad contemporánea y que trato de explorar en los capítulos siguientes tiene su fundamento, que a la vez es su atributo esencial, en la coexistencia de mundos aislados que se desconocen —y niegan recíprocamente (Saraví, 2008); cada uno de ellos constituye para sus integrantes el mundo y la realidad. Pero este no es un resultado social espontáneo, su génesis se encuentra

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