Amor apasionado - Princesa de incognito. Victoria Pade

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Amor apasionado - Princesa de incognito - Victoria Pade Omnibus Julia

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el ceño y murmuró:

      —No, la no miraba así por eso. Es que se parece a…

      —¿A una mujer llamada Mikayla? —preguntó ella—. Porque Theresa no deja de llamarme de ese modo…

      —Mikayla —repitió el hombre con su voz de barítono, en tono enigmático—. Sí, eso es, Mikayla.

      La respuesta sólo sirvió para aumentar la curiosidad de Neily, pero Wyatt Grayson no explicó quién era y se limitó a ofrecerle la mano.

      —Es un placer, señorita Pratt —dijo.

      —Neily —corrigió.

      Neily ni siquiera supo por qué, pero le estrechó la mano con un entusiasmo poco habitual en ella. Y el contacto fue tan intenso que sintió cada detalle, cada matiz del encuentro entre sus pieles.

      Fue una de las cosas más extrañas que le habían pasado en toda su vida, pero significara lo que significara, era evidente que estaba totalmente fuera de lugar en ese momento y se apresuró a apartarse.

      Cam rompió el silencio mientras Wyatt Grayson la seguía observando con sus ojos grises, como de peltre.

      —Tengo que volver a comisaría, Neily. Mi turno empieza dentro de poco, así que si no me necesitas para nada más…

      —No, no, márchate.

      Neily logró contestar a su hermano a pesar de que el escrutinio de Wyatt Grayson empezaba a resultarle incómodo. De hecho, se sintió muy aliviada cuando el recién llegado se giró para despedirse de Cam. Pero además de sentir alivio, su cambio de posición le permitió observarlo con más detenimiento. Y podría haberlo mirado durante horas y horas.

      Su cabello, de color rubio oscuro y corto a los lados, estaba ligeramente más largo en la parte superior, que llevaba revuelta y le daba un aspecto informal y rebelde. Su nariz tenía una forma perfectamente recta. Sus labios no eran grandes, pero su sonrisa irónica resultaba muy sexy. La estructura de su fotogénica cara parecía una colección de depresiones y ángulos bien definidos, con pómulos altos, mejillas lisas y una mandíbula escultural. Y por si eso fuera poco, sumaba unos ojos grises y sensuales que, según la luz que les diera, adquirían un tono plateado o azul.

      Sin embargo, Neily se recordó que su belleza física carecía de importancia para el caso. Wyatt Grayson era uno de los guardianes de su abuela y su atractivo no debía influir en su valoración profesional.

      Cuando Cam se alejó hacia el coche, ella preguntó:

      —¿Por qué no pasamos dentro?

      —¿Cómo está mi abuela? ¿Se encuentra bien? El asistente social de Missoula dijo que no había empeorado, pero no es precisamente joven ni está en posesión plena de sus facultades mentales. Me sorprende que se escapara y que fuera capaz de llegar aquí… Mi hermano y mi hermana están tan asombrados como yo.

      Neily los acompañó al interior de la casa, pensando que la preocupación de Wyatt era un buen síntoma; significaba que quería a su abuela.

      —El asistente de Missoula tiene razón. Theresa se encuentra aparentemente bien, pero no sé cómo estaba antes y no puedo comparar.

      —Siento que ningún miembro de mi familia pudiera venir cuando las autoridades se pusieron en contacto conmigo, el jueves pasado. Mi hermana estaba en México y no pudo marcharse porque se enfrentaba a un problema grave en una de nuestras fábricas y necesitábamos que se quedara allí. Y mi hermano estaba con la policía, en Canadá… alguien se enteró de la desaparición de mi abuela y pensó que podía ganar algún dinero llamando por teléfono y fingiendo un secuestro.

      Neily cerró la puerta a sus espaldas y Wyatt siguió con la explicación:

      —Yo me quedé solo en Missoula, con toda la conmoción de la búsqueda. Cuando me dijeron dónde estaba mi abuela, los servicios sociales nos acribillaron a Mary Pat y a mí con tantas preguntas y tantos formulismos como si pretendieran evitar que viniéramos a Northbridge. Ha sido una verdadera pesadilla.

      —Estoy segura de ello…

      Neily prefirió no decirle que estaba en lo cierto, que el asistente social de Missoula había hecho lo posible por retrasar su marcha. Quería asegurarse de que su visita no empeoraría la situación de Theresa.

      —La policía me llamó cuando supo que tu abuela estaba en la casa —continuó ella—. He estado cuidándola desde entonces, así que no había prisa alguna.

      —De todas formas, no quiero que saques una conclusión equivocada. Todos estábamos muy preocupados por nuestra abuela, y habríamos venido el mismo día si hubiéramos podido —explicó.

      Neily llevó a los recién llegados al salón.

      —¿Dónde está, por cierto? —preguntó él, mirando a su alrededor.

      —Sería mejor que tú y que la señorita Gordman…

      —Mary Pat, por favor —intervino la mujer.

      —¿Por qué no os sentáis un momento? Iré a ver si Theresa se encuentra en disposición de veros. Lleva todo el día en su dormitorio y me gustaría que saliera un rato.

      Ni la enfermera ni el nieto aceptaron la invitación a sentarse, tal vez porque estaban demasiado preocupados por la anciana. Neily se excusó, volvió al vestíbulo y subió por la escalera.

      Al llegar a la puerta del dormitorio principal, llamó y entró sin esperar respuesta. Theresa solía estar demasiado perdida en su propio mundo como para oír una llamada.

      La anciana estaba justo donde la había imaginado, en la mecedora, moviéndose hacia delante y hacia atrás como si eso la relajara. Theresa Hobbs Grayson era una mujer relativamente pequeña; Neily medía un metro sesenta y le sacaba ocho centímetros más o menos. Tenía el pelo de color sal y pimienta, corto y arreglado, y unos ojos grises que carecían de la pasión y de los tonos diferentes de los ojos de su nieto, pero a pesar de ello, supo que Wyatt habría heredado de su abuela la chispa y también el atractivo, porque Theresa seguía siendo muy guapa.

      —¿Theresa? —preguntó.

      La anciana no parecía haber notado su presencia en la habitación.

      —¿Mikayla?

      —No, soy Neily… ¿no te acuerdas?

      —Sí, claro… Neily. He vuelto a equivocarme, ¿verdad? —dijo la mujer.

      —Tu nieto Wyatt está abajo —le informó.

      Los ojos, la cara y hasta la postura de Theresa cambiaron de inmediato. Evidentemente, la noticia le alegraba mucho.

      —¿Mi Wyatt? —declaró con entusiasmo.

      —Sí, y Mary Pat…

      —¿También Mary Pat? —preguntó, decepcionada.

      —En efecto.

      Theresa se quedó pensativa unos segundos.

      —No habrán venido para llevarme,

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