Amor apasionado - Princesa de incognito. Victoria Pade

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Amor apasionado - Princesa de incognito - Victoria Pade Omnibus Julia

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serio?

      Neily notó que en su pregunta había más esperanza y alegría que temor. Eso también era un buen síntoma.

      —Claro que sí —contestó—. Entonces, ¿te parece bien que se queden contigo en la casa? ¿Incluso si yo me marcho?

      —Oh, sí. Sé que me ayudarán. Me ayudarán a recobrar lo que es mío. Mi Wyatt se encarga de las cosas importantes y Mary Pat cuida de mí… Siempre han sido muy buenos conmigo —afirmó.

      —¿Te gustaría bajar al salón a saludarlos?

      —¿Están sólo ellos?

      —Sí, los demás se han marchado. Y la casa tiene un aspecto mucho mejor… podrás ver lo que hemos hecho mientras estabas en la habitación

      —Me gustaría ver a Wyatt y a Mary Pat.

      —Pues bajemos.

      A Theresa no le costó levantarse de la mecedora ni acompañar a Neily escaleras abajo. En cuanto vio a su nieto y a la enfermera, cruzó el salón a toda prisa y los abrazó como un niño encantado de ver a sus padres tras una separación larga. Era evidente que no les tenía ningún miedo; eso confirmaba la opinión del asistente social de Missoula, quien ya le había dicho que podía dejar el cuidado diario de la anciana en sus manos.

      —¡Cuánto me alegro de veros! —declaró Theresa—. Pero Wyatt, ¿dónde están Mikayla y el niño? ¿No han venido contigo? ¡Todavía no he visto al bebé!

      El interés de Neily se volvió aún más fuerte al observar que Wyatt Grayson se ponía súbitamente tenso.

      —¿No te acuerdas, abuela? Mikayla y el niño, murieron.

      Theresa se llevó las manos a la cabeza.

      —Oh, lo siento… lo he vuelto a olvidar otra vez. Lo siento, Wyatt, lo siento muchísimo.

      —Yo también, pero no te preocupes. Estamos muy contentos de haberte encontrado. Nos has dado el mayor susto de nuestras vidas.

      —Tenía que volver a esta casa —afirmó Theresa, con tono de quien comparte un secreto—. Yo nací aquí… ¿Lo sabías?

      —Sabíamos que naciste en una localidad pequeña de los alrededores de Billings —contestó—, pero nunca dijiste dónde. No conocíamos el nombre de la localidad, ni sabíamos que poseías una casa en ella.

      —El abogado paga los impuestos, y creo que también se ocupa de que alguien la mantenga en buenas condiciones. El abuelo se encargó de organizarlo todo para que yo no tuviera que preocuparme por esas cosas, y ha sido así desde hace muchos años. Pero tenía que volver. ¡Tenía que volver, Wyatt! —exclamó, repentinamente desesperada.

      —Tranquilízate, abuela. Ahora que sabemos que estás a salvo, nos sentimos muy aliviados.

      —¿A salvo? Sí, estoy a salvo. Aunque tú no lo sepas, soy una mala persona. Pero eso sí, estoy a salvo —declaró.

      Neily había contemplado muchas escenas parecidas durante los días pasados; Theresa empezaba a hablar, se liaba y terminaba por decir cosas sin sentido. También había descubierto que intentar razonar con ella en esas circunstancias era totalmente inútil; si la presionaban, no obtendrían más información y además, se enfadaría. Pero su nieto también debía de saberlo, porque se quedó en silencio.

      Theresa se acercó a Mary Pat, la tomó del brazo y dijo, como si fuera una niña pequeña:

      —Quiero irme a la cama. ¿Me leerás algo para que me quede dormida, Mary Pat?

      La enfermera le dio un golpecito en el brazo.

      —He traído el libro que empezamos la semana pasada.

      —Espero que no lo hayas leído sin mí…

      —No he leído ni una palabra.

      Wyatt dijo a Mary Pat que iría a buscar su equipaje mientras ella llevaba a Theresa al dormitorio y, acto seguido, se giró hacia su abuela.

      —Dentro de unos minutos subiré a darte las buenas noches —afirmó.

      —Sí. Dentro de unos minutos —dijo la anciana.

      Neily y Wyatt Grayson observaron a Theresa y a Mary Pat mientras desaparecían escaleras arriba.

      —Bueno, supongo que ahora somos compañeros de piso —declaró Wyatt.

      —No, yo no me quedaré aquí. Os la dejaré a vuestro cuidado.

      —Vaya… ¿quiere eso decir que hemos aprobado el examen? —preguntó con ironía.

      Antes de que Neily pudiera contestar, él continuó.

      —Sé que cuando sucede algo así e intervienen los de servicios sociales, se investiga la situación y a las personas involucradas. No es que me guste, pero no tenemos nada que ocultar y lo comprendo, has hecho lo que tenías que hacer. Todos queremos lo mismo… lo que sea mejor para mi abuela.

      Neily se sintió agradecida. Su actitud facilitaba las cosas.

      —En efecto, eso es lo que todos queremos —confirmó.

      —Y crees que de momento es mejor que nos quedemos en Northbridge, ¿verdad?

      —Bueno, Theresa se ha tomado muchas molestias para venir.

      —Y que lo digas. Normalmente nos costaba convencerla para que saliera de su casa de Missoula, y cuando la convencíamos, nunca salía sola —explicó—. Hacía tantos años que no conducía un coche, que me sorprende que haya sido capaz. Pero claro, todo lo sucedido es sorprendente…

      —De todas formas, ahora parece decidida a quedarse aquí. He hablado con el asistente de Missoula y con el médico que la trata y estamos de acuerdo en que es mejor que no la presionemos con ese asunto. Por lo menos, de momento.

      —Para nosotros no es ningún problema. Haremos lo que le haga feliz.

      —Magnífico.

      —Pero no te vas a quedar…

      —No, aunque vendré todos los días.

      —Me parece justo —dijo él—. Y ahora, ¿tienes algo que preguntarme?

      Neily quería preguntarle quién era Mikayla y cómo habían muerto ella y su bebé, pero no estaba segura de que aquello tuviera alguna relación con Theresa y prefirió tragarse la curiosidad.

      —Es tarde. Yo estoy llena de polvo y tú seguramente querrás descansar, así que podemos dejar la conversación para otro día.

      —Ahora que mencionas lo del polvo, ¿toda esa gente que he visto al llegar ha estado ayudando a arreglar la casa de mi abuela? —preguntó él.

      —Sí, son vecinos del pueblo. Han venido a echar una mano.

      —Tal vez debería pagarles…

      —No,

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