Amor apasionado - Princesa de incognito. Victoria Pade

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Amor apasionado - Princesa de incognito - Victoria Pade Omnibus Julia

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era muy consciente de que el domingo, cuando conoció a Wyatt Grayson, tenía un aspecto lamentable; y también de que el lunes por la tarde, cuando pasó por casa de Theresa, su ropa, su pelo y su maquillaje mostraban el desgaste de todo un día de trabajo. Por eso, decidió saltarse la cena y dedicar ese tiempo a arreglarse un poco y cambiar la impresión que le había dado.

      Sin embargo, intentó convencerse de que lo hacía por ella misma, no por un hombre que la afectaba de un modo completamente nuevo en su vida. Neily tenía cinco hermanos y hermanas y nunca se había sentido fuera de lugar con ellos, ni siquiera en la infancia, pero con Wyatt se comportaba como una niña tímida.

      Y eso no podía ser. Sobre todo, porque su trabajo le obligaba a juzgar objetivamente la estabilidad, el comportamiento y el carácter de Wyatt Grayson, lo cual implicaba mantener las distancias y demostrar cierto sentido del decoro y autoridad. Algo que no conseguiría a base de parecer una adolescente impresionable.

      Quería tener buen aspecto aquella noche, pero no porque él le gustara, sino porque debía enmendar los errores que pudiera haber cometido.

      Mientras se cambiaba de ropa y se ponía un jersey de cachemir y unos pantalones muy ajustados a los que se solía referir como pantalones para una primera cita, se dijo que no tenía ninguna intención de impresionar a Wyatt. Él formaba parte de un caso en el que ella estaba trabajando y cualquier relación personal produciría inevitablemente un conflicto de intereses.

      Además, por muy atractivo y encantador que fuera, en Northbridge también había muchos hombres atractivos y encantadores y eso no significaba que se interesara por ellos. Sin embargo, no podía negar que el nieto de Theresa tenía algo que había conseguido desconcentrarla, y fuera lo que fuera ese algo, debía controlarlo y detenerlo a tiempo.

      —Déjate de tonterías —dijo en voz alta, mientras se empolvaba la nariz.

      Terminó de maquillarse, se soltó el cabello y se lo cepilló antes de alcanzar las tenacillas para rizarse las puntas.

      Neily se repitió que controlar sus emociones no sería un problema. Ahora era consciente de lo que sentía cuando Wyatt la tocaba, le daba conversación o simplemente permanecía a su lado; conocía el efecto y sabía cómo resistirse a él. Y cuando estaba decidida a resistirse, no había nada que pudiera quebrar su determinación; crecer con cinco hermanos la había preparado para casi todo.

      —Tú sólo eres un caso más para mí, Grayson —se dijo.

      Por otra parte, aquella noche tendría la ventaja de que iría en su coche, estaría en su pueblo y trataría de algo perteneciente a su trabajo. Aquello sólo era una forma sutil de conocer mejor al nieto de Theresa y poder determinar si reunía los requisitos necesarios para cuidar de la anciana. No era una cita romántica, no iba a salir con él.

      Pero se había puesto sus pantalones especiales. Y el revoloteo que sentía en el estómago no tenía nada de laboral.

      —Seguramente piensas que soy un idiota.

      Neily y Wyatt estaban sentados en una cafetería de Northbridge. Ella alcanzó la taza de chocolate caliente que le acababan de servir y preguntó:

      —¿Por qué lo dices?

      —Porque ayer pasé por esta calle, pero no se me ocurrió que fuera la única de Northbridge y pensé que necesitaría que alguien me enseñara la localidad.

      Neily frunció el ceño con humor.

      —¿Qué dices? Northbridge tiene más calles. Está la calle Main, que va de norte a sur, y la calle South, que está al final de Main y transcurre de este a oeste… si tuerces a la izquierda en la segunda, llegas a la plaza y luego a la escuela y a un montón de casas, ranchos y granjas. Si tuerces a la derecha, a la casa de tu abuela y a otro montón de lo mismo.

      —Te has olvidado de las cuatro calles que salen a Main. Tienen seis u ocho tiendas por lo menos… —bromeó.

      —Y también hay un semáforo y hasta una cafetería.

      —¿Un semáforo y una cafetería? Dios mío, prácticamente sois una metrópolis…

      De nuevo, Neily fingió sentirse ofendida.

      —Pero vamos a ver, ¿es o no es verdad que has comprado todo lo que querías?

      —Es verdad —dijo mientras alcanzaba su taza—. Lástima que tengáis hasta un almacén de maderas y muy poca cosa de ferretería.

      —¿Es que necesitas algo más que los tornillos que venden en la tienda de ultramarinos?

      —No. Sólo era una observación profesional.

      —¿Es que eres policía de ferreterías? —preguntó, tomándole el pelo.

      —No precisamente. Pero estás hablando con uno de los dueños de Home Max.

      Neily se dio cuenta de que ya no estaba bromeando y preguntó:

      —¿En serio? ¿De Home Max?

      —En serio. Ya veo que nos conoces…

      Home Max era una famosa cadena de establecimientos especializados que vendía todo tipo de materiales de construcción y carpintería, muebles para el hogar, sistemas de iluminación y, en general, cualquier cosa desde una barbacoa hasta un cortacésped para interiores y jardines. La empresa se había ganado últimamente el interés de los medios de comunicación por la apertura de docenas de centros nuevos en el oeste de Estados Unidos y porque estaba destrozando a la competencia.

      —Por supuesto que conozco Home Max. Pero no sabía que tú fueras su dueño…

      —Bueno, pertenece a mi familia, no sólo a mí —puntualizó—. Marti, Ry, mi abuela y yo somos los únicos accionistas.

      —Theresa no me había dicho nada.

      —Es que ella no trabaja en la empresa. Incluso olvida que ahora se llama Home Max… ella la conoce como G. y H., que era el nombre que le puso mi abuelo cuando empezó con una ferretería pequeña.

      —¿Tu abuelo? ¿Te refieres al marido de Theresa?

      —Sí, ya tenía la tienda cuando se conocieron, pero ella decidió apoyarlo con sus escasos ahorros y él cambió el nombre a G. y H., por Grayson y Hobbs. Cuando mi abuelo murió, la ferretería quedó a cargo de mi padre, que era hijo único. El negocio empezó a ir mejor y al cabo de un tiempo ya tenía seis tiendas más… Luego, hace ocho años, mis padres se mataron en un accidente de tráfico y nosotros nos encontramos en una situación complicada.

      —¿Complicada? ¿Por qué?

      —Porque las grandes cadenas habían empezado a hacernos daño. Estábamos en números rojos y nos hicieron una buena oferta —explicó él.

      —¿Y por qué no vendisteis?

      —Fundamentalmente, por la abuela. Entonces no estaba mucho mejor que ahora, y necesita un tipo de atención médica que sale cara. La suma que nos ofrecían no era suficiente para asegurar su futuro; y si Marti, Ry y yo nos separábamos, tampoco teníamos la seguridad de que pudiéramos ganar lo necesario…

      —Y decidisteis seguir adelante.

      —Sí.

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