Amor apasionado - Princesa de incognito. Victoria Pade

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Amor apasionado - Princesa de incognito - Victoria Pade Omnibus Julia

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      —Qué detalle.

      —Desde luego.

      Neily se sorprendió mirándolo con más intensidad de lo normal y decidió que había llegado el momento de marcharse.

      —Iré a buscar mi bolsa. La he dejado en el cuarto de estar…

      —No conozco la casa, pero por fuera parece muy grande. ¿Por qué te has alojado en el cuarto de estar? Podrías haber elegido cualquier habitación…

      —Sí, podría. En el piso de arriba hay cinco dormitorios. Pero no quería arriesgarme a que Theresa se despertara en mitad de la noche y se fugara, así que decidí dormir abajo. Con un ojo abierto casi todo el tiempo —comentó con humor.

      —Lo siento —se disculpó—. Si hubiera podido, habría venido antes.

      —No te preocupes. Ahora ya estáis aquí. Y después de una ducha y un buen sueño en mi cama, estaré como nueva.

      De repente, a Neily le pareció que hablar de camas era algo arriesgado en presencia de aquel hombre, se sentía tan vulnerable y tan consciente de sí misma en su presencia que pensó que se debía al cansancio.

      Le dio su número de teléfono y una tarjeta del trabajo. Mientras atravesaban el salón para ir al cuarto de estar, Neily le dio una explicación breve sobre la distribución de la casa. Después, ella recogió su bolsa y él la acompañó a la puerta.

      —Si me quedara, esta noche dormiría bien de todas formas. El contratista local ha venido hoy y ha instalado cerrojos en todas las puertas y ventanas para que Theresa no pueda escaparse con facilidad —explicó mientras le daba un manojo de llaves—. Si tu abuela no tiene acceso a esto, podrás dormir a pierna suelta.

      Wyatt se guardó las llaves y comentó:

      —Al menos, me gustaría pagar los materiales que han comprado para arreglar la casa…

      —Se lo diré.

      —Diles también que les estoy muy agradecido y que…

      —Por supuesto.

      Neily abrió la enorme puerta y él la siguió al porche.

      —Tengo que sacar el equipaje del maletero —explicó él.

      Hacía fresco y faltaba poco para el anochecer. Wyatt Grayson miró a su alrededor y no vio más vehículo que el suyo, así que preguntó:

      —¿Dónde está tu coche?

      —He venido andando.

      —Entonces, permíteme que te lleve a casa…

      —Te lo agradezco mucho, pero está muy cerca. Además, estoy segura de que querrás volver con tu abuela —dijo ella—. Vendré mañana, pero si necesitas algo antes o tienes alguna pregunta, no dudes en llamarme por teléfono… aunque sea en mitad de la noche.

      —Gracias.

      Neily se alejó hacia su casa mientras Wyatt caminaba hacia el todoterreno. Y cuando ya estaba a cierta distancia de él, no pudo resistirse al impulso de mirar hacia atrás para mirarlo de nuevo.

      Wyatt había abierto el maletero y estaba cargando el equipaje como si su fuerte y musculoso cuerpo no notara el peso en absoluto.

      La boca se le quedó seca.

      En sus años como asistente social había sentido compasión, piedad, conmiseración, simpatía, empatía, tristeza, dolor e incluso ira hacia la gente con la que trataba, pero nunca, jamás, lo que sentía por Wyatt Grayson.

      Ni siquiera sabía cómo definirlo.

      Se parecía terriblemente a la atracción física, pero no podía ser eso.

      Y sin embargo, cuando él se giró hacia ella como si tampoco se pudiera resistir a la tentación de mirarla una vez más, Neily sintió un revoloteo de mariposas en la boca del estómago.

      Antes de darse cuenta de lo que hacía, alzó una mano y la agitó de un modo coqueto e insinuante.

      Wyatt Grayson imitó el gesto.

      Del mismo modo.

      Capítulo 2

      WYATT estaba sentado en la cama, a primera hora del lunes por la mañana, cuando colgó el teléfono. Había mantenido una conversación con sus hermanos, Ry y Marti. Los dos seguían de viaje, Ry en Canadá y Marti en México, pero querían saber cómo estaba su abuela y averiguar qué pensaba hacer el Departamento de Servicios Sociales ahora que se había declarado a Theresa, oficialmente, incapaz de cuidar de sí misma.

      Tras informarles y responder a sus preguntas sobre el asistente de Missoula y la de Northbridge, le costó quitarse a Neily Pratt de la cabeza. Y no sólo porque se hubiera dado la vuelta para mirarlo.

      No le extrañaba que su abuela la confundiera con Mikayla. Aunque no eran ni mucho menos idénticas, se parecían tanto como si fueran primas. Sobre todo en el pelo, fuerte y de un castaño caoba intenso que llamaba la atención, pero también en la nariz, fina, respingona, tentadora.

      Sin embargo, Neily era más baja que Mikayla, incluso teniendo en cuenta que la asistente social llevaba zapatillas deportivas y no zapatos de tacón alto. Tampoco era de piel morena, sino muy blanca, y sus ojos no eran de color avellana sino de un azul tan maravillosamente metálico y profundo que no se cansaba de mirarlos. En cuanto a su cuerpo, la asistente era menos voluptuosa que Mikayla, aunque con curvas suficientes como para gustar a cualquiera.

      Intentó dejar de pensar en ella, pero no lo consiguió y empezó a parecerle preocupante. Su encuentro le había afectado mucho; no por la posible investigación del Departamento de Servicios Sociales, puesto que su abuela no había sido víctima de abusos ni de negligencia alguna, sino por su propia respuesta ante Neily Pratt.

      Había sentido algo extraño. Algo que lo empujaba a verla de nuevo, a charlar con ella, a admirarla con menos polvo encima. Y eso era alarmante, porque sabía que podía ser un principio y no quería que lo fuera.

      Sacudió la cabeza, disgustado con sus emociones, y se preguntó qué le estaba pasando. Acababa de conocer a esa mujer, y desde luego no tenía la menor intención de mantener una relación con alguien después de lo de Mikayla y de los dos años que habían transcurrido desde su muerte.

      Habían sido dos años tan terribles que se había convencido de que no volvería a ver la luz del sol en cuestión de sentimientos, tan insoportables, que tuvo miedo de terminar con el tipo de depresión que había llevado a su abuela a aquel estado.

      Pero sin saber ni cómo ni por qué, las cosas habían empezado a mejorar. Aunque no estaba totalmente recuperado, aunque la vida le había jugado una mala pasada, ahora veía luz al final del túnel y no quería volver a caer en ese tipo de oscuridad, en el vacío de perder a la persona amada.

      La mejor forma de evitar ese peligro era estar solo, no apreciar tanto a nadie como para echarlo en falta si fallecía de repente o si las cosas no funcionaban; y se había mantenido fiel a esa decisión, intentando disfrutar

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