Jamás te olvidé - Otra vez tú. Patricia Thayer
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Cuando por fin llegó a su destino tiró de las riendas. La yegua no quería parar, pero al llegar a la vieja cabaña terminó cediendo. Ese era el sitio al que solía ir cuando era niña y necesitaba estar sola… cuando necesitaba pensar… cuando necesitaba llorar.
Bajó del caballo. Las piernas casi le fallaron al dar con el suelo. Llevaba mucho tiempo sin montar y ese día se había esforzado mucho. Después de atar a la yegua a un poste, subió el escalón que llevaba al porche. Empujó la puerta con el hombro y entró.
La cabaña era tal y como la recordaba, humilde y pequeña. Tenía una única habitación, con un fregadero y una bomba de agua, una estantería con latas de conservas… Había una hilera de camas sujetas a la pared opuesta, con colchones sucios. El edificio tendría que haber sido derribado, pero había sido su tatarabuelo quien lo había construido al establecerse en el lugar.
Fue hacia una ventana y contempló esas vistas que siempre había amado. El exuberante prado estaba verde, cubierto de hierba fresca y de flores silvestres. Miró hacia las Montañas Rocosas, y entonces se volvió hacia Pioneer Mountain y el bosque nacional. En medio había cientos de kilómetros de tierras que pertenecían a los Slater. Era el rancho Lazy S, el orgullo de Colton Slater.
En otra época, ese rancho había sido el hogar de Ana y de sus tres hermanas, pero ya hacía mucho tiempo de eso.
Ana se limpió una lágrima. Con el problema de su padre… Se enjugó otra lágrima. ¿Qué iba a pasar? ¿Y si Colt no sobrevivía?
De repente oyó el sonido de unas herraduras al golpear el suelo. Alguien se acercaba. Ana se puso tensa. Unas botas en el porche… Se dio la vuelta, pero no sintió alivio alguno al ver a Vance Rivers, el capataz del rancho.
Era un hombre alto, con espaldas anchas. Llevaba muchos años viéndole cavar para fijar verjas, sin camisa… Tenía unos brazos fuertes, musculosos. Ana bajó la vista y se fijó en su abdomen plano, la cintura estrecha. Llevaba un sombrero vaquero negro que le tapaba casi todo el pelo y también los ojos, marrón café… Siempre la atravesaba con la mirada. La hacía sentir nerviosa, inquieta.
–Pensé que estarías aquí.
–Aquí estoy, así que no tienes por qué quedarte –le dijo y se dio la vuelta.
Había sido él quien la había llamado a primera hora para decirle que su padre había sufrido un derrame. Y después le había visto en el hospital. Era él a quien su padre quería a su lado. ¿A quién si no?
–¿No deberías estar junto a la cama de Colt?
A Vance nunca le había gustado esa sensación que se le agarraba al estómago cuando veía a Ana Slater. Todo ese pelo del color del ébano, su piel bronceada, latina, los ojos azules, brillantes… Era imposible no saber que era una Slater.
Respiró profundamente. Nunca le había caído bien a Ana.
–Es a ti a quien tiene que ver cuando se despierte.
Vance vio cómo se ponía erguida. Sus hombros parecían más rígidos que nunca.
–Mira, Ana, tú eres la única de la familia que está aquí para tomar decisiones.
Recordó a las otras hermanas, Josie, Tori y Marissa. Todas andaban por ahí después de haber terminado la universidad. Pero Ana seguía allí. Se había ido del rancho, pero no se había ido muy lejos. Se había establecido en el pueblo y trabajaba como psicóloga en el instituto. Estaba lo bastante cerca como para poder visitar a su padre cada vez que quisiera. De vez en cuando, ensillaba a su caballo favorito y se iba a cabalgar.
Ana se volvió hacia él por fin. Esperaba ver rabia en esos ojos azules, pero no vio más que tristeza y miedo. Una vez más, su cuerpo reaccionó. Después de tantos años, seguía teniendo efecto en él. Recordó aquel día, veinte años antes, cuando Colt Slater le había acogido en su casa. Tenía trece años. Slater le había dado un lugar donde vivir, su primer hogar, y solo le había impuesto dos condiciones: trabajar duro y no acercarse a sus hijas.
Vance siempre las había cumplido, por muy difícil que pudiera ser a veces.
–¿De verdad crees que Colt Slater me va a escuchar? –preguntó Ana–. Además, ni siquiera sé si puede oírme.
–Es por eso que tienes que estar ahí. Habla con el médico y averigua qué tienes que hacer. Un derrame no significa que no vaya a recuperarse.
Vance no sabía muy bien de qué estaba hablando. Ana sacudió la cabeza.
–Tú deberías estar allí, Vance. Papá querrá verte.
Aunque Colt fuera lo más cercano a un padre que había tenido, no podía tomarse más libertades de las que se había tomado ya. Colt necesitaba a sus hijas, lo supiera o no.
–No. Necesita a su familia. Tienes que traer a tus hermanas, y rápido. Ya es hora.
Una hora más tarde, Vance y Ana volvieron a meter los caballos en el granero. Después la llevó a Dillon, al hospital. Su padre había sido ingresado esa misma mañana.
Ana estaba de pie en la sala de espera. Acababa de dejar un mensaje en el buzón de voz para su hermana pequeña, Marissa. Tori y Josie por lo menos habían contestado a su llamada. Las mellizas le dijeron que las mantuviera informada, pero no se ofrecieron a viajar desde California. Ambas habían puesto el trabajo como excusa.
Todo dependía de ella entonces. Y no podía echarles la culpa. ¿Cuántas veces habían sido ignoradas por su padre?
–¿Señorita Slater?
Ana se dio la vuelta y vio al neurólogo, el doctor Mason. Iba hacia ella.
–¿Hay alguna novedad?
–No. Está estable desde que le trajimos esta mañana, y los resultados de las pruebas son alentadores. No estoy diciendo que el derrame no le haya causado secuelas en el lado derecho del cuerpo y también dificultades con el habla, pero podría haber sido mucho peor. Tiene suerte de haber podido venir al hospital tan deprisa.
Ana sintió un gran alivio. Sentía gratitud hacia Vance. Todo había sido gracias a él.
–Gracias, doctor. Esa es una buena noticia.
–Todavía hay mucho que hacer. Necesitará mucha rehabilitación para recuperar la mayor movilidad posible. Querríamos que fuera a nuestra unidad de rehabilitación, para poder mejorar sus habilidades motoras y el habla.
–Buena suerte con eso –dijo Ana–. Nadie consigue que Colt Slater haga algo que no quiere hacer.
–Entonces será mejor que empiece a convencerle de que lo necesita.
Antes de que Ana pudiera decir algo más, las puertas del ascensor se abrieron. Dentro estaba Vance.
Aunque no le gustara mucho tenerle cerca, Ana sabía que era la única persona a la que su padre estaría dispuesto a escuchar. Una ola de tristeza