Jamás te olvidé - Otra vez tú. Patricia Thayer

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Jamás te olvidé - Otra vez tú - Patricia Thayer Omnibus Jazmin

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le hacía trabajar más de doce horas al día, pero también había sido generoso.

      –Colt no quería que os hicierais daño –dijo Dickson–. La vida en un rancho no es fácil.

      Ana sacudió la cabeza.

      –Ambos sabemos la verdad. Colton Slater solo quería hijos varones. Y desde luego no quería que sus hijas se inmiscuyeran en el trabajo de su adorado rancho –le lanzó una negra mirada a Vance–. ¿Y qué pasa contigo? ¿No quieres trabajar con una mujer?

      Él frunció el ceño.

      –¿Qué quieres decir con eso de «trabajar» exactamente?

      Ella rodeó la mesa.

      –Llevo esperando más de veinte años para sentirme parte de este sitio. Tengo la oportunidad y el tiempo necesario, porque no tengo que volver al colegio hasta el otoño, y tengo intención de emplear bien el tiempo. O me ayudas o te quitas de mi camino.

      –¿De qué estás hablando?

      –No vas a tener siempre la última palabra aquí. Mi padre me ha dado el cincuenta por ciento del control de este lugar.

      ¿Por qué se comportaba como si estuvieran en mitad de una guerra?

      –Hasta ahora, la única persona que tenía el control era Colt –dijo Vance, tratando de mantener un tono neutral–. Él es el jefe. Tengo intención de cumplir con todos sus deseos, porque la situación va a ser temporal. Pero si quieres trabajar catorce horas al día y oler a sudor y a estiércol, adelante –echó a andar hacia la puerta, pero entonces se detuvo–. Y no esperes que os haga de canguro ni a ti ni a tus hermanas, porque el Lazy S depende de este rodeo –dio media vuelta y se marchó.

      Ana se dio cuenta de que su reacción había sido demasiado brusca. Pero Vance Rivers siempre había sido esa espina que tenía clavada. Su padre siempre le había favorecido frente a sus propias hijas. De eso no había duda. Pero las cosas estaban a punto de cambiar.

      Se puso un poco más erguida.

      –Parece que voy a trabajar este verano.

      Wade Dickson sacudió la cabeza.

      –Creo que deberías llevarte mejor con ese vaquero, si no quieres que las cosas sean más difíciles.

      Eso era lo último que Ana quería. No había olvidado a aquel Vance adolescente, con su actitud desafiante y provocadora. Era guapo y lo sabía. Aquel día, cuando la había acorralado contra la pared en el granero y la había besado, no volvería a repetirse. Pero tampoco iba a salir corriendo como un conejo asustado.

      Ana parpadeó. Volvió al presente.

      –El problema de mi padre no ha hecho sino empeorar las cosas. Pero no voy a ignorar mis responsabilidades para con él y con el rancho.

      Wade sacudió la cabeza.

      –Espero que Colt valore tu lealtad, pero no seas testaruda. No creas que puedes arreglártelas tú solita. Será mejor que empieces a llevarte bien con Vance. Solo así funcionaran las cosas –suspiró–. Además, deberías pasarte por mi despacho mañana. Tengo algunos detalles que repasar contigo.

      –¿Qué detalles?

      –Pueden esperar hasta mañana, pero no mucho más. Trae a Vance contigo.

      A Ana no le gustó la exigencia.

      –¿Y qué pasa con tus hermanas? ¿Cuándo vienen?

      –Ahora mismo no. De momento cuenta conmigo nada más.

      Ana trató de hablar con convicción, pero en realidad no sabía ni por dónde empezar.

      Una hora más tarde, ya en el granero, Vance se puso a cepillar los flancos de su caballo castaño, Rusty. Estaba enfadado, sobre todo consigo mismo. Se había dejado provocar por ella, una vez más. ¿Cuántas veces se había dicho a sí mismo que debía olvidarse de ella? Ella no quería saber nada de él, y no era de extrañar. Llevaba años viendo cómo su padre le favorecía, cómo le dedicaba la atención que debería haber sido para sus hijas.

      Muchas veces había querido decírselo a Colt, pero le estaba muy agradecido como para reprocharle algo. Colton Slater le había acogido en su casa cuando no tenía adónde ir.

      Vance ya tenía que cargar con el estigma de un padre irresponsable. A Calvin Rivers no le duraban los trabajos y se bebía la nómina entera cuando encontraba a alguien que estuviera dispuesto a contratarle. Su madre se había cansado y un día había hecho la maleta para no volver jamás.

      Empezó a cepillar al caballo con más fuerza. Rusty se movía hacia los lados.

      –Lo siento, chico –Vance acarició al animal y guardó el cepillo–. No quería tomarla contigo.

      Salió del establo y se dirigió hacia el pasillo central del granero. Se detuvo un momento y habló con dos mozos del establo, Jake y Hank. Les dio instrucciones para el día siguiente.

      Se despidió rápidamente y salió al exterior. Estaban en mayo y la noche era fresca. Ese siempre había sido su momento favorito del día. El trabajo había terminado. El sol se había puesto y los animales estaban preparados para pasar la noche.

      Sabía que sus días en el Lazy S estaban contados. Ya era hora de marcharse. Tenía un terreno propio y había planeado marcharse en el otoño, después de la cosecha de la alfalfa. Pero el problema de Colt lo había complicado todo. Tomó el camino, rumbo a casa. A unos noventa metros estaba la casa del capataz. Cuatro años antes, Colt le había dado una casa de tres dormitorios al hacerle capataz del rancho, después de que Chet Anders se retirara. Vance tenía veintiséis años por aquel entonces y acababa de terminar la carrera.

      Aminoró el paso al llegar a la casa. Había alguien en el porche. Se detuvo. Era Ana. Estaba sentada en el columpio. Era curioso. Durante años había soñado con encontrársela allí, esperándole.

      –¿Quieres seguir arrancándome la piel a tiras? –le preguntó y encendió la luz del salón.

      Ella le siguió, pero se detuvo en el umbral.

      –No. Quiero hablar contigo, si tienes unos minutos.

      Vance se volvió y vio su rostro de preocupación. Había visto su lado más vulnerable ese día en el hospital, pero Ana Slater también tenía una lengua afilada. Sin embargo, su cerebro estaba empeñado en fijarse en otras cosas; su cuerpo esbelto, sus caderas redondas, sus piernas largas escondidas bajo unos vaqueros desgastados. Tenía suficientes curvas como para volverle loco. Le hacía desear aquello que no podía tener. Tenía que olvidarse de ella si quería trabajar a su lado.

      ¿Por qué no era capaz de desear a otra mujer que no fuera ella? ¿Por qué no había sido capaz de seguir adelante? Tenía que olvidar a aquella chica que le había rechazado años antes. Seguía despreciándole.

      –Atacas cualquier cosa que digo o hago. Incluso yo tengo mis límites.

      Ana sabía que se había excedido un poco. No era Vance el causante de su problema con su padre.

      –Te pido disculpas. Dejé que unos viejos sentimientos

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