Tigresa Acuña. Alma de Amazona. Gustavo Nigrelli

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Tigresa Acuña. Alma de Amazona - Gustavo Nigrelli

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que resulta que ella quería tener un hijo varón al cual llamarlo David, obviamente por David y Goliat.

      Por un lado, nombre bíblico, como tenemos casi todos nosotros. Pero por otro, ¿por qué uno tan guerrero, y más aún, alguien que es el emblema de la victoria imposible, de la lucha contra el poderoso, contra el gigante, y la del supuesto débil contra el más fuerte?

      Mi abuela, evidentemente, admiraba eso. Pero como le salió mujer y vio que no podía satisfacer su propósito, le metió Francisca de primer nombre y con el segundo se salió con la suya. Por suerte, en el registro Civil se lo permitieron, no sé por qué.

      Conozco segundos nombres masculinos usados en mujeres como José, a lo sumo ambiguos como René, pero David, jamás. Y si bien la portadora era mi madre, bien puede decirse que nada tiene ella que ver con algo que eligió y tramitó mi abuela, incluso oponiéndose a los seguros reparos de mi abuelo Ramón, que no sé si en esa época estarían casados, juntados, separados, o cómo. Nunca se habló de eso en casa.

      Lo cómico es que después tuvo cuatro hijos más, dos de ellos varones, al primero de los cuales llamó Sergio. El tío Sergio. Parece incoherente, pero es evidente que ella quería ponerle David al primogénito, no a cualquiera.

      El último de todos es el tío Luis, que con su esposa Iris era con quien más contacto teníamos junto a la tía Julia –la tercera-, quien va a tener conmigo un episodio bastante traumático en la muerte de mi madre -su hermana mayor- de lo que ya la perdoné.

      Pero fueron siempre los más cercanos. También estaban la tía Ñeca, la cuarta.

      Con mi tía Julia nos turnábamos y cuidábamos una noche cada una a mi madre, mientras que mi hermano iba por la mañana.

      Pero la noche previa a su muerte, mamá le había pedido a tía Julia que me avisara que vaya yo a verla al día siguiente, que me tenía que decir algo, que jamás sabré qué. Y ella no me avisó.

      Es cierto que estábamos medio enemistadas, más que nada porque ella era una de las que se oponía a mi relación con Ramón, una historia que ya contaré con mayor detalle más adelante.

      Cuando un paciente en ese estado te pide algo, tenés que satisfacerlo, limar todas las asperezas, superar todas las barreras y dejar el orgullo a un lado, porque si no, podés arrepentirte para toda tu vida.

      El daño que uno puede hacer y la culpa con la que se queda luego, no te la quita nadie, si es que ocurre algo como lo que pasó. Yo ya lo superé, y ya la perdoné. No sé qué pasará con su conciencia, aunque deseo que también se haya liberado.

      La cuestión es que cuando me avisaron que vaya al hospital, mi madre ya había fallecido.

      Lloré, lloré… Lloré por todos los días en que no había tomado conciencia, en que casi ni sabía de qué se trataba. Sabía que estaba enferma, pero pensé que se curaría. La veía bien, fuerte, linda, saludable. Recién a lo último se la veía mal, pero había días. De repente repuntaba, y uno se engañaba. Creía que era por la quimio, por alguna cosa extra que pasaba, porque el cáncer es así, te ataca otras cosas. Finalmente, ella falleció de un paro cardíaco respiratorio.

      EXTRAÑAS COINCIDENCIAS

      Mi madre había nacido el 3 de diciembre de 1950.

      Y mi padre, Bernabé Acuña –que falleció en febrero de 2009-, el 11 de junio del mismo año que mi madre, o sea, 1950. Pero curiosamente, nació el mismo día que su padre, es decir, que mi abuelo paterno, también llamado Bernabé Acuña. Era jefe de comunicaciones en Casa de Gobierno.

      Acuñas y Chaparros, es decir, todos mis antepasados por una u otra rama, ya van a ver que estuvieron siempre ligados a la política de un modo u otro.

      Mi padre y mi abuelo paterno no sólo nacieron el mismo día, el 11 de junio, sino que se llamaban exactamente igual. ¿No es otra rara coincidencia?

      De mi abuela paterna casi no tengo registro, porque falleció cuando yo tenía 4 años, así que ni la recuerdo.

      La otra coincidencia numérica de mi querida familia es que mi hermano, Guillermo Federico -el único que tengo-, es 1 año y 5 meses menor que yo. Nació el 15 de marzo del ’78, mientras que yo el 16 de octubre del ’76. Él en marzo, yo en octubre.

      Y da la casualidad que mis dos hijos se llevan casi esa misma edad: Alexander Maximiliano (Maxi) nació el 14 de marzo del ’93 –casualmente, un día antes que mi hermano-, mientras que Josué Ezequiel lo hizo el 4 de octubre del ’94, es decir, en mi mismo mes.

      Mi hermano y yo nos llevamos casi la misma diferencia que se llevan mis dos hijos, y nacimos en los mismos meses, invirtiendo el orden.

      Si faltara alguna coincidencia más, mi abuelo materno, Ramón Carísimo, que fue presidente del Partido Justicialista de Formosa –ya desde entonces que en mi familia estamos en la política bajo el mismo signo, no de ahora- falleció un 17 de octubre, el Día de la Lealtad peronista, un día después que yo naciera, aunque no en el mismo año, sino varios después. Debe hacer unos 10.

      Y la última: mi marido y el de mi abuela Petrona se llamaban igual: Ramón. Para algunos puede pasar inadvertido. Para mí es demasiada coincidencia.

      Tuve también otra hermanita, pero nació muerta. Otra historia triste. Nació 10 años después que yo: Patricia Alejandra, pero por esas cosas del destino, Dios quiso que naciera sin vida, y no supimos por qué. Estaba todo bien cuando de repente se complicó.

      Alejandra, por Alejandro Magno, y Patricia, por una amiga querida que yo tenía en mi escuela primaria, de 1° a 4° grado, que después no vi más… Qué habrá sido de Patricia, pienso a veces.

      Hago cuentas, y me quedo pensando que si mi hermanita nació cuando yo tenía 10 años, y mi madre falleció 8 después, incluyendo todo su período de enfermedad -que duró más o menos lo mismo-, advierto que algo habrá tenido que ver una cosa con la otra, aunque no podré saber qué habrá originado qué.

      LA ESCUELA

      Como todo chico de aquel entonces, a los 5 años hice el jardín de infantes en la Escuela N° 66 del Barrio La Pilar, del cual casi no tengo recuerdos. Antes no se estilaba empezar a los 2 ó 3 años como ahora.

      Pero al mudarnos a La Paz comencé la primaria en la N° 19, aunque sólo hasta 5° grado, porque después, por una cuestión de practicidad y cercanía, nos cambiamos a otra que se llamaba Gustavo Striens, donde terminé 6° y 7° grado.

      No fue mucho lo que ahorramos, apenas 3 cuadras, pero la ventaja era que matábamos dos pájaros de un tiro, porque allí mismo funcionaba el secundario Arturo Jauretche, un bachiller con orientación en informática, lo cual nos resolvía el problema de dónde continuar los estudios.

      Hablo en plural porque conmigo venía siempre mi hermano, que me seguía a todos lados porque yo además de su hermana mayor lo cuidaba más o menos como si fuera la madre, lo protegía, y él nunca se movía de mi lado. Siempre andábamos juntos, al punto que a muchos les generaba cierta bronca, sospecha, o curiosidad, la relación tan unida que teníamos. Hoy él es policía de la bonaerense.

      Pero mis primeros recuerdos, los más firmes, arrancan en la nueva casa de La Paz: una casa de dos pisos, con un patio de tierra descubierto abajo. Un dormitorio,

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