Tigresa Acuña. Alma de Amazona. Gustavo Nigrelli

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Tigresa Acuña. Alma de Amazona - Gustavo Nigrelli страница 8

Автор:
Серия:
Издательство:
Tigresa Acuña. Alma de Amazona - Gustavo Nigrelli

Скачать книгу

siquiera hubiese sido “La Tigresa” Acuña, apodo con el que me bautizó él.

      A decir verdad, no sé qué hubiese sido de mí sin él. Tal vez hubiese estudiado, me gustaba la abogacía –que estoy estudiando ahora, de grande-, la sicología, no sé.

      Soy constante, buena estudiante, tal vez me hubiese destacado por eso, pero no en los deportes. En deportes no había ninguno que me gustara, como les sucede a otras, que tienen aptitudes y destrezas para todo. Yo no. Ni el fútbol, ni el tenis, ni el básquet. Nada. Sólo los deportes de contacto me gustaban, y para practicarlos.

      Por aquel entonces ni como entrenadora me veía, porque pensaba que no podía enseñar. Sólo estaba para aprender y ejecutar, pero no enseñar, no. No me gustaba hacerlo. Hoy en día todo eso cambió.

      Hay quienes dicen que cuando alguien es campeón mundial, esa semilla la lleva adentro y en lo que sea, se destacaría. Yo lo dudo. No me veo otro destino, u otra forma de consagración, incluso en algo ya existente de no haber sido porque Ramón puso su gimnasio en la esquina de mi casa.

      Y digo más: creo que el hecho de que el boxeo femenino no existiera fue algo que reforzó mi meta, que acrecentó mis ansias de triunfar en él -aunque confieso que varias veces estuve a punto de tirar la toalla, algo que ya contaré en su momento- y esto lo pienso luego de repasar todas aquellas cosas en las que fui pionera, primera, o única en mi vida. Por ejemplo:

       La licencia Nº 1

       La primera campeona argentina.

       Primera campeona mundial del país.

       El KO más rápido en el boxeo profesional (a Patricia Quirico), al menos en la era moderna, porque en la antigüedad no era confiable y al no quedar grabadas algunas peleas no pueden comprobarse.

       El KO más rápido en el Luna Park por título mundial (42 segundos, a Daysi Padilla).

       La primera deportista en participar en el Bailando de Tinelli.

       Estando en actividad política, la primera en defender el título mundial (4 veces).

       La primera boxeadora que hizo un documental sobre su vida, siendo la protagonista real.

       La primera mujer que unificó sus títulos mundiales.

      Alguna de esas cosas y otras que tengo y no vienen a mi memoria quiero averiguar cómo hacer para ponerlas en el libro Guinness de los records.

      ROMEO Y JULIETA

       Para el amor no hay edad, ni religión, ni posición económica.

      Más allá de mi carrera deportiva y la curiosidad que despierta mi profesión, que al principio era resistida, exótica y poco tradicional -aunque ahora esté aceptada y sea casi como una más-, lo que más llama y sigue llamando la atención, es nuestra historia de amor con Ramón.

      Por la diferencia de edad, porque fue una relación entre profesor y alumna, porque yo era menor, y porque encima se dio en una provincia muy conservadora y machista, como la mayoría de las provincias de nuestro país.

      Lo primero que voy a contar es que Ramón practicó boxeo en sus “años mozos”, y también jugaba al fútbol.

      Es primo hermano de Raúl de la Cruz Chaparro, aquel futbolista que sobresalió en Instituto de Córdoba, Rosario Central, River, Tigre y San Lorenzo de Almagro, entre otros.

      Pero en el boxeo incursionó como amateur e hizo alrededor de 30 peleas. Perdió algunas, pero llegó a representar a la provincia de Formosa en algún campeonato y lo practicó hasta los 24/25 años, en que se dio cuenta de que no era ésa su función dentro del boxeo.

      Llegó a ir y a entrenar a Buenos Aires, en el club Nueva Chicago, y estuvo radicado varios meses allí, donde hizo contactos.

      Cuando se retiró, luego de trabajar en distintas cosas, se contactó con Horacio Duglioli.

      Horacio Duglioli no es otro que quien instaló el full contact en el país, y lo invitó a hacer un curso de instructor de 3 meses a Capital Federal, creo que, por Paternal, terminado el cual se volvió a Formosa y se puso el gimnasio en el Polideportivo La Paz, en la esquina de casa.

      Allí, y de ese modo, arrancó nuestra historia, aunque hasta los 14 años todo era relación profesor-alumna. Buena, muy buena, pero sólo de profesor a alumna.

      Sin embargo, cuando yo tenía 14 años, poco tiempo después de hacerme campeona sudamericana, comencé a fijarme en él. Me empezó a gustar la forma en que me trataba, su forma de ser, y calculo que inconscientemente habré intentado hacer algo para que se fije en mí.

      Pero no.

      No lo hacía.

      Me ponía nerviosa esperando que se decidiera y me dijera algo, y así estuve unos meses, no sé cuánto, esperando, sin saber si a él le pasaría lo mismo que a mí, o no.

      Nosotros nos juntábamos todos los viernes en la casa de alguien, como se dice allá, “a la canasta”, porque éramos pobres. Es decir, cada cual llevaba algo para comer o tomar, y así pasábamos el tiempo entreteniéndonos, charlando, escuchando música, o bailando.

      Fue un día, en verano, después de un torneo en Paraguay en que fuimos a festejar como de costumbre, es decir, a tomar algo y bailar con el grupo. Bailábamos, nos divertíamos entre todos, y yo vi que él estaba muy cerca, bailaba mucho conmigo y me miraba más de lo normal. Distinto a otras veces.

      Nos quedamos sentados de repente uno al lado del otro, y entonces él me empezó a hablar.

      Yo lo miraba y no le decía nada. Sólo le sonreía. Pero en una mujer, no negarse y no rechazar, ya es demasiado. Es señal de aprobación, porque nunca vamos a decir que sí de entrada.

      Y bueno, ya en el hotel, lejos de las miradas indiscretas, cuando todos se metieron a sus piezas, nos dimos el primer beso.

      Antes de eso, disimuladamente, en la pista de baile yo sentía cómo él me rozaba y me pasaba su mejilla contra la mía, como preparando el terreno, como tanteando. Fue todo en la misma noche, y quedó como secreto mutuo por varios días, quizás un mes, tras el cual algunos comenzaron a darse cuenta.

      El primero fue mi hermanito, que estaba siempre conmigo. Pero él era mi cómplice. Y no sólo no decía nada, sino que con su compañía a veces me ayudaba a disimular, en especial ante mis padres, que no sabían nada, y yo percibía que iban a oponerse.

      Varios meses duró el secreto, aunque mi viejo sospechaba algo. Más que nada, porque le llamaba la atención que siempre me pasara a buscar con la moto para ir a distintos lados. Pero como junto a mí venía mi hermano, le costó convencerse.

      Sin embargo, un día, yendo hacia el colegio -a donde también siempre nos llevaba- mi viejo nos cruzó con la moto. Se ve que nos estuvo siguiendo y quiso constatarlo con sus propios ojos. Cuando estuvo seguro, o con determinadas pruebas que no íbamos a poder refutar, nos encaró.

      Estábamos mi hermano y yo con Ramón, y nos quiso

Скачать книгу