Tigresa Acuña. Alma de Amazona. Gustavo Nigrelli

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Tigresa Acuña. Alma de Amazona - Gustavo Nigrelli

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y hubiésemos cumplido el pacto.

      Pero no. Por suerte no se dio. Dios estuvo con nosotros una vez más.

      Así vivimos unos meses, casi sin nada. Hasta que de pronto, sucedió la noticia salvadora: quedé embarazada.

      Y al quedar embarazada, el abogado le dijo a Ramón que ya no era necesario ni siquiera escondernos, porque si él se hacía cargo ya no era más un raptor, ya era el padre de la criatura, mi pareja, concubino, lo que fuera, pero ya no había más necesidad de andar escapando.

      Tampoco me podían obligar a ir a casa estando embarazada, y menos al Instituto de Menores. Entonces a partir de allí salíamos a todos lados sin temor y dejamos de escondernos. Fue una liberación.

      Así que eso resolvió nuestra vida, al menos con la sociedad, hacia el afuera.

      En mi casa, con mi familia, todo seguía igual, aunque mi madre, ni bien se enteró de que estaba embarazada, aceptó todo con naturalidad, y mi relación con ella fue la de siempre.

      Aceptó a Ramón como mi pareja, y yo podía ir a casa de vez en cuando, aunque sin saludar a mi viejo, por supuesto, ya que él no aflojaba ni quería saber nada. Parece mentira: mi viejo fue quien me llevó al gimnasio de Ramón y el que indirectamente me lo presentó.

      Mi viejo, sin darse cuenta, me puso el futuro delante de mis narices, mi profesión, mi vida, mi marido, el padre de mis hijos, y después renegaba de eso, sin motivo alguno, sólo egoístamente. Cómo es la vida…

      A Ramón también le hacían la vida imposible la mayoría de su familia.

      Se distanció de casi todos. Y la que más contra le hacía era su madre, Guillermina Jara, que no aceptaba su nueva vida. No me aceptaba a mí, y que dejara a su primera familia con hijos. Lo aceptaba su ex, pero su madre no… También él la pasó fea.

      Pero lo cómico era que con su esposa estaba todo bien. Ella conmigo hablaba, nos apoyaba. ¡Su propia ex esposa…! Su madre no. Increíble. Muy conservadora y chapada a la antigua.

      Una de sus hermanas era la que más estaba a su lado, que para mí era mi verdadera suegra. Se llamaba Teodora, pero le decíamos Yiyila. Es que los nombres más raros, en el interior tienen apodos sencillos que, si uno se fija, nada tienen que ver con nada.

       UNA NUEVA ETAPA

       Las dos razones de mi vida: mis dos hijos, Maxi y Josué.

      El embarazo de alguna manera nos abrió una nueva vida, ya sin esa culpa que arrastrábamos como si fuéramos fugitivos de la Justicia, así que nos quedamos un poco más en lo de su amigo hasta que Ramón cobró, y nos fuimos a alquilar una piecita a otro lado.

      Ya lo habíamos estado comprometiendo por demás al muchacho. Por eso ni bien vimos que pudimos y no corríamos riesgo, nos fuimos.

      Lo que pasa es que ahí, en que nos teníamos que arreglar por la nuestra, si bien nos sentíamos libres, fue donde más padecimos la pobreza y la escasez.

      Porque por falta de recursos lo que podíamos alquilar era bien precario: una pieza para ambos y poner todo ahí, con baño compartido y techo de chapa, donde con el frío del invierno la chapa transpiraba por la condensación del aire ambiental y goteaba como si estuviera lloviendo, y cuando hacía calor te cocinabas. Más con esos calores de Formosa y con su humedad, que aumentaba la sensación térmica en ambos climas.

      Poca ropa, poca comida, sin agua fresca, nuestro único confort era saber que estábamos juntos y que esperaba a un hijo. Lo demás no nos importaba, pero eso no quiere decir que no lo sufriéramos.

      Por suerte teníamos buenos vecinos, que a veces nos prestaban la heladera para llenar botellitas de agua y transformarlas en hielo, porque a veces ni plata para bolsitas de hielo teníamos.

      Incluso la ropa me la prestaban. Toda la ropa del embarazo me la prestaron los vecinos, porque si comprábamos ropa, no comíamos, o no pagábamos el alquiler.

      La comida tradicional era fideos. Blancos, sin nada. Si alguna vez podíamos ponerle huevo, que era la parte de la proteína, bueno, eso era una bendición. Y otras veces, a la noche, si hacía mucho calor, comíamos una ensalada de tomate y huevo. Rico. Sano. Pero poco.

      A veces pienso en esas épocas y hago un salto al presente para entender que uno a veces tiene que tocar fondo, conocer el fondo del mar, para después saber de dónde se viene, dónde se estuvo parado, y no perder la cabeza ni la humildad. Tener la sensibilidad y la comprensión de que las realidades de la gente difieren en mucho de las de uno cuando no pasa hambre, ni pobreza. Y yo le conocí las caras de todas las formas posibles antes de ser quien terminé siendo, antes del triunfo personal, ya sea deportivo, social, familiar, o económico.

      Lo bueno que nos pasaba era que al menos yo todos los días me iba a acompañar a Ramón a su oficina de Obras Sanitarias –después Aguas Argentinas, cuando se privatizó-, y ahí estaba todo el día con él.

      Los compañeros me dejaban sentar en su escritorio, más que nada por estar embarazada, y el tiempo pasaba algo más rápidamente que cuando me quedaba encerrada sin asomar las narices mientras estaba en aquella otra pieza de un amigo, escapando de la policía, dispuesta a quitarme la vida si veía que volvían a venir por mí.

      Así nos mantuvimos unos meses, hasta que a los 7 de embarazo, un amigo que tenía un departamento y se iba a Europa, nos lo dejó para que se lo cuidáramos.

      Sólo nos pedía eso, que se lo mantengamos arreglado, y que se lo ocupáramos para que no se le meta nadie, como a veces sucede. Pero no nos cobraba nada, ni alquiler, ni expensas, ni impuestos, nada.

      Era un departamentito dentro de un conjunto de monoblocks, algo así como Fuerte Apache, pero para nosotros fue como pasar de estar bajo el puente, a ir a vivir en un palacio. Increíble. Baño privado, luz, heladera, todo.

      También allí me siguieron prestando o regalando ropa para el embarazo los vecinos. Nunca me voy a olvidar.

      En ese contexto, estando en ese departamento, nació Maxi, mi primer hijo. Y al tiempo, cuando este hombre volvió de su viaje, sin apuro, con tiempo, nos fuimos a alquilar otra pieza, pero ya con baño privado, un poco más grande. Ya habíamos ahorrado algo, apenas. Pero al menos llegábamos bien a fin de mes.

      Al poco tiempo, cuando quedé embarazada de Josué, a Ramón en el trabajo le habían dado una Comisión en El Potrillo, una localidad donde había todas comunidades aborígenes, más dos policías, un maestro, dos médicos y nada más. En una Planta Potabilizadora. Y Ramón trabajaba ahí, potabilizando el agua.

      Ahí le pagaban doble. Ahí sí ahorramos lindo. Vivíamos en una especie de casa rodante, bien humilde, pero con un bañito de construcción, fuera de la casa rodante, pero para nosotros solos. Únicamente para nosotros que trabajábamos ahí en la planta.

      Lo único que gastábamos era en la comida, que yo como no sabía cocinar al principio quemaba todo, con las brasas era un desastre. Hasta que descubrimos que una señora cocinaba unas especies de viandas, riquísimo. Todo lo que caminaba la señora lo mandaba al asador y hacía comidas riquísimas, así que le pagábamos a ella por unas viandas diarias, y así resolvimos el tema de la comida.

      Hoy soy una especialista de la cocina. Con poco hago de todo, sano, y me encanta cocinar. A veces no tengo

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