Un hijo inesperado. Diana Hamilton

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Un hijo inesperado - Diana Hamilton Bianca

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a tu hermano en una fiesta que di para celebrar mi segundo contrato para una película. Hice muchos amigos en aquel momento. Sam asistió con Cynthia y Ed Parry. Él se alojaba en su casa por unos días. Al parecer conocía a Ed desde los tiempos de universidad.

      Jed no le quitaba los ojos de encima. Quería saber. Pero ella sólo podría hacerlo a su modo.

      –De eso debe de hacer un par de años –siguió ella–. Y como sabes, él a menudo visitaba este rincón de España cuando necesitaba desconectar. Normalmente se quedaba en casa de los Parry…

      –Pero no siempre.

      –No. Empezamos a conocernos bien, a disfrutar de la mutua compañía. Él pasaba por aquí por las noches y nos gustaba conversar, y, algunas veces, si se hacía tarde, le ofrecía quedarse en una de las habitaciones de invitados que tengo. Me preguntas si éramos amantes… Él una vez me dijo algo así como que no era una persona muy sexual, algo que tenía que ver con el hecho de usar toda su energía física y emocional en su trabajo. Él conocía los peligros que entrañaba el conseguir noticias en los lugares más conflictivos del mundo. Me habló mucho acerca de ti, de tu madre, de tu casa. Él estaba orgulloso de su familia. Me dijo que jamás se casaría, que un compromiso semejante no habría sido sensato por su parte, ni justo, por el modo en que se ganaba la vida. Pero me dijo que tú sí querrías hacerlo; con alguna mujer que te diera hijos, porque tú no querrías que se acabara el negocio familiar contigo. Dijo que las mujeres se te echaban encima. Pero que tú eras exigente. Y discreto.

      Ella se dio cuenta tarde de lo que estaba haciendo. Y se arrepintió de ello. Estaba intentando dar vuelta la situación y dar a entender que usaba a las mujeres y que luego las dejaba.

      Y su mirada de resentimiento le decía que él se había dado cuenta de lo que estaba haciendo ella. Y por qué.

      De pronto, las náuseas que la habían estado amenazando toda la mañana se hicieron un hecho innegable. Se puso en pie rápidamente. Se tapó la boca y corrió por la casa hacia el cuarto de baño.

      Él la siguió.

      Cuando terminó todo, ella se apoyó en la pared alicatada, deseando poder volver en el tiempo tres meses atrás.

      –Cariño… ven aquí –él la estrechó en sus brazos. Ella apoyó la cabeza en su pecho–. ¿Qué es lo que te ha hecho que ocurra eso? ¿Algo que has comido? Te llevaré al centro de salud más cercano si sigues con vómitos.

      Ella sabía que se lo tenía que decir en aquel momento.

      Se había despertado antes que él aquella mañana. Había ido al cuarto de baño buscando pasta de dientes, y había encontrado la prueba de embarazo que había comprado.

      En los pasados días, había tenido náuseas al despertarse. El sentido común le decía que lo que había hecho con Sam no tendría repercusiones, pero había hecho la prueba de todas maneras, simplemente para quedarse tranquila.

      Y ahora tendría que enfrentarse a las consecuencias.

      Se soltó de los brazos de Jed. Estaba pálida. Entonces le dijo:

      –Estoy embarazada, Jed.

      A pesar de la cara atormentada de Elena, él le sonrió. Negó con la cabeza y la atrajo hacia su cuerpo, abrazándola. El tema de la relación entre su hermano y ella podía esperar.

      –¿Cómo estás tan segura de ello, cariño? ¡Después de sólo una semana! Es una idea bonita, pero me temo que debe de ser algo que has comido.

      Ella dejó que la abrazara durante un momento, esperando que su corazón volviera a tener el ritmo normal, y que su cabeza dejara de dar vueltas. Habían hablado del tema de formar una familia y habían decidido que no había ningún motivo para esperar. Los dos querían niños. Lo que agravaba lo que tenía que decirle.

      Cuando por fin pudo separarse de él, se sintió serena, pero vacía. Estaba a punto de decirle algo que él sería incapaz de soportar. Iba a matar su amor, que era la cosa más preciada que tenía. Tenía que hacerlo rápida y limpiamente. La agonía era demasiada para prolongarla.

      –Es verdad, Jed. Me he hecho la prueba esta mañana –ella vio la mirada de descreimiento de Jed y sabía que le diría que lo había hecho mal. Que no habría seguido bien las instrucciones–. Según mis cálculos estoy de casi tres meses.

      –Tres meses atrás no te conocía. Y la primera vez que tuvimos relaciones sexuales fue la noche de bodas –dijo gravemente–. Así que tal vez quieras contarme, mi querida esposa, quién es el padre del niño que llevas en tu vientre.

      Su sarcasmo la hería más que nada. Podía soportar el enfado, los insultos, incluso la violencia física, cualquier cosa que saliera de un poderoso trauma emocional. Pero el helado sarcasmo era diferente. Era peor que si le clavaran un puñal.

      Lo que había temido había ocurrido. Jed ya se había separado emocionalmente de ella. Se había perdido la magia del amor y se había transformado en mero sexo.

      Él seguía esperando una respuesta mirándola con aquella oscuridad de sus ojos y apretando la boca.

      Ella reunió los últimos vestigios de fuerza que le quedaban y exhaló un suspiro estremecedor diciendo:

      –Sam.

      Capítulo 2

      JED se alejó. Estaba rígido. Elena no se podía mover. Sus pies parecían pegados al frío suelo de mármol. Se había abrazado con sus brazos.

      Sólo pudo reaccionar cuando oyó el ruido del coche que los había traído del aeropuerto. Entonces, corrió hacia la entrada de la casa, dejó la puerta entreabierta, atravesó el jardín y salió al camino de piedra.

      No podía dejarla de aquel modo, huir de ella sin decirle nada.

      Pero la nube de polvo y el ruido rápido del motor le decía que sí era posible.

      Instintivamente, Elena pensó en sacar su coche del granero y seguirlo. Pero a él seguramente le habría disgustado que lo hubiera hecho. Incluso si lo alcanzaba no lograría nada.

      Él debía de haber decidido buscar lo que seguramente necesitaba: tiempo para estar solo y para pensar.

      Si por lo menos le hubiera dado tiempo para explicarle, para contarle toda la verdad. Le habría hecho daño… Pero no tanto.

      Corrió a un alto en el terreno. Era un suelo rocoso, lleno de aristas que arañaban y lastimaban sus pies. Pero no le importó. Desde allí, observó alejarse al coche, hasta que la nube de polvo desapareció en el valle. Luego, volvió a la casa, derrotada, destrozada.

      Jed volvería cuando estuviera mejor. Sólo podía esperar. Pero por primera vez no se encontraba cómoda en su hermosa casa, símbolo de su fabuloso éxito. Aquella casa restaurada, con sus jardines, era como un trozo de las montañas de Andalucía, y en un momento de su vida le había servido para creer en sí misma, para afirmarse en la independencia emocional y económica que se había procurado.

      Como le había confiado a Sam, en la última noche que había pasado en España:

      –Cuando dejé a mi marido, hace diez años, y

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