Factbook. El libro de los hechos. Diego Sánchez Aguilar

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Factbook. El libro de los hechos - Diego Sánchez Aguilar Candaya Narrativa

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está dentro de cada uno de nosotros.

      Irene Irene ha publicado otra foto desde la perspectiva opuesta, con la silueta del toro de Osborne como protagonista, la pintada de Factbook y la imagen de los policías debajo. Irene ha escrito, sobre esa imagen: “Al final perderemos nosotros. Aunque caigan dos o tres de ellos, el sistema sigue intacto. Mal.” No puedo ponerle cara a Irene Irene. Su foto de perfil es una margarita blanca, fotografiada con macro, sobre fondo verde desenfocado. Su Facebook está lleno de enlaces a noticias de homeopatía, de teorías conspiranoicas sobre frutas que curan el cáncer y que las multinacionales farmacéuticas ocultan para enriquecerse. Eso hace que me crea mejor que ella, más inteligente. Pensarme superior a ella por esas cosas me hace avergonzarme de ser yo. Me gustaría ponerle un comentario que dijera: “el sistema sigue intacto, pero ese hijo de puta está ahora en el infierno”. No pongo ningún comentario. No le doy a megusta.

      Las declaraciones de la Presidenta del Gobierno de fondo. “Unidad ante el terror”. “Firmeza de la Democracia”. “Todos los medios”. “Perseguir incansablemente”. “La Justicia”. El puño cerrado sobre el atril. Los golpes del puño, estudiados, sobreactuados.

      “Fatbuk, fakbuk, fakatabuk, fac-t-buk”

      Manifestaciones de repulsa. Miembros de todas las Confederaciones Regionales de Empresarios guardando minutos de silencio. Trajes y corbatas y miradas al frente y al suelo, llenas de miedo, de ignorancia. No les va a tocar a ellos. Eso ha pasado, también fuera de la pantalla, aunque haya sido solo para esto, para que esa imagen del grupo de empresarios pudiera estar esta noche en los telediarios con música emocionante de fondo. La extrañeza de saber que ha sucedido fuera de la tele, que todas esas personas se han reunido y han estado un minuto, sesenta segundos, en silencio, mirando el suelo, fijándose en las colillas pisadas que muestran el algodón del filtro como una muñeca rajada a la que se le sale el relleno. Pensar que ha ocurrido de verdad, sentir sus respiraciones.

      Abismoentrando ha publicado la imagen de un ahorcado de los del juego infantil de adivinar palabras. El esquemático muñeco hecho con seis líneas y una cabeza colgando de una horca dibujada con tres simples líneas. Abismoentrando se puso como foto de perfil, desde el primer ahorcamiento, el del Presidente del FMI, una soga con el lazo corredizo. Sé que el nombre que hay debajo de Abismoentrando es el de Julio Segura. Ha escrito lo siguiente: “La muerte por ahorcamiento ha sido usada como método de ajusticiamiento desde la antigua Mesopotamia. Todavía hoy es legal en muchos estados de EEUU. En algunos países asiáticos y de Oriente Medio algunos condenados a muerte son ahorcados. Sadam Hussein fue condenado a morir ahorcado. Su ahorcamiento fue una fiesta popular contra el dictador. El vídeo del ahorcamiento de Saddam tuvo en youtube cientos de miles de visitas. El ahorcamiento como método de ejecución añade un valor de humillación a la persona ahorcada, por eso se reserva para ciertos delitos especialmente reprobables por una sociedad; otras veces el ahorcamiento tiene un valor de advertencia, de acto ejemplarizante, sobre todo si se deja el cadáver expuesto a las miradas o actos de venganza post mortem, como ocurrió con el cadáver colgado de Benito Mussolini.” Le doy a megusta. Me siento observada mientras mi número se suma al de los otros cuatro megustas y pasa a cinco. La paranoia del Gran Ojo barriendo toda la Red, registrando mi megusta. Veo a Julio midiendo sus palabras, eligiendo su texto con cuidado para que no sea considerado apología del terrorismo. Siento el miedo en todos los megustas y en todos los megustas ausentes, en todos los comentarios, una gran ola de miedo y de silencio en la Red.

      “Unánime condena”

      Mientras leo las palabras de Abismoentrando, el rostro que imagino es el de sus veintipocos años. Aunque alguna vez he visto en Facebook fotos recientes, de Julio con sus cuarenta y cinco años, esas imágenes desaparecen debajo de la que hay en mí de un Julio veinteañero. Leo a Julio desde esa distancia, como si su Facebook fuera un conducto hacia el pasado, una isla temporal. Me gusta que siga usando como nick el nombre de nuestro grupo: lo mantiene vivo, me recuerda que aquello fue real, pasó de verdad. Y me da también un poco de asco que siga usando como nick el nombre de aquel grupo. Como si todo lo que ha pasado en estos veinte años hubiera sido, de alguna manera difícil de confesar, insignificante.

      Firmé un Change.org pidiendo que no se aprobara la Ley Mordaza.

      El presentador habla de una caída de siete puntos. Hay una imagen de la bolsa de Madrid. Las pantallas verticales con las columnas de las empresas del IBEX y la pantalla horizontal con la cinta continua de letras y números luminosos pasando por encima de esas cabezas, de esos trajes de espaldas. Todos mirando hacia arriba, hacia esas pantallas encajadas entre arcos y vidrieras de templo donde se manifiesta la voluntad superior de Los Mercados. Siento una absurda alegría por el desplome de la Bolsa. Pienso que han acusado el golpe. Que ha sido certero.

      Imagino a toda la gente que no está viendo el telediario. El país de aquellos a quienes no está destinado el relato del telediario. Es una imagen oscura y borrosa, el mundo más allá de la Clase Media: radios emitiendo en árabe, en francés, en rumano; casas llenas de colchones, rostros sin forma saliendo de la noche, buscando comida en los contenedores, las colas de los comedores sociales, pisos ocupados, sin luz ni agua, con las persianas bajadas. Barrios enteros de gente que no lo está viendo, que no se ha enterado de este asesinato ni del anterior; gente que no se parece a nadie que conozcamos, cuyas miradas no tienen sentido. Lo imagino y sé que es mentira, que es así como debo imaginarlo según el telediario; ese es su papel en la serie: lo desconocido y amenazante, oscuro, ininteligible.

      Anita Arreche no ha puesto ninguna imagen, ningún enlace a la noticia. No hay toro de Osborne. Solamente este texto: “El fin no justifica los medios. La violencia solamente engendra más violencia. Yo, hoy, no me acuerdo de sus palabras o de sus actos. Solamente puedo pensar en su mujer, en sus hijos, en esa familia rota. Creo que la única palabra que se puede decir hoy es SALVAJADA.” Veo la foto de perfil de mi hermana: su hijo Miguel, mi sobrino Miguel, de espaldas, con el pelo rubio de niño de tres años sobre el pecho de su madre, a la que tampoco se le ve la cara. Una foto de perfil sin perfiles, sin rostros, pura maternidad cautelosa y celosa de su intimidad pública. Escucho también la voz de mi hermana al leer sus palabras. Esa seguridad irritante, esa falta total de duda nacida desde el núcleo de la maternidad y la familia, desde los editoriales de los periódicos nacionales. Veo el rostro oculto de Miguel, el salvaje. Lo imagino jugando con sus muñecos, poniéndolos sobre una alfombra, decapitándolos gozosamente. Pienso en la palabra “salvajada” y pienso en niños. No le doy a megusta. No hago ningún comentario. Siento cómo la ausencia de mi megusta se instala en el rostro de mi hermana ante su ordenador. La imagino juzgándome, confirmando sospechas, odiándome sin esfuerzo, con la inercia de un sentimiento ejercitado a lo largo de los años, como un tic totalmente asimilado y llevado con orgullo. Hay una satisfacción inevitable en ser juzgada. La confirmación de una existencia, la limosna que cae sobre una mano extendida casi sin querer.

      Imagino niños. Niños durmiendo ya, ajenos al telediario, al mundo en el que habitamos todos los telediarioespectadores. Un mundo oscuro e incomprensible. Niños ricos y niños pobres, durmiendo ahora, habitando otra realidad, siempre. De pequeña hicimos un informativo en el instituto. Yo hacía de presentadora. Lo hacíamos en inglés. Las noticias eran de risa, absurdas. No veíamos el telediario. No sé a qué edad empecé a verlo, pero ya antes fui presentadora de uno, delante de toda la clase, que se reía de mis chistes, escritos en inglés.

      “No detendrán el Progreso. Seguiremos trabajando por España y por el Empleo.”

      El THC empieza a abrazarme por dentro, al principio con esa sensación de culpa y de remordimiento, que también he aprendido a disfrutar. El placer morboso de la derrota.

      Firmé un Change.org pidiendo la legalización de la venta de marihuana.

      Desde la ventana, Madrid está callada, como siempre a esta

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