Factbook. El libro de los hechos. Diego Sánchez Aguilar

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Factbook. El libro de los hechos - Diego Sánchez Aguilar Candaya Narrativa

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ellas, leyendo guasaps, tuits, estados de Facebook, de todo. Y ya no pensaba en qué sentido tenían esas redes. Lo había asumido.

      –Pues eso, ya sabe. Que la gente está sola. Que la gente está sola y quieren sentirse parte de algo. Quieren compartir sus aficiones, sus opiniones políticas, vitales. Quieren mostrar al mundo lo que están comiendo, la música que están escuchando, el libro que están leyendo, lo guapos que son sus hijos, y todo eso. Lo había normalizado. Ya no pensaba en el formato, en el sentido general. Solamente buscaba lo que se me pedía en ese bosque de mensajes, y punto. Era mi trabajo.

      –No. Con Factbook, todo el tiempo estaba pensando en el concepto, en qué quería esa gente, para qué servía. Y eso me fatigaba, me dejaba exhausto. Llegaba a mi casa y no podía dormir. No entendía nada. Y no entender agota. Hace que todo se tambalee. Quiero decir, tu propia vida. No es como lo de los ufólogos. Que fue una decepción, pero nos reímos, al final. Eran unos locos. Unos colgados, y nada más.

      –Luego le cuento eso, si tenemos tiempo. Creo que le será de ayuda, para entender cómo trabajamos aquí. Un trabajo normal, quiero decir, no como lo de Factbook y el toro.

      –Con Factbook era distinto, porque no entender a esa gente, no entender esos mensajes, no saber para qué se había creado, cómo crecía, por qué cada vez se unía más gente, qué beneficios obtenían…, eso era demasiado. No era solamente un fracaso laboral, ¿sabe? La cuestión es que me miraba a mí mismo de otra manera. Miraba a mi mujer, a mis hijos, de otra manera, no sé si me explico. Tampoco sé si eso le interesa a usted, si le servirá de algo en su investigación. Pero era así. El mundo se tambaleaba, todo parecía irse a la mierda. Y yo también. Mi mundo también, y no sé si era culpa de Factbook o de todo lo demás, pero así era.

      –Sí, a todos, absolutamente a todos. Hubo una contratación masiva. Cientos de “analistas” se contrataron después del primer asesinato.

      –Sí, el primero fue el Presidente del FMI.

      –Y apareció esa pintada junto al cuerpo ahorcado, y todo el mundo empezó a preguntar qué era eso de Factbook¸ y nadie tenía ni idea, y la gente que se suponía que tenía que saberlo no lo sabía, y hubo muchas explicaciones tartamudas, y muchas excusas mal planteadas, y muchos gritos detrás de puertas inútilmente cerradas para que no escucháramos cómo nuestros jefes eran humillados por sus jefes, esos que nunca aparecían por aquí, y cuando aparecían todos nos callábamos y esperábamos a que estuvieran ya bien lejos para mirarnos de reojo y levantar las cejas y susurrar sus nombres, como adivinando, como si fueran seres que rara vez se manifestaban en el mundo de los mortales como nosotros.

      –Sí, claro, la prioridad era encontrar la relación entre Factbook y los asesinatos de los toros de Osborne. El terrorismo era nuestro campo de investigación principal. Y todo se trató como una investigación terrorista desde el principio. Los de arriba estaban muy nerviosos. Querían resultados inmediatos, contundentes. Hacíamos jornadas infinitas, de doce, de quince horas.

      –No. No. Ahora teníamos que leer todos los mensajes de Factbook. Todo lo que estuviera escrito en esa red era, en sí mismo, sospechoso. Y dependía de nosotros la clasificación de los mensajes, valorar la peligrosidad. Teníamos que elegir a determinados usuarios. Señalarlos, para que luego la policía los investigara. Era un trabajo agotador. A mí todos me parecían terroristas en potencia. Absolutamente todos. No entendía el sentido de lo que decían, no entendía por qué lo hacían, cuando sabían, debían saberlo, que estaban siendo vigilados. Cada una de las palabras que escribían me parecían susceptibles de encajar en el perfil de terrorista.

      –No, nunca encontramos amenazas directas, ni referencias a reuniones, ni a armas, ni conexiones con los “sospechosos habituales” del anarquismo, de la agitación antisistema.

      –Pues porque había algo en todas partes, en la misma esencia del hecho de que esa gente hubiera decidido ponerse a escribir esas cosas, sin ninguna razón, sin nombre, sin obtener ningún beneficio aparente. Gente que de repente decide que tiene que escribir solamente hechos, que se borra, que se borra a sí misma: su nombre, su imagen, sus deseos… No sé si me explico. Y la verdad, no sé si yo mismo lo entiendo. ¿Ve lo que le decía antes? Para mí, todos eran terroristas. Todos y cada uno de ellos. No los entendía. Pero eran peligrosos. Estaba claro que Factbook era peligroso. Creo que fue Vicente, sí, aquel, mire, la tercera fila, la mesa del pasillo, el pelo corto, canoso…, fue él quien me dijo esto: “cuando uno renuncia a su identidad, es un terrorista, será un terrorista, antes o después”.

      –Sí, creo que era verdad. Me daba miedo leer todo lo que escribían. Debería haberme aburrido. Si esos millones de palabras que he leído en Factbook hubieran estado en otro contexto, seguro que me habría aburrido. Me habría muerto de aburrimiento, en serio. Pero terminaba mi jornada por las noches y estaba muerto de miedo.

      –No exactamente. Quiero decir, que no era un miedo a represalias, a que fueran a por mí o a por nosotros. Era un miedo abstracto. Un miedo ante el mundo. Ante el hecho de saber que había miles de personas... El miedo era..., no sé, sin forma, como un miedo al futuro, al mundo en general, no sé. No caminaba hacia mi casa mirando en las esquinas, huyendo de las sombras, escuchando pasos a mi espalda. El miedo era imaginar a esa gente en sus casas, delante del ordenador, escribiendo esos textos planos, llenos de datos, en los que hacían una especie de limpieza, de depuración. Esas listas de objetos, de precios, de empresas, de nombres y apellidos. No sé si me está entendiendo. Miles de personas. Mirándose a sí mismas de otra manera. Mirándonos a todos de otra manera. Sin alma. Era como si no tuvieran alma. Como si les hubieran cambiado el alma por algo mucho más verdadero, más auténtico que lo que ellos pensaban que era el alma.

      –Ya. Jaja. Ya veo. No me entiende. Lo sé. Es raro. Yo tampoco estoy seguro de entenderlo. Pero tenía miedo, en serio. Me acostaba y veía sus caras, delante del ordenador. No. Lo que me daba miedo era que me acostaba y no veía sus caras. Estaban vacíos. Y estaban llenos. Habían encontrado un dios, una especie de dios hueco y poderosísimo. Me acostaba e intentaba dormirme, pero estaba lleno de datos, de nombres, de todo lo que había leído. Intentaba dormirme, pero me sorprendía a mí mismo escribiendo estados mentales de Factbook. Llegó un punto en el que yo mismo me consideré un potencial terrorista.

      –Sí, no es tan raro. Yo creo que, cuando hable con los demás, muchos le dirán lo mismo. Después de tantas horas, no es difícil acabar asumiendo su discurso. Hay que ser fuerte, hay que tener las cosas muy claras y saber de qué lado se está, saber quién eres y lo que quieres. Pero a veces acabas entendiéndolos, a los otros. Creo que es inevitable.

      –No sé, tal vez es mejor que no ponga eso.

      –No. En serio. Definitivamente. No lo ponga.

      7

      En el telediario de la noche hay una imagen de las Torres. Al principio no me doy cuenta de que son las Torres. Es una explanada de cemento, son unas puertas de vidrio que reflejan luces azules de coches patrulla. Son policías de uniforme y armas demasiado visibles y grandes como para ser usadas. Son armas para ser vistas, que parecen reclamadas por la arquitectura y por las cámaras.

      Es una escena muda, que miro desde la mesa donde trabajo. Desde la noticia del primer ahorcado, tengo siempre la tele puesta, sin volumen. Vivo levantando la cabeza a cada rato con la esperanza de volver a ver un toro de Osborne, la noticia de otro ahorcado. Corrijo un trabajo, levanto la cabeza, veo a un futbolista o a un político moviendo los labios ante un micrófono y vuelvo la vista a los papeles, a la decepción y la derrota. Pero hoy, esa imagen de policías armados frente a las Torres enciende algo parecido a la esperanza.

      El apartamento tiene un dormitorio, un baño, un salón

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