E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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de él.

      –Probablemente se avergüenza de su hermano. Rafe es un exitoso hombre de negocios. Seguramente no le gusta que su hermano pequeño aparezca medio desnudo en las carteleras de Times Square.

      Heidi no conocía a Rafe lo suficientemente bien como para estar segura.

      –Pero es su hermano, forma parte de su familia.

      –No todo el mundo cree que eso debería bastar para querer a alguien. Bueno, ¿qué tal va el plan de financiación de la deuda?

      Heidi habría preferido hablar del trasero de Clay o de cualquier otro tema.

      –No muy bien. Voy a intentar aumentar las ventas del queso y tengo un par de cabras embarazadas. Cuando nazcan las crías, ganaré algo de dinero.

      –¿Me equivoco al pensar que no te darán más de cien dólares por cada uno?

      –No.

      –¿Cómo conseguiste el dinero para comprar el rancho?

      Heidi se encogió de hombros.

      –Gané un premio jugando a la lotería. Con él pagué la entrada, los costes de apertura de la hipoteca y las cabras. Teníamos algunos dólares ahorrados. He empezado a jugar otra vez, pero no creo que tenga la suerte de volver a ganar.

      –¿Tienes algún pariente rico a punto de morir?

      –No.

      –Pues es una pena –se volvió hacia el ordenador y lo cerró–. Tienes que encontrar la manera de pagar parte de lo que Glen robó. La jueza no se conformará con un plan de pago que pueda prolongarse durante décadas. Hablo en serio, Heidi. Podrías perder el rancho y Glen podría terminar en prisión. De verdad.

      –Ya se me ocurrirá algo –prometió Heidi, aunque no sabía ni cómo ni qué.

      Rafe supervisó la cerca. La mayoría de los postes estaban inclinados o desaparecidos y el alambre que los unía o bien era inexistente o, como mucho, constaba de un solo hilo de alambre. En realidad, habría sido más fácil si no hubiera habido cerca. Pero como la había, tenía que revisar todos y cada uno de los postes, arrancar aquellos que no eran suficientemente robustos, deshacerse de la alambrada vieja y empezar entonces con el alambre nuevo.

      –Es mucho trabajo.

      Rafe se volvió y vio a Glen caminando hacia él. El anciano sacó un par de guantes del bolsillo trasero de los pantalones.

      –En ese caso, probablemente, deberíamos empezar.

      –¿Está pensando en ayudarme? –preguntó Rafe.

      Imaginaba que Glen debía de llevar jubilado más de una década. Obviamente, parecía fibroso, ¿pero cómo podía saber en qué estado se encontraba su corazón? Rafe no tenía ningún interés en hacer correr riesgos a aquel anciano.

      –He puesto muchos postes durante mis años de feriante. Además, no parece que estés haciendo los agujeros a la vieja usanza –señaló la barrena para postes que había alquilado Rafe–. Mira muchacho, manejaba máquinas como esa mucho antes de que hubieras nacido.

      ¿Muchacho? Rafe disimuló una sonrisa. Si Glen estaba intentando intimidarle, tendría que esforzarse más.

      –Si quiere hacer los agujeros, adelante –contestó Rafe, pensando que, en realidad, aquella era la tarea más fácil que tenía prevista aquel día.

      La barrena haría la mayor parte del trabajo y Rafe podría dedicarse a levantar los postes.

      Pero apenas había levantado el primero cuando entraron dos camionetas en el rancho. Se dirigieron directamente hacia la línea de postes y se detuvieron a apenas un metro de ella. En la primera camioneta iba un tipo. En la segunda, dos.

      Se bajó el conductor de la primera y caminó hasta donde estaba Rafe. Era un hombre alto, de pelo oscuro, y había algo en él que a Rafe le resultó familiar. Tenía la sensación de haberle visto antes.

      El hombre se echó a reír mientras se acercaba a él.

      –Yo tampoco te habría reconocido si no hubiera sabido que habías vuelto por aquí –le dijo.

      Rafe le miró con atención.

      –¿Ethan? ¿Ethan Hendrix?

      –Ese soy yo.

      Se estrecharon la mano.

      –Bienvenido a casa –le dijo Ethan–. Recuerdo que odiabas Fool’s Gold. Me cuesta creer que hayas vuelto.

      –No he vuelto para siempre. Es algo temporal.

      Ethan miró los postes y los rollos de alambre.

      –A mí esto me parece bastante permanente.

      –Mi madre está pensando en instalarse en el rancho y quiero ayudarla.

      –Siempre te has ocupado de ella –Ethan hizo un gesto a los otros hombres para que se acercaran–. He venido con dos de mis mejores trabajadores. Me llamaron del aserradero y me contaron lo que pretendías hacer –Ethan sonrió con los ojos brillantes de diversión–. La última vez que supe algo de ti, eras un genio de las finanzas. Si te has ablandado hasta ese punto, no vas a poder hacer esto solo.

      –¡No me he ablandado! –protestó Rafe, y después le presentó a Glen.

      Glen hizo un gesto, indicando que no era necesario.

      –Conozco a Ethan –dijo–. Y también a esos dos. ¡Vamos chicos! Vamos a demostrarles cómo se hacen las cosas.

      Rafe y Ethan caminaron hacia la camioneta más grande.

      –¿Nunca te has ido? –preguntó Rafe–. Recuerdo que tú también querías marcharte de aquí.

      Ethan se encogió de hombros.

      –Ese era el plan. Pero la vida intervino a su manera. Al final, quedarme aquí ha sido lo mejor que me ha pasado –sacó la cartera y buscó en ella un par de fotografías.

      Rafe se fijó en una atractiva pelirroja y tres niños.

      –Parece que has estado ocupado.

      –Y he sido muy feliz –contestó Ethan.

      Rafe le devolvió la fotografía.

      –Me alegro por ti.

      Aunque no lamentaba el fracaso de su matrimonio, sí sentía el no haber podido tener hijos.

      –¿Dónde vives? –quiso saber Ethan.

      –En San Francisco. ¿Sigues dedicándote a la construcción?

      –En parte. En realidad, la empresa ya va prácticamente sola. Dedico la mayor parte del tiempo a construir turbinas –volvió a sonreír–. Molinos de viento, energía eólica.

      Estuvieron hablando

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