E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery
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–Claro que me acuerdo.
–También sigue aquí. Está casado y tiene una hija. Fiona ya tiene un año. ¡Parece mentira cómo pasa el tiempo!
Estuvieron hablando de los amigos comunes que tenían en el colegio, de quién continuaba allí y de quién se había marchado. Al cabo de unos minutos, Ethan miró el reloj.
–Tengo que marcharme. Puedes quedarte con mis hombres durante todo el tiempo que quieras. Ellos ya saben lo que tienen que hacer.
–Agradezco la ayuda. ¿Me enviarás una factura por las horas de trabajo?
–Cuenta con ello –contestó Ethan–. Por lo que he oído decir, puedes permitírtelo.
Rafe se encogió de hombros.
–No me va mal.
–Me pondré en contacto contigo para organizar esa cena. Me alegro de que hayas vuelto.
–No he vuelto –le recordó Rafe.
Ethan abrió la puerta del asiento del conductor de su camioneta.
–Sí, eso es lo que dice mucha gente, pero al final, nunca se va. A lo mejor has vuelto más de lo que piensas, Rafe.
A las siete y media de aquella tarde, todavía se veía el globo de sol completo sobre la línea del horizonte. Rafe estaba sentado en las escaleras del porche con una cerveza entre los pies.
Había sido un buen día, pensó mientras cambiaba ligeramente de postura. Los músculos protestaron por aquel movimiento, recordándole que levantar una cerca era un trabajo duro aunque uno dispusiera de una barrena eléctrica y de ayuda. Le dolían los hombros. A pesar de los guantes, se había hecho algunos cortes en las manos y varias ampollas. Probablemente debería estar malhumorado, pero la verdad era que se sentía orgulloso al ver la cerca enderezada. Habían comenzado bien. Con la ayuda de los hombres que Ethan había enviado, no tardarían más de dos semanas en arreglar el cercado. Después se pondrían con el establo.
Llamaba regularmente a la oficina y la señora Jennings le mantenía informado de los proyectos más importantes. Normalmente su rutina consistía en reuniones, negociaciones, viajes y contratos. Al final de una jornada de doce o catorce horas de trabajo, había hecho muchas cosas, pero no era capaz de señalar ninguna que hubiera dado por terminada. Cuando por fin cerraba un trato, ya estaba pensando en el siguiente. Rara vez se detenía a pensar en lo conseguido y, mucho menos, a celebrarlo.
Siempre había pensado que continuar encerrado en Fool’s Gold habría sido un infierno. Y a lo mejor era cierto, pero aquel día, no había sido tan terrible.
Sonó su teléfono móvil y lo sacó del bolsillo de la camiseta.
–Stryker.
–¿Me echas de menos?
Sonrió al oír a su amigo.
–No.
Dante se echó a reír.
–¡Qué equivocado estás! Y lo verás en cuanto te cuente lo que ha pasado hoy.
Dante le explicó que había estado en los juzgados, que había conseguido encandilar al juez y que, una vez más, había hecho todo lo posible para asegurarse de que la compañía no solo ganara, sino que destrozara a la oposición.
–Impresionante –dijo Rafe, y bebió un sorbo de cerveza.
En vez de prestar atención a aquellos detalles que le harían ganar millones, se descubrió pendiente de los sonidos del interior de la casa. Del suave murmullo de las conversaciones y de la música de presentación del concurso favorito de su madre. Heidi había subido a su habitación al terminar de cenar. ¿Volvería a bajar?
Excepto para alabar la lasaña de su madre, Heidi había permanecido en silencio durante la cena. No le había mirado una sola vez y había eludido todos sus intentos de mantener una conversación. May se había quedado muy preocupada por ella, temía que no se encontrara bien. Pero Rafe sospechaba que la actitud de Heidi estaba más relacionada con lo que le había dicho el día anterior que con cualquier problema de salud.
¿Cuándo habría empezado a pensar en la posibilidad de que se acostaran? Curiosamente, aunque le parecía estupendo que hubiera decidido no acostarse con él, aquel anuncio había tenido en él el efecto contrario. No era capaz de pensar en otra cosa.
–No me estás escuchando.
–No exactamente.
–¿Es por culpa de una mujer?
–¿Tienes algún otro asunto del que hablarme? –preguntó Rafe.
–Eso es un sí. No será la chica de las cabras, porque no es tu tipo.
–¿Qué se supone que significa eso?
–Desde que te divorciaste, has salido con mujeres muy diferentes. Todas ellas muy guapas, pero incapaces de reconocer un sentimiento auténtico aunque les estuviera pellizcando el trasero. Heidi es diferente.
–¿Desde cuándo te has convertido en un experto en mujeres?
–Solo es un comentario.
–Voy a colgar.
Rafe pulsó un botón para poner fin a la llamada y guardó el teléfono en el bolsillo de la chaqueta. Bebió otro sorbo de cerveza pensando que Dante tenía razón. Heidi no era como las otras mujeres que habían entrado y salido de su vida. Era una mujer con los pies en la tierra. Además, su plan consistía en asegurarse de que su madre se quedara con el rancho. Otro motivo más para evitarla.
Se abrió en ese momento la pantalla de la puerta y la mujer en la que estaba pensando salió al cada vez más frío aire de la noche. Avanzó hacia el porche, pero se detuvo en seco en cuanto le vio.
–¡Oh, lo siento! –se disculpó y dio media vuelta.
–Espera –Rafe se apartó para hacerle sitio–, siéntate conmigo.
–No quiero molestar.
–No estoy haciendo nada.
Heidi escrutó el porche con la mirada, como si estuviera buscando una excusa para negarse, pero al final, suspiró y avanzó hacia él.
Se sentó muy tensa. Su aroma a vainilla llegaba hasta Rafe. Por primera vez desde que la conocía, llevaba la melena suelta y no recogida en dos trenzas. Iba vestida con una camiseta de manga larga, unos vaqueros y unas botas. No era un atuendo particularmente sexy o excitante. No había nada en ella que tuviera por qué resultarle atractivo. Y, sin embargo, se descubrió siendo extraordinariamente consciente de ella y preguntándose lo que sentiría si se acercara a Heidi y ella se reclinara contra él.
–La cerca está quedando muy bien.
–Pareces sorprendida.
Heidi le miró y desvió la mirada hacia delante otra vez.
–Tienes más aspecto de director que