E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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Mientras la ayudaba a subir al porche, se preguntó por qué no estaría en San Francisco, viendo un partido de béisbol con Dante o quedándose en la oficina hasta muy tarde. En aquel momento, hasta una crisis financiera o una amenaza de demanda le resultaban atractivas.

      –Prometo no hacerle daño. ¿Te basta con eso?

      –Ya veremos.

      Rafe fue medio arrastrando, medio conduciendo a Heidi hasta el porche. Charlie cerró la puerta de pasajeros de la camioneta, regresó al asiento del conductor y se marchó.

      –¡Adiós, Charlie! –gritó Heidi tras el vehículo.

      Intentó despedirse de ella con la mano, pero estuvo a punto de caer al suelo.

      Rafe la agarró y la ayudó a incorporarse. Heidi le frotó el brazo.

      –Eres muy fuerte.

      –Gracias.

      –Me gusta que seas tan fuerte. Y también me gustó verte envuelto en una toalla. Si no estuvieras intentando quitarme mi casa, me gustarías más. ¿No vas a cambiar de opinión sobre eso?

      –No creo que este sea el momento más adecuado para mantener esta conversación.

      –Claro que sí. O podríamos besarnos –le miró esperanzada.

      –¿Son las únicas opciones que tengo?

      Heidi asintió, pero se detuvo bruscamente.

      –Has tenido una cita –le dijo en tono acusador–. Con una mujer.

      –¿Estarías más contenta si hubiera sido con un hombre?

      Heidi pensó en la pregunta y parpadeó.

      –No lo sé.

      Rafe tuvo la sensación de que para ella, aquello era una novedad.

      –¿He dicho algo del beso? –le preguntó Heidi.

      –Sí.

      –¿Y qué piensas al respecto?

      –Nada que te apetezca oír.

      Rafe sabía que podía poner fin a aquella conversación mencionando su cita, pero no quería hablar sobre ello. Ya era suficientemente malo haber tenido que soportarla. Aunque Julia había resultado ser una mujer encantadora, había pasado las dos horas de la cita intentando evitar que le descubriera mirando el reloj. No había dejado de pensar en Heidi y en el rancho, de preguntarse por qué habría preferido estar allí a cenar con aquella mujer tan encantadora. Se había retirado pronto y había desconectado el teléfono para que Nina no pudiera llamar para preguntar por la cita.

      –Vamos dentro.

      Consiguió subir a Heidi hasta el porche y entrar en casa. Para no correr riesgos en las escaleras, la levantó en brazos y la subió al segundo piso. Desde allí, recorrieron el corto trayecto que los separaba de su dormitorio.

      Una vez en el interior, dejó a Heidi en el suelo y encendió la luz.

      Heidi le miró asombrada.

      –¡Me has traído en brazos!

      Rafe asintió.

      –¡Qué romántico! –Heidi sonrió–. Ahora puedes besarme.

      Heidi cerró los ojos y apretó los labios.

      Lo más inteligente habría sido marcharse, pensó Rafe. Heidi estaba borracha y él estaba intentando superar aquella situación sin meter excesivamente la pata.

      Pero había algo especial en Heidi. Algo que le tentaba más allá de lo razonable. Heidi no era el tipo de mujer que le gustaba, pero eso no la hacía menos... atractiva. De hecho, le atraía todo en ella. Era espontánea y divertida. Trabajadora y leal con aquellos que le importaban. Y en aquel momento, incluso estando borracha, le resultaba endiabladamente sexy.

      Se inclinó y le rozó ligeramente los labios. El calor y el deseo fueron instantáneos. Heidi volvió a mecerse y Rafe posó las manos en sus hombros para mantenerla firme.

      En el instante en el que la tocó, comprendió que estaba perdido. Que con el deseo no se podía razonar, y él la deseaba con todas sus fuerzas. Sin embargo, aprovecharse de una mujer borracha no era su estilo. Además, tenía suficiente ego como para querer que Heidi supiera lo que estaba haciendo si alguna vez se acostaba con él. Retrocedió.

      Heidi abría los ojos de par en par. Parecía que le costaba enfocar la mirada. Se tambaleó.

      –Ha sido muy agradable, pero me estoy durmiendo.

      A pesar del doloroso latido en su entrepierna, Rafe sonrió.

      –No es que te estés durmiendo, estás a punto de desmayarte.

      Heidi hizo un gesto de desdén con la mano.

      –Tonterías –y caminó hacia la cama.

      Rafe la ayudó a sentarse y le quitó los zapatos. Pero, por supuesto, no iba a desnudarla, pensó.

      Heidi se tumbó en la cama. Rafe la tapó con el edredón y le dio un beso en la frente.

      –Mañana te va a doler todo –musitó.

      –No. Me tomaré la fórmula secreta de Glen y estaré bien.

      –¿Quieres que te la prepare?

      Heidi cerró los ojos y tomó aire.

      –Buenas noches, Rafe –susurró, como si estuviera ya completamente dormida.

      Rafe interpretó aquella respuesta como un no.

      Salió, pero dejó la puerta abierta. Después de ir al baño, dejó la luz encendida para que a Heidi le resultara más fácil encontrarlo cuando se levantara y se dirigió a su dormitorio. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando oyó un ruido extraño. ¿Habría empezado Heidi a vomitar?

      Salió al pasillo y escuchó con atención. Volvió a oír aquel sonido. Comprendió entonces que procedía del piso de abajo. No era un sonido de angustia, era como...

      ¿Su madre?

      Estremecido, corrió de nuevo al dormitorio. En cuanto cerró la puerta tras él, agarró el iPod, se puso los auriculares y subió el volumen. Fool’s Gold continuaba siendo, como siempre, su particular visión del infierno. Un lugar en el que su madre intimaba con el hombre que la había robado y en el que él no podía tener a la única mujer que realmente deseaba.

      Rafe se quedó dormido alrededor de la media noche, pero cerca de una hora después, le despertó un sonido de pasos en el pasillo. Alguien había dado un portazo en el baño. Pero dio media vuelta en la cama y volvió a dormirse. El despertador del teléfono le despertó justo antes del amanecer.

      Se vistió rápidamente, agarró las botas, salió al pasillo y llamó a la puerta del dormitorio de Heidi.

      –Fuera.

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