E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery
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–Mi madre también cree en los extraterrestres.
–Por eso me cae tan bien. ¿Te he dicho alguna vez que firmar documentos sin leerlos podría causarte problemas? ¿Y me has hecho caso alguna vez en tu vida?
Rafe se aferró con fuerza al teléfono.
–¿Es esta la ayuda que me estás ofreciendo?
–Sí, esta es mi forma de hacer las cosas. Llamaré a la policía local y haré... –se oyó movimiento de papeles–, que detengan a Glen Simpson. Antes de que yo llegue ya le habrán detenido. Estaré allí a las seis. Hasta entonces, no hagas nada de lo que tenga que arrepentirme.
No estaba dispuesto a prometer nada, pensó Rafe mientras colgaba el teléfono. Se volvió y descubrió a su madre corriendo hacia él.
–¡Rafe! ¡No pueden arrestar a Glen!
El anciano ya no parecía tan sonriente. Palideció ante la mirada de Rafe y comenzó a retroceder hacia la casa.
–Mamá, ese hombre te ha quitado dinero haciéndote creer que estabas comprando un rancho. No es el propietario del rancho, de modo que te ha robado y no tiene ninguna forma de devolverte lo que te ha quitado.
May apretó los labios.
–Lo dices como si...
Rafe la interrumpió.
–Las cosas son como son.
–No entiendo por qué tienes que tomártelo todo de ese modo.
Rafe desvió la mirada hacia la casa, esperando ver a Glen deslizándose en su interior. Pero el anciano se había quedado en el porche. A lo mejor pretendía salir huyendo. A Rafe no le importaba disfrutar de una buena pelea, pero prefería oponentes más fuertes.
Desvió la mirada de la casa al jardín. Había flores, eran distintas de las que plantaba su madre, pero igual de coloridas. En un enorme letrero se anunciaba la venta de leche de cabra, queso de cabra y estiércol. Por un instante, se descubrió pensando que esperaba que guardaran los tres productos en diferentes contenedores y a suficiente distancia.
Y, hablando de cabras, vio un par de ellas más allá de la cerca del rancho. Había también un caballo al lado del establo. No había bueyes, advirtió mientras recordaba lo mucho que había tenido que trabajar con ellos cuando era niño.
Había habido buenos momentos, admitió para sí. Muchos ratos en los que se divertía con sus hermanos y su hermana. Su padre les había enseñado a Shane y a él a montar a caballo, Rafe le había enseñado a Clay y más tarde a Evangeline. Había sido Rafe el que había asumido el papel de su padre tras la muerte de este. O, por lo menos, lo había intentado. Al fin y al cabo, solo tenía ocho años. Todavía recordaba lo mucho que le había costado asimilar que su padre nunca volvería a casa y que eran muchas las cosas que dependían de él.
Aquella mujer, Heidi, fue trotando hacia la casa. La cabra corría a su lado como un perro bien domesticado.
–Glen, ¿estás bien? –preguntó, jadeando ligeramente–. ¿Qué ha pasado?
–Nada, todo va bien –le contestó Glen.
Parecía estar tranquilo para ser un hombre que estaba a punto de ir a la cárcel.
–No, no va nada bien –repuso May con firmeza–. Mi hijo está poniendo las cosas difíciles.
–No me sorprende –musitó Heidi, volviéndose hacia él–. Sé que estás enfadado, pero podemos llegar a un acuerdo, siempre y cuando estés dispuesto a escuchar y ser razonable.
–Espero que tengas suerte –dijo May con un suspiro–. A Rafe le cuesta mucho ser razonable.
Rafe se encogió de hombros.
–Todo el mundo tiene algún defecto.
–¿Te parece gracioso? –le exigió Heidi, con los ojos centelleantes de indignación y miedo–. ¡Estamos hablando de mi familia!
–Y de la mía.
Justo en ese momento aparcó un coche tras el suyo. Rafe reconoció el distintivo de la alcaldía y el escudo de la policía local.
Salió del coche una mujer de unos cuarenta años, con uniforme y gafas de sol. En la placa que llevaba en el pecho se leía «jefa de policía Barns». Rafe estaba impresionado. Dante no solo había hecho las llamadas pertinentes, sino que había ido hasta el final.
Heidi se acercó a la mujer sin soltar la cabra. Sonrió, aunque le temblaban los labios. A pesar de lo mucho que le irritaba la situación, Rafe tuvo que reconocer que parecía tan inocente como una cabrera. Miró a la cabra.
–Jefa de policía Barns, soy Heidi Simpson.
–Ya sé quién eres.
La policía sacó un teléfono móvil del bolsillo y buscó en la pantalla.
–Estoy buscando a Rafe Stryker.
–Soy yo –Rafe se acercó a ella–. Gracias por venir personalmente.
–He venido ante la insistencia de su abogado –y no parecía muy contenta–. Cuénteme, ¿qué está pasando aquí?
–Glen Simpson le vendió a mi madre Castle Ranch a cambio de doscientos cincuenta mil dólares. Se quedó el dinero y le entregó una documentación falsa. Él no es el propietario del rancho, no ha ingresado el dinero y ya se lo ha gastado. A pesar de que dice que quiere arreglar las cosas, no tiene forma de devolver el dinero.
May soltó un sonido de disgusto.
–Mi hijo tiene muy claro lo que ha pasado, pero ha pasado por alto un pequeño detalle.
–¿Qué es? –preguntó Barns.
–Que no había ninguna necesidad de meter a la policía en esto.
–Me gustaría estar de acuerdo con usted, señora, pero su hijo ha puesto una denuncia. Y supongo que no va a decirme que no tenía ningún derecho a hacerlo. ¿Me está diciendo que he venido hasta aquí para nada?
–Yo también figuro como propietario del rancho –le aclaró Rafe. Y eso era culpa exclusivamente suya–. Mi madre cree en la bondad innata del señor Simpson, pero yo no.
–No es un mal hombre –insistió Heidi.
La jefa de policía se volvió hacia Glen.
–¿Usted tiene algo que decir?
Glen alzó la mirada hacia el cielo y se volvió hacia la policía.
–No.
–En ese caso, voy a tener que llevármelo.
–¡No puede llevárselo! –Heidi se interpuso entra la policía y su abuelo, con la cabra todavía a su lado–. ¡Por favor! Mi abuelo es un hombre mayor. ¡Si le encierran,