E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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por experiencia propia? –le preguntó Heidi.

      –No.

      –Entonces, será mejor que te calles –a Heidi se le llenaron los ojos de lágrimas cuando se volvió hacia la policía–. Seguro que puede hacer algo...

      –Tendrá que hablar con el juez –respondió Barns con una voz sorprendentemente amable–. Pero su amigo tiene razón. La prisión no está tan mal. Estará bien.

      –Yo no soy su amigo.

      –No es mi amigo.

      Heidi y Rafe se miraron el uno al otro.

      –¿Puedo darle una patada? –le preguntó Heidi a la policía–. Solo una, pero fuerte.

      –A lo mejor más tarde.

      Rafe comprendió que era mejor no protestar. Por la forma en la que aquellas dos mujeres le estaban fulminando con la mirada, una patada sería una sentencia amable.

      Le habría gustado señalar que él no había hecho nada malo, que el malo era Glen. Pero aquel no era momento para la lógica. Conocía a su madre suficientemente bien como para saberlo y dudaba de que Heidi fuera muy diferente.

      Glen no opuso ninguna resistencia. Se dejó esposar y se sentó en el asiento trasero del coche patrulla.

      –Iré allí en cuanto pueda pagar la fianza –le prometió Heidi.

      –Hasta mañana por la mañana no fijarán la fianza –le explicó la policía–. Pero puede ir a verlo. Y no se preocupe, estará bien atendido.

      La policía se montó en el coche y se marchó. Heidi soltó a la cabra y May se volvió indignada hacia su hijo.

      –¿Cómo has podido detener a Glen?

      Rafe pensó en la posibilidad de señalar que no había sido él el que le había detenido, que lo único que había hecho había sido llamar a la policía para que le detuvieran. Un detalle que, seguramente, su madre no apreciaría.

      –¡Te ha robado, mamá! Ya perdiste este rancho en una ocasión y no voy a permitir que vuelvas a perderlo.

      El enfado de su madre se aplacó visiblemente.

      –¡Oh, Rafe, siempre has sido muy bueno conmigo! Pero puedo cuidarme sola.

      –Acaban de estafarte doscientos cincuenta mil dólares.

      –¡Deja de repetírmelo!

      Rafe le pasó el brazo por los hombros y le dio un beso en la frente. A pesar de que May era una mujer alta, continuaba siendo más alto que ella.

      –Sabes que me desesperas, ¿verdad? –le preguntó.

      Su madre le devolvió el abrazo.

      –Sí, pero no lo hago a propósito –May alzó la mirada hacia él–. ¿Y ahora qué?

      –Ahora vamos a conseguir tu rancho.

      Heidi permanecía en medio de Fool’s Gold, sin estar muy segura de qué era lo primero que tenía que hacer. Glen necesitaba su ayuda, y ella necesitaba un abogado. No tenía dinero para pagarlo, pero de ese problema ya se ocuparía más adelante. De momento, lo más urgente era sacar a su abuelo de la cárcel.

      Giró lentamente y vio el letrero de la librería Morgan y del Starbucks en el que solía quedar con sus amigas. Estaba también el bar de Jo, pero en ninguno de aquellos establecimientos anunciaban ayuda legal gratuita.

      Sacó el teléfono móvil y buscó hasta encontrar el número de Charlie. Le envió un mensaje a toda velocidad: Es urgente, ¿podemos hablar?

      A los pocos segundos recibía la respuesta: Claro, quedamos en el parque.

      «El parque» era el parque de bomberos del pueblo. Heidi dejó la camioneta donde estaba y recorrió a pie las tres manzanas que la separaban del lugar de su cita.

      El parque de bomberos estaba en la zona más antigua del pueblo. Era un edificio de ladrillo y madera de dos plantas, con un enorme garaje con puertas a la calle. Aquella cálida tarde de abril estaban abiertas. Charlie Dixon la esperaba al lado del enorme camión de bomberos que conducía.

      –¿Qué ha pasado? –preguntó en cuanto vio a Heidi corriendo hacia ella.

      –Glen se ha metido en un lío.

      Charlie, una mujer alta y competente que no había conocido nunca a un hombre al que no pudiera batir en todo, puso los brazos en jarras y arqueó las cejas.

      –Estamos hablando de Glen. ¿En qué lío puede haberse metido?

      –Ni te lo imaginas.

      Heidi puso rápidamente al tanto a su amiga de lo que había ocurrido con Glen, le habló de la simpática viuda a la que había estafado y del misterioso y despiadado Rafe Stryker y terminó explicándole que Glen estaba en aquel momento encarcelado.

      Charlie soltó una maldición.

      –¡Solo a un hombre se le ocurre organizar un lío como este! –gruñó–. ¿De verdad Glen ha vendido el rancho?

      Heidi suspiró.

      –Falsificó los documentos y todo.

      No era la primera vez que su abuelo coqueteaba con la ilegalidad, pero casi siempre había cometido timos de poca monta que no podían considerarse ni delitos. Durante los últimos años, de lo único que había tenido que preocuparse Heidi había sido de su propensión a tener una mujer en cada ciudad. Para ser un hombre de más de setenta años, tenía demasiada actividad.

      –Tengo que sacarle de la cárcel –se lamentó Heidi–. Es el único familiar que me queda.

      –Lo sé. Muy bien, mantengamos la calma. Y lo digo en serio. La cárcel de Fool’s Gold no es un lugar terrible. Estará bien atendido. En cuanto a lo de sacarle de allí... –miró a Heidi–. No te lo tomes a mal, pero, ¿tienes dinero?

      Heidi esbozó una mueca al pensar en el lamentable estado de su cuenta corriente.

      –Invertí todo lo que tenía en el rancho.

      –¿Y el rancho está hipotecado?

      –Sí.

      Charlie le dio un enorme abrazo.

      –Así que estabas viviendo el sueño americano.

      –Sí, estaba –contestó Heidi, agradeciendo el abrazo–. Hasta que ocurrió todo esto.

      No le importaba tener que pagar mensualmente la hipoteca al banco. Era una señal de estabilidad, la prueba de que tenía una casa, algo que algún día le pertenecería por completo.

      –Conozco a una abogada –le dijo Charlie–. De vez en cuando atiende casos gratuitamente. Déjame hablar con ella y después

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