Tres años después - Por un escándalo. Andrea Laurence

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Tres años después - Por un escándalo - Andrea Laurence Ómnibus Deseo

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      Ella maldijo al ver cómo se le escapaba el autobús. No iba a llegar a tiempo a su clase, a menos que Gavin la llevara. Suspirando con frustración, se subió al coche. Él cerró la puerta del copiloto y se sentó a su lado.

      –Gira a la derecha en el semáforo –le indicó ella. Si se concentraba en darle instrucciones para llegar, igual tendrían menos posibilidades de hablar.

      Sabine no podía evitar sentirse culpable. Nunca había pretendido engañar a Gavin. Sin embargo, cuando se había quedado embarazada, le había asaltado un fiero instinto protector. Gavin y ella eran de dos planetas diferentes. Él nunca había correspondido a su amor. Lo mismo sucedería con su hijo. Había temido que Jared fuera para su padre una adquisición más del Imperio Brooks. Y Jared se merecía algo mejor.

      Por eso, había hecho lo que había creído necesario para proteger a su hijo y no pensaba disculparse por ello.

      –La segunda a la derecha.

      Mientras Gavin permanecía en silencio, Sabine se estaba poniendo cada vez más nerviosa. Era evidente que estaba muy tenso, cada músculo de su cuerpo parecía contraído. Tenía la mandíbula apretada, y no apartaba los ojos de la carretera.

      Lo cierto era que Gavin tenía mucha habilidad para ocultar sus sentimientos. Siempre lo había hecho cuando salían juntos. La noche que ella le había dicho que lo suyo había terminado, él no había demostrado ninguna reacción. Ni rabia, ni tristeza. Solo había aceptado su adiós con resignación y se había olvidado de todo. Era obvio que ella nunca le había importado.

      Cuando llegaron al centro donde Sabine impartía los talleres de yoga, él aparcó y detuvo el motor. Se miró el Rolex.

      –Llegas pronto.

      Era verdad. Todavía le quedaban quince minutos antes de poder entrar. Sería absurdo salir del coche y quedarse de pie delante de la puerta, esperando que el local se quedara libre para la siguiente clase. Así que lo único que podía hacer era quedarse allí sentada, con Gavin. Perfecto.

      –Dime, ¿tan malo he sido contigo? –preguntó él al fin, tras un largo silencio–. ¿Tan mal te he tratado? –añadió en voz baja, sin mirarla.

      –Claro que no.

      Gavin volvió la mirada hacia ella.

      –¿Te dije o hice algo mientras estuvimos juntos para que pensaras que iba a ser un mal padre?

      ¿Mal padre? No, pensó Sabine. Quizá, un padre distante, sí.

      –No, Gavin…

      –Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me has ocultado algo tan importante? ¿Por qué me has impedido compartir la crianza de Jared? Ahora es pequeño pero, antes o después, se daría cuenta de que no tiene un padre como los demás niños. ¿Y si él pensara que yo no lo quiero? Cielos, Sabine. Aunque no lo hubiéramos planeado, sigue siendo mi hijo.

      Al escucharlo hablar así, todas las excusas que ella había preparado le resultaron ridículas. ¿Cómo iba a explicarle que no había querido que Jared creciera siendo un malcriado, rico, pero sin amor? ¿Cómo podía decirle que había querido tenerlo en casa con ella y no en un internado? ¿Cómo reconocer que no había querido que su hijo se convirtiera en un hombre egoísta y sin sentimientos como su padre? Eran solo excusas, admitió para sus adentros, fruto de un miedo irracional.

      –Temía que, si te lo decía, lo perdería.

      –¿Creíste que iba a quitártelo? –preguntó él con la mandíbula tensa.

      –¿Acaso no lo harías? –replicó ella con tono desafiante–. ¿No habrías llegado a reclamarlo en la sala de partos? ¿No crees que tu elegante familia y tus poderosos amigos se habrían horrorizado de saber qué clase de persona iba a criar al heredero del Imperio Brooks? Enseguida, me habrían catalogado como inadecuada y habrías conseguido que algún juez te diera la custodia.

      –Yo nunca habría hecho eso.

      –Estoy segura de que solo habrías hecho lo que hubieras pensado mejor para tu hijo. ¿Pero cómo iba a saber yo lo que eso habría implicado? ¿Y si hubieras decidido que Jared estaba mejor contigo y que yo era una complicación? No tengo tanto dinero ni tantos contactos como tú para combatir en los tribunales. No podía correr ese riesgo –admitió ella con lágrimas en los ojos–. Temía que entregaras a mi hijo a rancias niñeras, que compraras su cariño con lujosos regalos, porque tú no tienes tiempo para dedicarle. Temía que lo enviaras a algún excelente internado en el extranjero, con la excusa de que era lo mejor para él, solo para que no te molestara. El embarazo de Jared no fue planeado. No es el fruto de un matrimonio dorado y ratificado por tu gente. No estaba segura de que pudieras amarlo de verdad.

      Gavin se quedó callado un momento. No parecía enfadado, solo agotado, emocionalmente derrotado. Tenía el mismo aspecto que Jared cuando se pasaba todo un día sin dormir la siesta.

      Sabine tuvo ganas de acariciarle la frente para borrar esa expresión de cansancio. Recordaba a la perfección el olor de su piel… a una embriagadora mezcla de jabón, cuero y hombre. Pero no podía hacer eso. La atracción que sentía por Gavin no había sido más que un inconveniente desde el principio. Y, por desgracia, los años no habían mermado su deseo en absoluto.

      –No entiendo por qué piensas eso –dijo él tras un largo silencio.

      –Porque es lo que te pasó a ti, Gavin –contestó ella con voz suave–. Y es la única manera que conoces de criar a un niño. Las niñeras y los internados son lo normal para ti. Tú mismo me contaste que tus padres nunca tenían tiempo para ti ni para tus hermanos. ¿Recuerdas cuando me contaste lo triste y solo que te sentiste cuando te mandaron al internado? ¿Quieres eso mismo para tu hijo? Yo no estaba dispuesta a entregártelo para que le dieras la misma infancia vacía que tú has tenido. No quería que lo criaran solo para ser el próximo dueño de Envíos Brooks Express.

      –¿Y qué tiene eso de malo? –preguntó Gavin, furioso–. Hay cosas peores que crecer rodeado de dinero y convertirte en cabeza de una de las compañías más grandes del mundo, fundada por tu abuelo. A mí me parece peor crecer en la pobreza, en un pequeño apartamento, con ropas de segunda mano.

      –¡Sus ropas no son de segunda mano! –se defendió ella, indignada–. No son de firma, pero tampoco son harapos. Sé lo que pensáis de nosotros, vosotros los poderosos. Pero aquí estamos bien. Es un vecindario tranquilo y hay un parque donde Jared puede jugar. Tiene comida y juguetes y, lo que es más importante, tiene todo el amor, la estabilidad y la atención que yo puedo darle.

      Sabine no pudo evitar ponerse a la defensiva. No pensaba dejar que nadie le dijera que no estaba criando bien a su hijo.

      –No tengo dudas de que estás haciendo un gran trabajo con Jared. ¿Pero por qué hacerlo tan difícil? Podrías tener una casa bonita en Manhattan. Podrías enviarlo a una de las mejores escuelas privadas de la ciudad. Podrías tener un buen coche y alguien que te ayudara a limpiar y cocinar. Yo me habría asegurado de que los dos tuvierais todo lo necesario… sin quitarte a Jared. No había razón para renunciar a una vida más cómoda.

      –No he renunciado a nada –insistió ella. Sabía que todas aquellas comodidades de las que Gavin hablaba tenían un precio–. Nunca he tenido esas cosas, para empezar.

      –¿Seguro que no has renunciado a nada? –replicó él, y la miró a los ojos–.

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