Tres años después - Por un escándalo. Andrea Laurence

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Tres años después - Por un escándalo - Andrea Laurence Ómnibus Deseo

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transporte de un Picasso y su entrega en el mismo día.

      Si su plan funcionaba, le daría a Gavin algo que había echado de menos toda su vida: la oportunidad de volar.

      Sabine lo había animado siempre a encontrar una forma de compatibilizar sus obligaciones con sus sueños. En el pasado, le había parecido imposible, pero no había dejado de darle vueltas.

      La noche anterior tampoco había podido dejar de pensar en lo que ella le había dicho. Sabine siempre había tenido la habilidad de calarle muy hondo e ir al grano.

      Ella no veía a Gavin como un poderoso hombre de negocios. El dinero y el poder no eran algo que le interesara. Después de haber sido perseguido por las mujeres durante años, Sabine había sido la primera a la que había perseguido él. La había estado observando en aquella galería de arte donde la había visto por primera vez y había sentido la urgencia de poseerla.

      Aunque ella no había dado ninguna importancia su riqueza, no había podido ignorar lo diferentes que eran sus vidas.

      Su relación había durado el tiempo que habían podido mantenerla dentro de la burbuja del dormitorio, sin acudir a reuniones sociales ni mezclarse con la clase alta con la que él solía codearse. Para ella, su riqueza no solo no era una cualidad, sino que le había resultado casi un estorbo. ¡Ni siquiera había querido contarle que había estado embarazada!

      Asimismo, Sabine lo había acusado de renunciar a las cosas que amaba por sus obligaciones. Y había acertado. Durante toda la vida, había estado abandonando sus sueños por un maldito sentido del deber. ¿Pero qué otra cosa podía haber hecho? Ninguno de sus hermanos estaba preparado para dirigir la empresa. Alan apenas se presentaba por la oficina, ni siquiera sabía en qué país estaría en ese momento de vacaciones. Su hermana, Diana, era demasiado joven y no tenía experiencia. Su padre se había retirado. Eso significaba que, si él no se ocupaba del imperio familiar, tendría que dejarlo en manos de un extraño.

      Y Gavin no quería que eso sucediera. Todavía recordaba cuando, sentándolo en sus rodillas de pequeño, su abuelo le había contado orgulloso historias de cómo su bisabuelo había fundado la compañía. No podría defraudarlos.

      El móvil le sonó para indicarle que tenía un mensaje. Era Marie. Había quedado con su médico en Park Avenue a las cuatro y cuarto. Excelente.

      Copió la información para enviársela a Sabine en otro mensaje. Sin embargo, apretó el botón de llamada casi sin pensarlo. Quería escuchar su voz. Había pasado tanto tiempo sin ella que cualquier excusa era válida para oírla de nuevo. Aunque no se dio cuenta, hasta que fue demasiado tarde, de que eran las siete y media de la mañana.

      –¿Hola? –contestó ella. Su voz no sonaba somnolienta.

      –Sabine, soy Gavin. Siento llamar tan pronto. ¿Te he despertado?

      Ella rio.

      –Claro que no. Jared se levanta con las gallinas, a las seis de la mañana, todos los días. Como siga así, va a ser granjero, como su abuelo.

      Gavin frunció el ceño antes de darse cuenta de que Sabine hablaba de su propio padre. Él no sabía mucho de su familia, solo que vivían en Nebraska.

      –Mi asistente nos ha concertado una cita para la prueba de ADN –informó él, dándole la dirección del médico.

      –De acuerdo. Nos veremos allí un poco antes de las cuatro y cuarto.

      –Yo te recogeré.

      –No, iremos en metro. A Jared le gusta el tren. Hay una parada cerca de allí, así que no es problema.

      Sabine defendía con ferocidad su independencia. Cuando salían juntos, no había dejado nunca que él hiciera nada por ella. Y eso le ponía muy nervioso.

      –Después de la prueba, ¿puedo llevaros a Jared y a ti a cenar?

      –Umm –murmuró ella, quizá pensando en una excusa para negarse.

      –Un poco de tiempo de calidad –añadió él con una sonrisa.

      –De acuerdo. Me parece bien.

      –Nos vemos esta tarde.

      –Adiós –se despidió ella, y colgó.

      Gavin sonrió. Estaba deseando volver a ver a su hijo. Y, aunque no quisiera admitirlo, también se moría de ganas de volver a ver a Sabine.

      A Sabine le sorprendió lo poco que tardaron en la consulta del médico. El papeleo fue lo más pesado. Les dijeron que los llamarían el lunes para darles los resultados.

      A las cinco menos cuarto, estaban parados en la calle, ante un semáforo en rojo en Park Avenue. Sabine ató a Jared en su sillita de paseo.

      –¿Qué os gustaría comer? –preguntó Gavin.

      Ella adivinó que la mayoría de restaurantes que él conocía no debían de estar preparados para niños. Miró a su alrededor, pensativa.

      –Creo que hay una hamburguesería bastante buena a dos manzanas de aquí.

      –¿Hamburguesería?

      –En los restaurantes caros que conoces no tienen menú infantil –repuso ella, riendo ante la estupefacción de Gavin.

      –Lo sé.

      Meneando la cabeza, Sabine comenzó a caminar en dirección a local que conocía. Gavin se apresuró a seguirla.

      –Estás acostumbrado a gastarte cantidades exageradas en cenas. Supongo que eso es lo que tus invitados esperan de ti, pero Jared y yo no funcionamos así. Para comer, necesitamos mucho menos dinero del que tú te gastas en una botella de vino. Y no nos importa, ¿verdad, Jared?

      El pequeño sonrió e hizo un gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba.

      –¡Habuguesa!

      –¿Lo ves? –indicó ella, sonriendo–. Es fácil de complacer.

      La hamburguesería estaba un poco llena, pero pudieron pedir y sentarse antes de que el pequeño comenzara a cansarse. Sabine intentó concentrarse en Jared y en que no se manchara de salsa por todas partes. Era más fácil que mirar a Gavin e intentar adivinar qué pensaba.

      Él se estaba comportando con más amabilidad de la que esperaba, caviló Sabine. Sin embargo, cuando se conocieran los resultados de la prueba, las cosas cambiarían, adivinó. Le preocupaba que hubiera demasiados cambios en poco tiempo. Lo más probable era que Gavin acabara insistiendo en que los dos se mudaran a vivir con él, para poder estar cerca de su hijo. Y, si no aceptaba, quizá quisiera quitarle la custodia.

      Esos eran los oscuros pensamientos que la habían acosado durante todo el embarazo. Los mismos miedos que la habían impulsado a ocultarle a Jared a Gavin. Sin embargo, en ese momento, no pudo evitar sonreír al ver a los dos coloreando juntos la hoja del menú infantil.

      Mientras el padre de su hijo estaba distraído, Sabine lo observó de reojo. Tenía el pelo moreno, los hombros anchos y una fuerte mandíbula. Era un hombre muy atractivo, y esa había sido la razón por la que no había podido resistirse a salir con él hacía tres años.

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