Tres años después - Por un escándalo. Andrea Laurence

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Tres años después - Por un escándalo - Andrea Laurence Ómnibus Deseo

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el trabajo y ella. Nunca había logrado encontrar un equilibrio. Con un niño, sería todavía más difícil. En parte, esa era la razón por la que nunca había pensado en formar una familia. Su prioridad era el trabajo y no podía negarlo.

      No obstante, ya no podía elegir. Tenía un hijo, quisiera o no. Y tendría que encontrar la manera de dirigir su imperio sin defraudarlo. No estaba seguro de cómo, pero lo conseguiría.

      –Si os dedico tiempo de calidad, ¿me dejarás ayudarte?

      –¿Ayudarme con qué?

      –Con todo, Sabine. Si no te quieres casar conmigo, al menos, deja que te compre un piso bonito en la ciudad. En la zona que más te guste. Deja que pague la educación de Jared. Podemos inscribirle en la mejor escuela. Puedo contratar a alguien para que te ayude con la casa, alguien que limpie y cocine y recoja a Jared del colegio, si tú quieres seguir trabajando.

      –¿Y por qué ibas a hacer eso? Lo que estás sugiriendo te costaría mucho dinero.

      –Quizá, pero merece la pena. Es una inversión en mi hijo. Hacer tu vida más fácil, te hará más feliz. Estarás más tranquila para cuidar a nuestro hijo. Él podrá pasar más tiempo jugando y aprendiendo que sentado en el metro. Además, si vivís en Manhattan, será más fácil para mí verlo a menudo.

      Gavin adivinó que las defensas de Sabine comenzaban a tambalearse. Era una mujer orgullosa y no estaba dispuesta a admitir que era difícil criar a un hijo sola. Los niños necesitaban tiempo, dinero y esfuerzo. Ella ya había renunciado a la pintura. Sin embargo, sabía que convencerla no sería fácil.

      Él conocía a Sabine mejor de lo que ella creía. No era la clase de chica ansiosa por cazar a un hombre rico y ascender en la escala social. Por eso, no le cabía ninguna duda de que Jared había sido un accidente. Y, a juzgar por la cara que ella había puesto al verlo en su casa, ella habría preferido que su padre hubiera sido cualquiera menos él.

      –Poco a poco, por favor –pidió ella. Su expresión estaba impregnada de tristeza.

      –¿Qué quieres decir?

      –En menos de dos horas, te has encontrado con que tienes un hijo y casi una prometida. Es un gran cambio para ti, igual que para nosotros. Es mejor no apresurarse –opinó ella con un suspiro–. Hagamos las pruebas de ADN, para que no quepa ninguna duda. Luego, podemos hablarle a Jared de tu existencia y contárselo a nuestras familias. Después, es posible que nos mudemos para estar más cerca de ti. Pero son decisiones que deben tomarse con calma, no en cuestión de minutos –propuso, y se miró el reloj–. Tengo que entrar.

      –De acuerdo –repuso él, salió del coche y dio la vuelta para abrirle la puerta.

      –Mañana tengo el día libre. Puedes pedir cita para hacer la prueba de paternidad, llámame o mándame un mensaje y nos veremos allí. Mi número es el mismo. ¿Todavía lo tienes?

      Claro que lo tenía. Gavin había estado a punto de llamarla cientos de veces después de su ruptura. Pero era demasiado orgulloso para hacerlo. Además, no había tenido sentido intentar convencerla de que hubiera vuelto, cuando ella no había querido estar con él.

      En ese momento, sin embargo, se arrepintió de no haber intentado arreglar las cosas. Podía haber buscado más tiempo para ella. Así, tal vez, habría estado allí para escuchar el primer llanto de su bebé. Y, quizá, la madre de su hijo no se habría reído en su cara ante su proposición de matrimonio.

      –Sí.

      Sabine asintió y, despacio, comenzó a caminar hacia la entrada del centro de yoga.

      –Nos vemos mañana –dijo ella, girándose desde la puerta.

      –Hasta mañana –se despidió él.

      Gavin percibió una tristeza en su expresión que no le gustó nada. Siempre había sido una mujer vibrante y llena de entusiasmo. Cuando lo había conocido, le había hecho abrir los ojos y descubrir que la vida era mucho más excitante que sus aburridos negocios. Desde que se habían separado, no había dejado de echarla de menos.

      En el presente, lo lamentaba más que nunca. No solo por su hijo, sino porque Sabine parecía una sombra de la mujer que había conocido.

      –Lo siento, Gavin –murmuró ella, antes de darse media vuelta y entrar en el centro donde daba sus clases.

      Ella lo sentía. Y él, también.

      Gavin llegó a la oficina a la mañana siguiente antes de las siete. Los pasillos estaban silenciosos y desiertos. Su gran despacho había pertenecido a su padre y a su abuelo antes que a él.

      Su bisabuelo había fundado la compañía en 1930. Había empezado siendo un servicio local de transportes pero, enseguida, había comenzado a utilizar trenes, camiones y aviones para llevar sus paquetes a todo el mundo. Desde entonces, la empresa siempre había estado en manos de los Brooks. Todo en ella estaba impregnado de tradición y era uno de los negocios más sólidos y prestigiosos y de América.

      Sin embargo, a pesar de que Gavin no había querido reconocerlo delante de Sabine, no era eso lo que él quería de la vida. Desde que había nacido, lo habían educado para dirigir Envíos Brooks Express. Había recibido la mejor educación, había estudiado en Harvard. Todo encaminado a seguir los pasos de su padre. Aunque le resultaba un peso demasiado agobiante.

      Sabine tenía razón en algunas cosas. Sin duda, su familia daría por hecho que Jared iba a ser su sucesor en la compañía. La diferencia era que Gavin pensaba asegurarse de que su hijo sí tuviera elección.

      Tras sentarse ante su escritorio, encendió el ordenador. Lo primero que hizo fue enviar un correo electrónico a su asistente, Marie, para que concertara una cita con el laboratorio de pruebas de ADN. Y le puntualizó que era un tema confidencial. Nadie debía saberlo.

      Marie no llegaría hasta las ocho, pero estaba seguro de que, en el trayecto en tren hasta allí, tendría tiempo de arreglarlo todo con su smartphone.

      A continuación, sacó de una bolsa una taza de café caliente y un bollo que había comprado en la cafetería de abajo. Mientras desayunaba, echó un vistazo al montón de mensajes que llenaban la bandeja de entrada.

      Uno de ellos captó su atención. Era de Roger Simpson, el dueño de Exclusivity Jetliners.

      La pequeña compañía de jets de lujo era especialista en viajes privados. Pero Roger quería retirarse. Lo malo era que no tenía un heredero preparado para tomarle el testigo. Tenía un hijo, Paul, pero al parecer Roger prefería vender la compañía que dejarla en manos de un joven tan irresponsable.

      Enseguida, Gavin le comunicó que estaba interesado. Desde niño, había estado enamorado de los aviones. A los dieciséis años, sus padres le habían regalado un curso de vuelo.

      Incluso había pensado enrolarse en las Fuerzas Aéreas como caza de combate. Sin embargo, su padre había cortado su sueño de raíz. Una cosa era consentir el pasatiempo de su hijo y otra permitir que amenazara su imperio familiar.

      Gavin tragó saliva ante aquel amargo recuerdo. Su padre había ganado la batalla entonces, pero, en el presente, él y solo él era el dueño de su vida.

      Envíos Brooks Express estaba pensando

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