Fútbol. Marco Monteleone
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La maravillosa frase de Michelangelo con que los autores presentan su obra me parece un oportuno eslogan de la misma. En mi opinión, metafóricamente, el juego del fútbol y, sobre todo, su entrenamiento manifiestan y permiten ser, más aun en el día a día, tallados a criterio de los entrenadores. Históricamente, hemos vivido la evolución de nuestro deporte mediante su expresión en numerosas formas y estilos de juego que se han ido modelando y contagiando como una plaga en función, fundamentalmente, de la fama y los éxitos con ellos alcanzados. A diferencia de otros deportes de equipo, los modelos de juego y entrenamiento sufren la influencia de las modas, en lugar de construirse principalmente en base a las características de la materia prima, es decir, de la naturaleza del jugador.
«De la existencia de procesos inconscientes que no podemos controlar, hemos deducido erróneamente que todos son incontrolables» (Lionel Naccache). El fútbol está repleto de manías, supersticiones y vicios que, además de dificultar su avance, reparten razones, mejor dicho, excusas, dependiendo del resultado. Paradójicamente, el resultado en el fútbol depende de mil y una variables, pero tenemos la mala costumbre de relacionar la victoria y, sobre todo, la derrota con aquello que concreta y circunstancialmente nos interesa y nos inculpa o disculpa según el caso. Mientras que cada vez es más obvio que tener razón en el fútbol es casi una entelequia, «nuestra mente continúa queriendo dominar y evitar el control y ése es el motivo de que se dedique a invalidar a los demás y a justificarse a sí misma» (Zelinski, 2002).
En la construcción del juego de un equipo influyen numerosos factores que van a afectar el resultado final, pero sin ningún género de dudas la calidad de los jugadores es el ingrediente exclusivo con verdadero carácter influyente. En comparación, lo demás, particularmente la programación y la metodología de entrenamiento abordadas en esta obra, son nimiedades, pues lejos de disponer de una varita mágica que dote de talento1 a los jugadores, el buen hacer de los entrenadores a lo más que llegará es a conferir sentido a lo que acontece en el proceso de entrenamiento, y esto, aunque no es poco, sin duda no es garantía de éxito. No disponer de estas garantías suele ser aprovechado en algunos casos para no dar rigor al proceso de entrenamiento; en otros momentos suele resultarnos útil para alabar las bondades de nuestro método, cuando con él hemos alcanzado el éxito. Entre entrenar bien2 (con sentido; el que cada uno le quiera dar a su talla, pero con él) o hacerlo mal (sin programación sistemática o sentido de construcción ni de idea de juego ni de jugador), la diferencia en el resultado es tan pequeña que no sólo es casi indiferente cómo se haga sino que, además, algunos (confundidos ventajistas) sienten que metodológicamente hacen lo correcto porque con su forma de entrenar puntualmente ganan. Mientras tanto, esta realidad a otros les resulta útil para restar toda la importancia al proceso de entrenamiento con la disculpa de que lo hagan como lo hagan el resultado final no depende de ello. Es por esto que hoy seguimos, por ejemplo, sin disponer de una estructuración de contenidos técnico-tácticos común y lógica en el fútbol, y sobre todo es por ello que debemos agradecer a los autores su propuesta en este sentido. Podemos estar de acuerdo o no con ellos, en todo o parcialmente, pero lo que no es discutible es que antes de ponerse a entrenar el técnico debe comprender perfectamente el juego y al jugador, y a ello han dirigido los autores su trabajo. Como indica Linaza en Ruiz Pérez y Sánchez Bañuelos (1997), «entender cómo se aprende constituye sin duda la mejor forma para comprender cómo se puede enseñar».
«Suele decirse que la inteligencia es la capacidad para resolver problemas aprovechando la información y aprendiendo de la experiencia. Los problemas con que nos encontramos pueden ser de dos clases: teóricos y prácticos. Los teóricos se resuelven cuando conozco la solución, como los matemáticos o científicos; los prácticos no se resuelven cuando conozco la solución, sino cuando la pongo en práctica» (Marina, 2012). Los autores nos presentan un libro que aborda de forma parcelada pero con carácter global los distintos elementos que configuran la estructura del deporte y su entrenamiento: el juego y su estructuración, el jugador, el modelo de juego y la programación del entrenamiento. Teoría y práctica, siempre de la mano, se apoyan y sustentan mutuamente, pues un buen entrenamiento (propuesta práctica) sin una buena comprensión, selección y secuenciación de contenidos (teorización previa) sería como cocinar un plato (idea de juego) improvisando los ingredientes y, en consecuencia, con escasa probabilidad de prever su textura y sabor final. A pesar de ello, y esto es lo maravilloso de nuestro deporte, puede que aun así el guiso sea exquisito.
El fútbol es ejemplo de complejidad. La interdisciplinariedad forma parte de su esencia, y así lo manifiestan los autores en cada línea. Como indica William Lawrence Bragg, «lo importante en ciencia no es obtener nuevos resultados, sino descubrir nuevas formas de pensar sobre ellos». Ésta es la razón por la que agradezco a los autores el contenido de este libro, ya que lejos de asentarse en manidas y perezosas frases del estilo, «en el fútbol está todo inventado», o «el fútbol son tres cosas», con su propuesta nos obligan a comprender que, al menos en su inacabable proceso de formación, el entrenador, para ser tal, además de saber de personas, debe dominar la organización del juego y sus conceptos. Entrenar bien es un compuesto multidisciplinar que, aparte de conocimiento práctico y procedimental, y de habilidades sociales y directivas, exige una base de conocimiento teórico, sin el cual el resto pierde sentido y valor. Como indicó Albert Einstein, «las cosas deben ser tan sencillas como sea posible, pero no más».
Centrados en la evolución y situación actual del fútbol y en su entrenamiento, entendemos que éste debiera sustentarse en la idea de que «la única constante en la naturaleza es el cambio» (Heráclito), y en este sentido, como señalan Mateo y Valle (2007), «la rutina sólo es mala cuando acumula más rutina en el horizonte. Según los citados autores, rutina y monotonía parecen términos sinónimos, pero no lo son. La rutina es un hábito adquirido para realizar tareas que evapora el esfuerzo. La monotonía es el tedio que hace que realizar una tarea nos cueste un enorme esfuerzo».
«El ser humano, el entrenador en nuestro caso, es muy mimético. Le encanta copiar patrones de comportamiento que han obtenido éxito» (Mateo y Valle, 2007). En «la batalla permanente de la vida contra la podredumbre» (fundamento del film Epic. El mundo secreto, 2013), «el hecho de que una opinión la comparta mucha gente no es prueba concluyente de que no sea completamente absurda» (Bertrand Russell), y de que, consecuentemente, sea saludable que busquemos formas de abordaje que mejoren, aunque sea al detalle, aquello que nos ocupa. Porque «desvelar los absurdos que condicionan nuestro pensamiento y nos acompañan disfrazados de tópicos, prejuicios, clichés, falsos paradigmas, lugares comunes y demás formas de pensamiento contaminado no es tarea fácil. Esto nos exige, o cuanto menos nos invita a, una contemplación crítica de todas aquellas afirmaciones que asumimos como lógicas, cuando ocultan vicios que al ser aceptados como ciertos nos cierran puertas positivas de acceso a la realidad» (Rovira, 2007).
El carácter multidisciplinar del proceso de entrenamiento del fútbol y, en consecuencia, de la formación del entrenador, provocan que también la tarea de entrenar sea multifacética y por ello compleja. Visto así, los técnicos deben seleccionar adecuadamente la prioridad que conceden a cada una de ellas y en este punto es donde quiero volver a agradecer a Marco y Miguel Ángel que se hayan esforzado en estructurar el juego y hayan dedicado este texto a lo realmente relevante: el juego y el jugador, la construcción y la formación. En el día a día los cuerpos técnicos se afanan en numerosas ocupaciones complementarias que, por el tiempo y energía consumidos, adquieren carácter de trascendentales, cuando o no lo son o sin duda lo son mucho menos que el propio juego y su entrenamiento, en muchas ocasiones relegados a un lugar secundario o intrascendente. Como afirma el economista Peter Drucker: «No hay nada tan inútil como hacer de un modo eficiente aquello que no es necesario hacer».
«En la vida no hay soluciones. Sólo hay fuerzas en marcha: es preciso crearlas, y entonces vendrán las soluciones» (Antoine de Saint-Exupéry). Gracias, Marco y Miguel Ángel, por ocuparos en la creación de nuevas fuerzas; gracias por demandar mi aliento en vuestro trayecto.
JOSÉ