Arriesgando el corazón. Amanda Browning

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Arriesgando el corazón - Amanda Browning Bianca

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dejó de dolerle. ¡Esa mujer no sabía cuándo parar!

      –Princesa, ¿su tontería es de nacimiento o es algo que ha perfeccionado con los años? Ahora sólo estoy un poco molesto. No haga que me enfade.

      Kate nunca había respondido bien a las amenazas, apoyó las manos en el borde de la mesa y lo miró desafiante.

      –¿Oh, vaya! ¿He herido sus sentimientos? ¿Ahora ya sabe lo que es recibir un poco de la basura que reparten usted y los de su calaña!

      Lance apretó los dientes visiblemente. Ya estaba harto. Había límites que nadie, hombre o mujer, podía traspasar.

      –¿Ha terminado?

      –Sólo acabo de empezar, rata…

      Se calló repentinamente cuando, con un ágil movimiento, él rodeó la mesa y, a pesar de su lamentable estado, se irguió amenazadoramente sobre ella.

      –¡Muy bien! ¡Se acabó el ser agradable y buena persona! –gritó Lance.

      Kari no retrocedió, a pesar de que ese súbito movimiento la había sorprendido. Su tamaño la sorprendió también. ¡Era grande! Un metro noventa o así. De repente se le secó la boca. Para ser un hombre dado a la bebida, era realmente impresionante. Sus hombros eran anchos y llenaban a la perfección la arrugada chaqueta. Incluso en el estado en que estaba, emanaba virilidad. El estómago se le revolvió. Tenía unos hermosos ojos grises, a pesar de la sangre inyectada en ellos. En lo más profundo de su interior, algo respondió y se sorprendió todavía más al reconocer los signos de la atracción sexual.

      En sus veintiocho años de vida no había respondido de esa manera ante un hombre. Oh, se había sentido atraída por unos cuantos, pero nunca tan fuertemente como ahora. Evidentemente, ese hombre tenía algo que los demás no tenían. Ese descubrimiento la asustó. ¡Era el último hombre por el que quisiera sentirse atraída!

      Así que, ignorando esos sentimientos y concentrándose sólo en su ira, levantó la barbilla y le dijo:

      –¿Le llama a esto ser agradable? ¿Dónde lo ha aprendido? ¿En un curso de encanto por correspondencia?

      Mientras decía aquello esperó que no se le hubiera notado su reacción, lo último que necesitaba era que él supiera lo mucho que la había afectado.

      Pero Lance se había dado cuenta y eso lo afectó a él también. Así que ella también sentía esa poderosa atracción. De todas formas, antes de que pudiera pensar lo que podía hacer al respecto, ella soltó la siguiente salva verbal. Por lo menos la chica tenía espíritu. Eso casi lo hizo reír y, lo habría hecho si no tuviera tanto dolor de cabeza y ella no lo hubiera irritado tanto.

      –Lo aprendí en el mismo sitio que usted, querida. A usted no le enseñaron mucho de buena educación y encanto en el colegio. Da la impresión de haber pasado demasiado tiempo con malas compañías. ¿Dónde aprendió educación, en el garaje o los establos de la bonita casa donde debía vivir?

      Esas palabras volvieron a afectarla y se sorprendió al ver el don que tenía ese hombre para recordarle cosas que ella hacía lo posible por olvidar.

      Por un agónico segundo, se vio transportada de nuevo a otro tiempo y lugar donde el aire era cálido, se oían los relinchos de los caballos y todo era terror y dolor. Se estremeció y volvió al presente.

      –Esa es exactamente la clase de argumento que me esperaba de usted.

      Lance se dio cuenta del momentáneo cambio de expresión que había pasado por el rostro de ella. Los pensamientos que pasaran entonces por su cabeza no debían ser nada agradables. Cuando ella volvió a su expresión normal, había unas sombras en sus ojos que, sinceramente, no le gustó ver. Sobre todo al haber sido el responsable de su aparición.

      Pero lo cierto era que, por mucho que le atrajera esa mujer, también tenía una gran facilidad para enfurecerlo. Si dejara de insultarlo a él o a la persona que creía que era, podría pensar en cambiar de opinión. Desafortunadamente, no parecía que nada de eso fuera a suceder.

      Un hecho que se confirmó al cabo de pocos momentos.

      –Le pagan muy bien por escribir mentiras que destrozan las vidas de los demás, ¿no? ¡Sin duda es dinero sangriento! –exclamó ella y lo miró acusadoramente.

      Lance sonrió levemente.

      –Princesa, está muy cerca de perder una de sus siete vidas. ¿Por qué no se retira ahora que puede? –le aconsejó él suavemente.

      Cualquiera que lo conociera habría aceptado el consejo en vez de arriesgarse a las consecuencias. A él no se le conocía precisamente por dar cuartel. Un hecho que ella ignoraba. Aunque tampoco habría sido distinto si no fuera así. Kari era una luchadora y nunca se rendía.

      –No me voy a marchar hasta que no me prometa una disculpa impresa. Esta historia es un escándalo y usted lo sabe muy bien –le dijo.

      –¿Lo sé?

      Eso no le sorprendía nada. Sabía muy bien el tono de la información del periódico para el que trabajaba su primo. Solían discutir constantemente por ello. Pero no iba a darle la razón a esa terca mujer.

      –Bueno, naturalmente que usted no pensará así –dijo Kari–. Para eso tendría que tener algunos principios morales. ¡La persona que puede permitir que se publiquen cosas como esta no debe tener moral en absoluto!

      Por uno de esos extraños giros del destino, Lance se encontró defendiendo a su primo, cuando realmente ya había discutido con él por eso mismo más de una vez.

      –Si se cree que me puede insultar impunemente por ser mujer, se equivoca, princesa. ¡No se lo aceptaría a un hombre y, ciertamente, no se lo voy a aceptar a usted!

      –¿Y qué me va a hacer? ¿Golpearme?

      Por muy tentado que se sintiera de darle unos azotes en el trasero, a Lance lo habían educado para tratar a las mujeres con respeto. Para él, un hombre que golpeara a las mujeres no era más que un cobarde y un animal que se aprovechaba de su fuerza. Había otras formas de tratar con una mujer enfadada. Si hubieran estado en cualquier otro lugar, la había abrazado y besado hasta que esa ira se transformara en otra cosa mucho más agradable. Su mirada se dirigió inmediatamente a la boca de ella. Se preguntó si sus labios se ablandarían bajo los de él como se imaginaba.

      No era que lo fuera a averiguar. Aquella no era la manera de solucionar esa situación. Probablemente terminaría en la sala de urgencias de un hospital para que le dieran unos puntos en la cabeza. Además, había más de una manera de calmar a una gata.

      –Se olvida de que tengo otros medios a mi disposición –le dijo inclinando la cabeza hacia el ejemplar del periódico que ella había dejado sobre la mesa.

      A ella no le pasó por alto la amenaza. ¡Eso demostraba lo bajo que podía caer ese hombre!

      –¡Publique algo difamatorio sobre mí y lo llevaré a juicio!

      Lance agitó la cabeza, lo que fue un error porque todavía le dolía mucho. Cerró los ojos esperando a que se le pasara un poco antes de responder.

      –No sería difamatorio. Me enorgullezco de decir siempre la verdad.

      –La

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