Arriesgando el corazón. Amanda Browning

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Arriesgando el corazón - Amanda Browning Bianca

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pensado de esa manera, sólo sabía que ella era diferente y que sería un idiota si la dejaba escapar. Pero ahora que Nick lo mencionaba, se dio cuenta de que era cierto. Estaba enamorado. Ella había explotado en su corazón igual que había explotado en ese mismo despacho.

      Un momento antes él había ignorado su existencia y, al siguiente…

      No se podía imaginar vivir sin ella.

      Se sentó en el sillón de nuevo, se pasó la mano por la cabeza y se lo pensó bien. Ella le había llamado de todo, se había enfadado con él, y a él lo único que le había apetecido de verdad era abrazarla y besarla. Si eso no era amor, no sabía lo que era.

      –Me ha enganchado bien en el anzuelo –dijo por fin.

      –Pero sólo la conoces desde hace… ¿media hora?

      Lance sonrió. Sólo había una persona que sabía que aquello no la iba a sorprender y era a su hermana Raquel. Hacía años le había hablado de su convicción, cuando ella había bromeado acerca de las chicas con las que salía. Desde entonces no había vuelto a gastarle bromas al respecto.

      –Sólo se necesita un minuto cuando es la adecuada –respondió a su primo.

      –¿No te estás olvidando de una cosa? La dama no estaba interesada en ti –le recordó Nick.

      –Esa es una forma amable de decirlo.

      Lo cierto era que estaba seguro de poder transformar esa mirada helada de ella en algo mucho más agradable. Esa mujer estaba muy lejos de ser fría. La próxima vez que la viera…

      –¡Demonios! –exclamó poniéndose en pie de un salto.

      –¿Qué pasa?

      –No tengo ni idea de quién es.

      No sabía nada de ella, pensó. Aún así, oyó reírse a Nick y lo miró incrédulamente.

      –¡Esta sí que es buena! Pretendes casarte con ella y ni siquiera sabes quién es. ¡Vaya cosa!

      Pero a Lance aquello no le parecía nada divertido.

      –Estás pidiendo a gritos que te ponga un ojo morado.

      –Ponme un dedo encima y no te diré su nombre.

      La ira de Nick desapareció tan rápidamente como había llegado.

      –¿La conoces?

      –Sé de ella. Estuvo casada con el hijo de un ex- embajador.

      Lance elevó las cejas.

      –¿Estuvo casada?

      –La hermosa Kari es viuda. Su marido se mató hace algunos años.

      A Lance le sorprendió saber que era viuda. Parecía demasiado joven como para haber estado casada y haber enviudado.

      –Kari, ¿qué?

      –Maitland. Kari Maitland.

      Lance se quedó más sorprendido todavía.

      –¿Has dicho Maitland? ¿Ese ex-embajador no sería Robert Maitland?

      Seguramente no podría tener tanta suerte.

      –Eso es.

      –Vaya, vaya…

      –¿Por qué te extraña tanto?

      –Porque sucede que voy a cenar con él y su esposa el jueves.

      Había conocido a Robert y Georgia Maitland en Australia hacía algunos años y, desde entonces, eran amigos. Esa era su primera oportunidad de reunirse de nuevo desde que Robert se había retirado de la carrera diplomática el año anterior.

      –Vaya suerte la tuya. ¿Estará ella allí? –le preguntó Nick.

      –No tengo ni idea –respondió Lance ausentemente.

      Su mente estaba pensando en esa posibilidad. Ansiaba volverla a ver. Y esa vez todo iba a ser diferente. Cuando veía algo que quería, no paraba hasta conseguirlo, y quería a Kari Maitland.

      –No le va a gustar nada cuando descubra que ha hecho la tonta contigo –afirmó Nick.

      Lance lo sabía, pero se negó a ser negativo. Quería que Kari Maitland fuera su esposa y siempre conseguía lo que quería.

      –No permanecerá mucho tiempo enfadada. El Día del Trabajo ya estaremos casados.

      –¿No crees que te estás pasando de confianza? No me pareció una mujer que estuviera lista para caer en tus brazos.

      –No lo estaba intentando.

      Lo cierto era que, generalmente, no lo tenía que intentar mucho, pero ese era el reto.

      –Bueno, si alguien lo puede hacer, ese eres tú –admitió Nick–. Pero no va a ser fácil.

      Lance se rió.

      –Muy bien, me encantan los retos.

      –De todas formas, yo procuraría que no se acercara a cosas afiladas o duras. Parece que tiene un carácter bastante fuerte, por lo que he visto al entrar.

      Lance sonrió.

      –No te preocupes. Soy muy capaz de cuidar de mí mismo y de Kari Maitland.

      Lance vio entonces el ejemplar del periódico que ella había dejado sobre la mesa, lo abrió y leyó rápidamente el famoso artículo. Apretó la mandíbula cuando terminó y sintió un mal sabor de boca. Sin duda, aquella era la peor basura periodística que había leído desde hacía tiempo. Sintió un poco de compasión por la amiga de Kari.

      Le tiró el ejemplar a su primo y lo miró duramente.

      –Ella tenía razón en esto, Nick. Este artículo apesta –dijo mientras alcanzaba su bolsa de viaje.

      Nick lo miró.

      –¿Y qué quieres que haga? El dueño elige la línea editorial del periódico.

      Lance se levantó.

      –Podrías intentar encontrar otro trabajo, uno en que puedas emplear mejor tu talento. Si no lo haces, bien podrías publicar una disculpa.

      –Eso no se ha hecho nunca anteriormente.

      –Crea un precedente. Ganarás más amigos de los que podrías perder –le sugirió Lance al tiempo que le daba la mano–. Gracias por el despacho, Nick. Necesitaba el descanso.

      –De nada. Y ya veré lo que se puede hacer con el artículo.

      Lance le dio una palmada en el hombro y luego salió y se dirigió a los ascensores. Llamó uno y pensó que, cuanto antes llegara al hotel, mejor. Pensaba darse un largo y cálido baño, seguido de un sueño aún más largo.

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