Arriesgando el corazón. Amanda Browning

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Arriesgando el corazón - Amanda Browning Bianca

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miedo de él.

      Se le escapó una risa. No iba a ser fácil ganarla, pero sabía que lo podía hacer. A pesar de que aún no lo sabía, los días de Kari Maitland como soltera estaban contados.

      Sin saber lo que estaba pasando en su ausencia, Kari abandonó la redacción del periódico llena de ira. Había fallado, y ella odiaba fallar. No la aliviaba decirse a sí misma que no había tenido la menor posibilidad de ganar. La verdad era que lo había hecho todo mal desde el principio. Mantenía todo lo que había dicho, pero era lo suficientemente inteligente como para saber que lo había estropeado todo desde el comienzo. No debía haber perdido los estribos. Había tenido toda la intención de decirlo todo fríamente, pero… ¡Ese hombre la había hecho enfadar tanto!

      ¡Esperaba que tuviera la mayor y peor de todas las resacas posibles!

      Miró su reloj y vio que ya llegaba tarde a la tienda. Era la dueña y llevaba ella misma una librería y se habría prometido que no llegaría tarde. Por supuesto, eso fue antes de haberse encontrado a Sarah llorando a lágrima viva. Nada había ido bien después de eso.

      Hacía unos cinco años que se había ido a vivir a Brunswick porque no había sido capaz de seguir en la misma casa que había compartido con Russ después de que él muriera. Contenía demasiados recuerdos para ella… malos al final. Había tenido la suerte de que el anterior librero hubiera decidido jubilarse y ella había utilizado parte del dinero de la venta de la casa para comprar la librería, una pequeña casa en las afueras de la ciudad.

      Comprar la librería le había dado a su vida un propósito que había perdido con Russ. En la universidad había estudiado para librera y gestión de archivos y le resultó un placer desarrollar su trabajo en esas facetas. Tenía a una ayudante contratada, Jenny, y dos estudiantes que iban un par de días a la semana para ayudar.

      Jenny estaba atendiendo a un cliente cuando Kari llegó media hora más tarde. Llamó a Sarah nada más entrar en la pequeña oficina y, mientras su amiga contestaba, repasó mentalmente todos los acontecimientos. Ahora su ira se había enfriado y podía verlo todo más objetivamente. Eso la hizo ruborizarse. Cielo Santo, las cosas que había dicho. Entonces se dijo que no tenía que ser tonta. Ese hombre se lo había merecido todo y más.

      Inevitablemente, pensar en él le recordó otras cosas, tal como por ejemplo, lo muy consciente que había sido de él. Sus sentidos habían cobrado vida de una manera completamente inesperada. Durante cuatro años, ningún hombre había despertado en ella más que un interés pasajero, que había desaparecido a las dos o tres citas. Ese día había mirado a esos ojos grises y todo eso había cambiado. Se había producido en ella una atracción física por él que era sorprendente.

      ¿Y por qué tenía que sentirla precisamente por ese tipo? Era un hombre al que no podía respetar en absoluto. ¿Cómo se podía sentir atraída precisamente por él cuando había tantos otros hombres para elegir? ¡Debía haberse vuelto loca! Se sintió aliviada cuando pensó en las pocas posibilidades que había de que se volvieran a ver.

      Nada más oír la voz de su amiga por teléfono, le dijo:

      –Lo siento, Sarah, lo he estropeado todo.

      –No importa. Por lo menos lo has intentado –respondió Sarah Benton.

      –¡Pero ha sido muy injusto!

      –Estoy de acuerdo, lo mismo que Mark. Me llamó justo después de que te marcharas.

      –¿Y?

      Sarah se rió tan contenta.

      –Me dijo que ya sabía todo eso de mi padre. Que si fuera de la clase de hombres que permiten que las historias viejas lo separaran de mí, no me merecería. Me dijo que me ama y que, si quiero escuchar algunas verdaderas historias de terror, podríamos sacar a relucir algunos de los esqueletos de su familia.

      Kari se rió.

      –¡Bien por él!

      –¡Soy tan feliz!

      –Tienes todo el derecho a serlo.

      Bueno, pensó Kari, al final todo iba a ir bien.

      –Fui una idiota al preocuparme tanto. Es sólo que mi padre…

      –Ya lo sé.

      –No voy a volver a pensar más en el pasado. Voy a mirar adelante, no atrás –dijo Sarah felizmente y Kari volvió a sonreír.

      –Ese es el espíritu. Ahora lo tienes todo por delante.

      –¿Verdad?

      –Pero no gracias a mí –dijo Kari pensando en su fallido intento.

      –Vamos, no te lo calles. ¿Qué ha pasado?

      Kari se agitó incómoda en su sillón.

      –Lo hice todo mal –admitió sin querer entrar en detalles.

      –¿De qué manera? –insistió Sarah.

      Kari se dio cuenta de que su amiga no se iba a conformar con otra cosa que no fuera la verdad, así que confesó:

      –De acuerdo, si lo quieres saber, me enfadé.

      –Kari Maitland, ¿me estás diciendo que perdiste los estribos?

      –¿Es necesario que me lo preguntes? ¡Terminó virtualmente como un combate de boxeo!

      –¡Oh, cielos! –exclamó Sarah conteniendo la risa.

      –¡No te atrevas a reírte! ¡Ese hombre era imposible! ¡Un monstruo! ¡No tienes ni idea de cómo era! ¡No fue culpa mía!

      –¡Oh, Kari! –dijo su amiga sin poder evitar reírse.

      –Ya lo sé, ya lo sé.

      Su temperamento había sido siempre una constante fuente de diversión para su amiga. No solía perder los estribos a menudo, pero cuando lo hacía, los resultados eran espectaculares. Esperó a que su amiga dejara de reírse antes de continuar.

      –¿Entonces siguen los planes de boda como antes?

      –Por supuesto. Va a ser perfecta. Sólo pretendo casarme una vez, así que será mejor que funcione. ¿Estás segura de que no quieres ser dama de honor?

      –Lo siento, Sarah, pero no puedo.

      Su amiga suspiró a pesar de que ya sabía que era un esfuerzo baldío.

      –De acuerdo. Pero asegúrate de ser tú la que atrape el ramo. Apuntaré directamente a ti.

      Kari dejó de sonreír.

      –Estarás desperdiciando toda esa buena suerte. Ya sabes que no me voy a volver a casar.

      El matrimonio significaba amor, y amor significaba dar su corazón. Pero le habían roto el corazón y no había sido capaz de soportarlo, así que lo había escondido allá donde nadie lo pudiera encontrar. Le había hecho mucho daño amar y perder a Russ y nunca más se iba a permitir caer de nuevo en ese dolor. Nunca más se iba a permitir amar. Era un riesgo que no estaba

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