E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis Pack

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      Él sonrió. Se inclinó hacia delante y la besó lentamente, profundamente. Gruñó en voz baja, y ella retrocedió.

      –¿Todavía estás intentando ser bueno? –le preguntó.

      –Sí, pero ser bueno no es lo primero que me sugiere el instinto, así que no me provoques.

      Se levantó y tiró de ella para que se levantara también. La llevó a la cocina y se sacó algo del bolsillo.

      –¿Una cerradura? –preguntó ella.

      –Una última cosa del programa de actividades de esta noche. Me pediste que te enseñara a forzar cerraduras.

      Y allí estaba él, cumpliendo su palabra.

      –No te esperabas que hiciera lo que dije que iba a hacer, ¿eh?

      –No, la verdad es que no –respondió ella.

      Él cabeceó y le mostró la herramienta. Entonces, la metió en la cerradura, y la abrió a los dos segundos. Aunque lo había hecho delante de sus narices, ella no tenía ni idea de cómo lo había conseguido.

      –Otra vez –le pidió.

      –Tengo que ayudar a Archer en un asunto –dijo él.

      Sin embargo, permaneció donde estaba y le hizo un gesto para indicarle que era su turno.

      Estaba en el décimo y fallido intento cuando él se le acercó por la espalda y miró por encima de su hombro, echando a perder también el undécimo y duodécimo.

      –¡Mierda!

      Kylie notó que él se echaba a reír en silencio. Joe le dio un beso en la mejilla.

      –Relájate –le dijo al oído.

      ¿Con su cuerpo apretado contra su espalda? No, no era probable que lo consiguiera. Sin embargo, como no quería dejar ver lo mucho que él la afectaba, siguió intentando abrir la cerradura.

      –Paciencia –dijo él, y guio sus manos durante todo el proceso, hasta que la cerradura hizo clic.

      Pero había sido él quien la había abierto, no ella.

      –Creía que tenías que irte –le dijo Kylie, en voz baja.

      –Sí.

      Joe tomó la cerradura y la herramienta que ella tenía en las manos y las dejó sobre la mesa de la cocina.

      –Kylie –le dijo con la voz llena de deseo.

      –¿Sí?

      –Estoy a punto de perder el dominio sobre mí mismo otra vez.

      –De acuerdo –dijo ella.

      –De acuerdo –repitió él, y la besó con intensidad.

      Alguien gimió. Kylie se dio cuenta de que había sido ella misma. Entonces, él hizo el beso más profundo y cálido, y sus lenguas se enredaron la una con la otra. Ella se habría caído al suelo de no haber estado sujeta entre la mesa y el cuerpo duro de Joe. Él bajó una de las manos hasta su cadera y, con la otra, le sujetó la nuca. Siguió besándola hasta que ella se aferró a él, jadeando y pidiendo más con un gimoteo. Lo deseaba con todas sus fuerzas, pero él tenía que irse a trabajar, así que le puso una mano en el pecho y lo empujó lentamente.

      –Tienes que irte –le susurró.

      –Sí –dijo él.

      Tomó aire y exhaló un suspiro mientras apoyaba la frente sobre la de Kylie.

      –Uno de estos días, vas a tener que explicarme cómo es que, de repente, tú tienes todo el poder en esta relación.

      Ella sonrió, y él movió la cabeza de lado a lado.

      –Todo va a ir bien –le dijo.

      –Ya lo sé –respondió ella.

      A él se le borró la sonrisa de los labios mientras la miraba y le acariciaba la mandíbula. Le dio un ligero beso y siguió besándola como si no pudiera contenerse.

      –Más tarde –murmuró.

      Ella asintió, embobada, y se dio cuenta de que él se había desvanecido y había dejado la puerta cerrada con llave.

      Y, entonces, se percató de que se había llevado la última fotografía y el sobre.

      #QueLaFuerzaTeAcompañe

      –Y entonces fue cuando Vinnie, por fin, me trajo un juguete a los pies –dijo Kylie, que estaba contándoles a sus amigas lo que había ocurrido la noche anterior.

      –¿Sí? –preguntó Haley, emocionada–. Qué bueno es. Sabía que podía hacerlo.

      Al ver la cara de Haley, Elle entrecerró los ojos y cabeceó.

      –No, no. No es la historia completa. ¿Qué te llevó? ¿Un par de calcetines?

      –Um –dijo Kylie.

      –¡Unas bragas! –exclamó Elle, y todas se echaron a reír.

      Estaban en la cafetería, haciendo cola para pedir un café. Tina era la dueña del establecimiento y quien atendía en la barra. Era una mujer impresionante, alta, de pelo y piel oscuros, y adoraba que todo fuera grande: una gran melena, unos grandes pendientes y unos zapatos enormes.

      Kylie admiraba su pasión por la moda, porque su propio estilo era ponerse cualquier cosa que le resultara cómoda.

      Por suerte, a Tina también le encantaba hacer magdalenas. Cuando Tina era Tim, no había magdalenas en la cafetería. Solo café. Pero Tina era más feliz que Tim, y eso se había traducido en las magdalenas más increíblemente ricas del mundo.

      –Podría ser peor –dijo Tina–. Podría haberte llevado el consolador.

      Kylie gimió de angustia, y todo el mundo rompió a reír.

      –Oh, Dios mío –dijo Haley–. ¿Hizo eso? ¿De verdad? ¿Te llevó el vibrador? ¡Eres mi nueva heroína!

      A Kylie le ardían las mejillas.

      –Eh –dijo Tina–. No te avergüences. Eres una mujer con sus necesidades y, ahora, él sabe que tú sabes satisfacer esas necesidades. Lo cual significa que también sabe que no necesitas ningún hombre. Eso es una presión añadida para él, que le obliga a comportarse bien, o retirarse –le explicó con una sonrisa–. Y, hazme caso, para un hombre, eso siempre es una buena cosa.

      –No te preocupes, cariño –le dijo alguien que iba detrás de ellas en la fila. La señora Winslow, que tenía más de ochenta años y vivía en el tercer piso del edificio, sonrió con picardía–. A él le gustarán tus juguetes. Pero acuérdate

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